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“¡Levantaos! ¡Vamos!” Al encuentro de la Voluntad de Dios

Al inicio de sus 85 años, el Papa nos regala unas reflexiones, colofón del sínodo de obispos sobre la vocación y ministerio episcopal: “¡Levantaos! ¡Vamos!”. Es como una continuación del libro que narra su época de sacerdote “Don y misterio” En una sociedad donde la cultura de la imagen hace esconder el enfermo, quitar el dolor por encima de todo; en un mundo sin norte, el Papa va siendo reconocido por muchos como la autoridad moral, un guía para la humanidad. Su optimismo nos lleva a escuchar de Jesús cada uno aquel "¡Levantaos! ¡Vamos!": "es el momento de levantarse". El Papa está sosteniendo el báculo en la imagen de la portada, y esta imagen de hombre de Dios, que se deja llevar por la misión de buen pastor a imagen de Jesús, se va desglosando en 200 páginas con sus recuerdos como obispo auxiliar de Cracovia (1958-1964), arzobispo de la diócesis (1964-1978), y luego Papa. Comienza contando como tuvo que dejar una travesía con amigos en días de descanso veraniego, e ir a ver al cardenal Wyszynski donde se enteró de que acababa de ser nombrado obispo. Con emoción, dedica horas de adoración ante la Eucaristía, y pide volver con sus jóvenes al campo, a lo que el obispo le dijo que sí, pero le indicó que procurara no llegar tarde a la ordenación episcopal. La lectura es fácil y amena, se ha hablado también de la “transparencia” que contiene; no se trata de las memorias de un personaje sino de un creyente: cuenta lo que aprende, aconseja que siempre haya un diálogo, y nos confía dónde iba a confesarse, a hacer sus retiros, o nos habla de sus amigos o de sus poesías; y va narrando peripecias como que le daba respeto al comienzo visitar a los enfermos, o sus miedos a ejercer poco la autoridad y corregir, por su tendencia a la libertad. Es muy interesante su reflexión sobre la vocación (que arranca del Cenáculo), acerca de la actividad pastoral, que incluye el compromiso científico... Hay quien ha dicho que el secreto del relato, de que estas vivencias y recuerdos estén llenas de vida, de que en ningún momento aburra, consiste en cierto dinamismo: el Papa se ve como un instrumento de Dios. Se enfrenta a los retos de nuestro tiempo con una actitud llena de fe y abierta: “Hoy hace falta mucha imaginación para aprender a dialogar sobre la fe y sobre las cuestiones más fundamentales para el hombre. Se necesitan personas que amen y que piensen, porque la imaginación vive del amor y del pensamiento, y ella, a su vez, alimenta nuestro pensamiento y enciende nuestro amor”. En la Polonia de los obispos príncipes, llega un proletario - Wojtyla - designado arzobispo, un hombre luchador, que se ha criado en medio de dificultades y que no tiene miedo. Cuando llevan en procesión la Virgen negra de Czestochowa, la imagen es arrestada por la policía, y entonces siguen con la procesión por todos los pueblos, con el marco vacío: fue un grito silencioso por la libertad religiosa. Y aquella lucha frente a un poder comunista es la que mantiene en nuestros tiempos por esa misma libertad ante un materialismo práctico, proclamando la verdad sin concesiones al relativismo dominante. Dedica páginas memorables a sus compatriotas, desde San Estanislao mártir, del que dice: “Si la palabra no ha convertido, será la sangre la que convierta!” También él probó la sangre: “Una mano disparó, otra guió el proyectil”, dirá hablando de su atentado el día de la Virgen de Fátima. Sin duda, la sangre derramada es como un signo externo de su valentía. Cuenta como en Nowa Huta surgió un barrio, donde las autoridades proyectaron que no tuvieran ninguna iglesia, pero él luchó incluso celebrando Misa de medianoche de navidad, desafiando el frío y el gobierno comunista, hasta conseguir levantar las iglesias. El Cardenal Re, en la presentación del libro en Roma, decía que hasta ahora “los Papas sólo hablaban con encíclicas, exhortaciones apostólicas, bulas, discursos y homilías”, y este tercer libro es “muy interesante para los obispos (...) les enseña cómo cumplir su misión de obispos, y lo hace con su experiencia vivida en medio de la crisis espiritual de nuestro tiempo”. Con un estilo optimista, lleno de fe, ofrece unas experiencias de comportamiento aplicables a otras muchas circunstancias que debe afrontar un pastor. “Pero también para los laicos es un libro muy atractivo”, para “comprender algo de lo que pasa en el corazón de un obispo: comprender los trabajos y las alegrías de un guía espiritual en esta sociedad que cambia”. Ya lo dice el Papa en las primeras páginas: "ofrezco este libro como muestra de amor (...) a todo el pueblo de Dios". Hay mil aspectos interesantes en esta obra: basta recordar la relación de Juan Pablo II con los hombres de pensamiento, de la ciencia, con los jóvenes, y ver cómo es amigo de sus amigos, la gratitud y fidelidad con tantas personas a las que se hace memoria en esas páginas. También es hondo su sentido de paternidad espiritual. Se recoge en su pontificado el bagaje del Concilio que tanto lo enriqueció: fue "una experiencia inolvidable" y se empeñó en irlo poniendo en práctica: el Evangelio de la mano del Vaticano II, abierto a los carismas que el Espíritu Santo va promoviendo, “iniciativas nuevas en las que sentía el soplo del Espíritu de Dios”. Los dolores acosan a un Papa enfermo, que se dispone a levantarse e ir hacia el encuentro con la Cruz. Al ver al Papa inclinado bajo el peso de la cruz, diciendo “levantaos, vamos” muchos enfermos se sienten animados a llevar su cruz ante tal ejemplo, y no escuchan ya esa cultura que aparta los ancianos y enfermos porque no son “eficaces”. La popularidad del Papa en su enfermedad, y el radio de acción de su ministerio, más que disminuir, aumenta. Es como si disminuido de fuerzas físicas, tuviera más fuerza del Espíritu del Señor. Es el título de la última parte del libro: "El Señor es mi fuerza", y esto es lo que hace a Juan Pablo II esperar hasta ver qué hay que hacer, y cuando ve el dedo de Dios, ser tenaz en aquello hasta su ejecución, sin miedo a proclamar la verdad, defender las personas. Pienso que con gran humildad, el Papa prefiere citar esa que es su regla de vida con palabras de Wyszynski: "Para un obispo, la falta de fortaleza es el comienzo de la derrota". "La falta más grande del apóstol es el miedo". También pone como modelo a su arzobispo, el cardenal Sapieha, "el Príncipe intrépido", que nunca se doblegó. Por eso, en la primera homilía como Papa en la plaza de San Pedro gritó: "¡No tengáis miedo! Abrid de par en par las puertas a Cristo", que es como la línea maestra de su pontificado. Y esto aplicado no en general, sino con cada persona, de ahí su eficacia. No hay “táctica” sino interés por cada alma: "Cuando encuentro una persona, ya rezo por ella". "El interés por el otro comienza en la oración del obispo, en su coloquio con Cristo, que le confía "a los suyos” (...). Tengo como principio acoger a cada uno como una persona que el Señor me envía y, al mismo tiempo, me confía".