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Lo que importa de verdad

El hombre actual, en su corta vida, se agita febrilmente en la búsqueda de mil cosas que le entretienen, distraen y a veces le desvían de su meta esencial, que no es otra que el encuentro consigo mismo, con Dios y con los demás. Corre ansioso y dedica la mayor parte de su vida y de su tiempo en el logro compulsivo de la fama, del éxito, del placer efímero, del tener y poseer dinero, del encaramarse al poder y del triunfar como sea. Su horizonte vital y personal es más bien difuso, corto y achatado.

No les queda tiempo para lo esencial: la realización de su persona a nivel humano, espiritual y trascendente. Se quedan anclados en lo material y en dar plena satisfacción a sus instintos primarios (comida, bebida y sexo) sin freno ni compromisos, tal como les dictan los cánones de los medios y de la propaganda.

Creen hallar en ello la felicidad que su corazón anhela, pero más pronto o más tarde, con pena constatan que nada ni nadie les satisface plenamente. Tras la experiencia negativa de haber probado casi todo, concluyen con el gran S.Agustín:”Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón se encuentra inquieto hasta que descanse en ti”. Y es que estamos programados –nos guste o no aceptarlo- para el infinito y para Dios. Sólo en el amor del Absoluto, encarnado en Jesús y en el prójimo, nos podemos realizar plenamente. Esta es la experiencia universal por la que han pasado cuantas personas en el mundo han sido. Un poco de silencio en la vida de cada uno para poder discernir lo esencial de lo accesorio y se verá claramente lo que de verdad importa