La vida es un libro abierto para quien lo sabe leer. Me ha sucedido hoy. Es una simple anécdota con trasfondo aleccionador. Me encuentro en la calle a un viejo amigo con el que hacía tiempo había hablado de celebrar sus bodas de oro matrimoniales. Me cuenta compungido, que a su esposa le ha dado una trombosis cerebral y se encuentra con toda la parte lateral de su cuerpo paralizado y sin poder hablar. Se le ha venido el mundo encima y se desahoga contándome al detalle su hospitalización, las pruebas médicas, y la búsqueda de residencia para su mujer. Tendrá que vender la casita del pueblo para poder pagar los gastos de una residencia adecuada y afrontar el futuro de su mujer.. Le escucho con sumo interés, le animo con mis mejores palabras, dándole esperanzas de recuperación y le prometo mi oración para superar la dura prueba. Me estaba despidiendo de él, cuando, he aquí, se cruza con los dos, un conocido de mi amigo, que le saluda de esta manera: “Hombre, fulano, qué bien vives, pero qué bien te veo y qué buena vida la tuya”.(¡?) Sin comentarios. Así es la comedia de la vida. Se impone una sencilla reflexión en voz alta, que pueda servir a quien lo lea. ¡Qué atropellados y dolorosos pueden resultar los juicios que hacemos, a primera vista, del prójimo, del cual apenas conocemos nada más que las apariencias. Y éstas, tantas veces como en este caso, nos suelen engañar.