Hay que educar la castidad, en el marco del ambiente familiarLos padres y la educación sexual de los hijos
En un reciente documento vaticano sobre la sexualidad humana, y sus orientaciones en la familia (1995), se indica que “la sexualidad no es algo puramente biológico sino que se refiere al núcleo íntimo de la persona. El uso de la sexualidad como donación tiene su verdad y alcanza su pleno significado cuando es expresión de la donación personal del hombre y de la mujer hasta la muerte” (n. 3).
Es cierto que hay muchas dificultades en este mundo nuestro para vivirla bien, y hay condicionamientos que pueden ser en ocasiones traumáticos, pero “la redención el Señor ha hecho que la práctica positiva de la castidad sea posible y motivo de alegría”, o sea que a pesar de las dificultades con que se encontrarán los jóvenes, hemos de llenarnos de esperanza que nos da la gracia de Jesucristo.
Hay que educar la castidad, en el marco del ambiente familiar, a través de la formación en muchas pequeñas virtudes como la templanza, la fortaleza, la prudencia, pues la capacidad como virtud no puede existir sin capacidad de renuncia, de sacrificio, de espera (n. 5).
La familia ha de ser escuela de humanidad, y precisamente ahí (y no en la escuela, con la emisión de programas muchas veces dañinos cuando faltan criterios de valoración) es donde los padres, que poseen los secretos y los recursos del verdadero amor, pueden educar a los niños en la sexualidad, y en todas aquellas virtudes que tanto la ayudan: en primer lugar, el amor, y luego tantas otras como el pudor y la modestia, el respeto de la intimidad, la actitud de sacrificar los propios caprichos…
¿Qué objetivos tiene este aspecto de la formación de los hijos?
a) conservar el clima de amor, virtud y respeto a los valores como el don de la vida;
b) ayudar gradualmente a los hijos, en conversaciones sucesivas y adecuándose a sus entendederas, a comprender el valor de la sexualidad y de la castidad y sostener esta educación con el ejemplo, el consejo y la oración;
c) ayudarles a descubrir el camino que personalmente recorrerán a medida que descubran su vocación, al matrimonio o al celibato.
Además de las conversaciones (que hay que tener) lo verdaderamente importante en esta educación en la familia será el ambiente de amor puro y generoso, que dará una amabilidad y ternura que es la mejor escuela para que los adolescentes y los jóvenes aprendan a vivir la sexualidad en la dimensión personal, “rechazando toda separación de la sexualidad del amor -entendido como donación de sí- y del amor esponsal de la familia. El respeto de los padres hacia la vida y hacia el ministerio de la procreación evitará al niño o al joven la falsa idea que las dos dimensiones del acto conyugal, unitiva y procreativa, se puedan separar al propio arbitrio. La familia es reconocida así como parte inseparable de la vocación al matrimonio” (n. 32).
Puesto que el utilitarismo reinante hace que se trate a las personas como si fueran cosas, y así se ve en ciertos programas de educación sexual de muchas escuelas, como también en la pornografía que se difunde en internet y ciertos programas de televisión, los padres han de valorar su responsabilidad en la explotación de la sensibilidad de los niños y adolescentes, y poder educar en los verdaderos valores de la sexualidad a los hijos, con “una carga afectiva adecuada para hacer asimilar sin traumas incluso las realidades más delicadas, e integrarlas armónicamente en una personalidad rica y equilibrada. Esta tarea primaria de la familia comporta para los padres el derecho a que no se obligue a sus hijos a asistir en el colegio a cursos sobre esta materia que estén en desacuerdo con sus propias convicciones” (n. 64).
Para analizar con sentido crítico esos planes educativos, hay que tener en cuenta estos cuatro criterios:
1) puesto que cada persona es única, irrepetible, esta información se da mejor individualizada;
2) la dimensión moral ha de formar parte siempre de estas explicaciones, si no se mutila la realidad (la castidad, el amor como donación a los demás);
3) que toda formación en la castidad y las oportunas informaciones sobre la sexualidad se den en el contexto más amplio de la educación para el amor, y del amor de Dios, de manera que se adquiera cada vez más la dignidad de ser persona conociendo también la dignidad del cuerpo;
4) los padres deben dar esta información con delicadeza extrema, de modo claro, y en el momento oportuno.
Cuando otros colaboran con los padres en esta misión, se recomienda a estos que se informen de modo exacto del modo en que se da esta educación suplementaria. Ha de hablarse de la doctrina de la Iglesia, teniendo en cuenta el pecado original y también que la moral cristiana enseña no sólo a evitar el pecado sino a crecer en las virtudes. No ha de presentarse ningún material erótico sino instrucción positiva y prudente, según las edades, de forma clara y delicada. Ojalá estuvieran presentes estos criterios -a través de las asociaciones de padres se puede conseguir- en la educación de las escuelas