Los
animales se reunieron un día y decidieron poner en marcha una escuela.
La Junta de Educación la formaron un león, un águila, un delfín, una
ardilla y un pato.
El león insistía en que correr debía ser una asignatura
obligatoria. El águila, por su parte, quería que todos aprendieran a
volar. El delfín, que tenía algo de poeta, decía: Sin natación, no hay verdadera educación. La ardilla tenía también su propuesta: Todos deben aprender a trepar verticalmente los árboles.
Pusieron todas estas cosas juntas y confeccionaron el plan de estudios, que comenzaba con estas palabras: Todos
los ciudadanos del Reino Animal deberán estudiar todas y cada una de
las asignaturas contenidas en el presente Plan de Estudios, refrendado
por los representantes de todo el Reino Animal.
Aunque el león sacó la mejor nota en correr, trepar
perpendicularmente le resultó un verdadero problema; siempre se caía de
espaldas. Muy pronto su espina dorsal se resintió y no podía ni
siquiera correr sin grandes dolores. Así, en vez de sacar la mejor nota
corriendo, sacaba una nota menor que muchos animales, y además, seguía
suspendido en trepar verticalmente.
El águila era majestuoso en el vuelo, inigualable, pero con las
pruebas de natación las plumas de sus alas se debilitaron y muchas se
rompieron. Muy pronto su nota en vuelo se acercó a la de las gallinas y
murciélagos, y no mejoró su tres en natación. Sin hablar de lo que pasó
para trepar un árbol en vertical, pues le prohibieron usar las alas
para no tener ventaja.
Quien acabó los estudios mejor fue el pato, que no era especialista
en nada: corría como borracho, nadaba discretamente, volaba
mediocremente y por sus méritos en las otras disciplinas fue exento de
trepar verticalmente los árboles. En él todos vieron confirmado el plan
de estudios.
Desgraciadamente no sólo los animales pensaron así. La educación no
es sólo cuestión de juntas de educación y planes de estudio. No es
pretender que todos entren en unos moldes establecidos, hacer entrar
unos conocimientos más o menos obtusos en la mente tierna de unos
muchachos. No.
La educación más que un dar es un suscitar algo que
de algún modo ya está presente en los alumnos por medio de unos
conocimientos. Es suscitar su capacidad de juzgar, discernir, de
distinguir. Es hacer nacer en ellos la verdad, no imponerles una
verdad.
El gran educador de los griegos, Sócrates, inventó el método para
lograrlo, un método que por cierto le costó la muerte. Lo llamó mayéutica, es decir, el arte de dar a luz la verdad.
Fue acusado por los sofistas de corromper a los jóvenes por
ayudarles a encontrar la verdad, pues los sofistas, los pedagogos,
buscaban imponer a los jóvenes sus verdades bien remuneradas por los
padres sin preocuparse por la verdad.
El esquema se repite desgraciadamente a las puertas del siglo XXI.
La mayoría de las reformas educativas de los años 80 y 90 han ido en la
dirección de los pedagogos-sofistas de la grande Atenas. Sócrates, el
gran educador, alzará de nuevo la voz.
Si no queremos leones inútiles, águilas que no puedan volar,
delfines fuera del agua o ardillas ahogadas; si no queremos patos
mediocres, busquemos que nuestros alumnos sean verdaderamente educados,
no sólo adoctrinados.
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