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La visión del héroe es el sueño del cobarde

Hace poco pude gozar de una excursión en los Pirineos occidentales, subiendo desde Francia al Vignamale (3298 metros). El camino sube por un inmenso glaciar, un paisaje precioso que hace de la excursión una delicia que deja en el montañero un regusto por volver, por contemplar esa maravilla. En la ascensión, el cansancio aumenta a medida que se avanza en tiempo de marcha y altura. Al llegar a la cima, sin embargo, nos planteamos hacer otras cumbres, las cimas de alrededor estaban bastante cerca, era temprano y unas suaves crestas iban como uniendo los diversos picos, todos ellos de más de 3000 metros. Recordé lo que llevaba escrito en la camiseta un chico que me acompañaba en otra ocasión: “la visión del héroe es el sueño del cobarde”. Lo que veíamos desde ahí arriba, el panorama impresionante que se domina desde esas alturas, es lo que sueña el que no se atreve a dar el primer paso, el que se queda abajo soñando subir un día. Y esa visión anima a hacer otras cumbres...

Subir a un monte es una manera de contemplar la naturaleza, pero pienso que tiene un sentido mágico. Es una imagen de la vida como ascensión, pues siempre estamos subiendo, y en muchas ocasiones –en la vida, como en la montaña- hay que tener valor, coraje, voluntad de superar sacrificios que se presentan de formas diversas. Pienso que esa voluntad –fortaleza, decisión- es muy importante en la educación pues quien la posee es capaz de contrarrestar los condicionamientos personales o ambientales. Es decir, los efectos negativos que puedan venir por nacimiento, ambiente, dificultades exteriores o interiores ya no nos hunden sino que sabemos ser dueños de nosotros mismos, de ir hacia donde hemos de ir. Y para ello hay que saber aprovechar los elementos positivos como también los negativos.

Se habla mucho de la importancia de la educación emocional, afectiva. Eso es el carácter, una plasmación de unos rasgos que hemos de educar para ser psicológicamente equilibrados, es decir que la inteligencia, voluntad y sensibilidad estén en armonía perfecta. Se puede decir que una buena educación va dirigida a toda la persona (inteligencia, voluntad y pasiones), pero es muy importante la educación del corazón, pues con él, sea cual sea la capacidad intelectual que poseamos, la inteligencia es capaz de actuar con más claridad y se hace atenta, penetrante para lo que tiene que hacer, incluso será más ágil y potente que la de muchos otros que quizá tienen más talentos pero por esa especie de pereza no los saben aprovechar. También la memoria queda afectada por la vida virtuosa, pues nos pasa a veces que llamamos despistes a lo que nos olvidamos por falta de interés. Con empeño, en una repetición de actos buenos, la voluntad se vuelve firme, tenaz y perseverante. Sabe lo que quiere y lo consigue a pesar de las dificultades. Y hasta la sensibilidad va adquiriendo una finura y delicadeza, que ya no sufre casi enfados pues –iluminada por la inteligencia y moderada por la voluntad- da frutos de serenidad, da paz a los demás.

Eso es lo que llamamos “virtudes humanas”, es decir aquella fuerza causada por la repetición de actos que cuestan y que constituyen unos hábitos que nos ayudan a vivir mejor cada día, nos ayudan a crecer como personas. Tristemente muchas veces esas virtudes no se ven en los modelos que nos ofrece la sociedad, y decimos que el mundo está lleno de injusticias, de irresponsabilidades, de infidelidades, de egoísmo... es verdad, pero siempre la vida feliz va seguida de hacer el bien, y esto siempre lleva consigo la vida virtuosa: la honestidad, la responsabilidad, el servicio, la fidelidad, la justicia, la generosidad, la paciencia, la bondad, etc.

El mundo necesita esos modelos, y pienso que es ilustrativo el testimonio de Walt Disney: “Y así después de esperar tanto, un día como cualquier otro... decidí no esperar las oportunidades sino yo mismo buscarlas, decidí ver cada problema como la oportunidad de encontrar una solución, decidí ver cada desierto como la oportunidad de encontrar un oasis, decidí ver cada noche como un misterio a resolver, decidí ver cada día como una nueva oportunidad de ser feliz.

Aquel día descubrí que mi único rival no era más que mis propias debilidades, y que en éstas, está la única y mejor forma de superarnos, aquel día dejé de temer a perder y empecé a temer a no ganar, descubrí que no era yo el mejor y que quizás nunca lo fui, me dejó de importar quién ganara o perdiera, ahora me importa simplemente saberme mejor que ayer.

Aprendí que lo difícil no es llegar a la cima, sino jamás dejar de subir.

Aprendí que el mejor triunfo que puedo tener, es tener el derecho de llamar a alguien "Amigo".

Descubrí que el amor es más que un simple estado de enamoramiento, "el amor es una filosofía de vida". Aquel día dejé de ser un reflejo de mis escasos triunfos pasados y empecé a ser mi propia tenue luz de este presente; aprendí que de nada sirve ser luz si no vas a iluminar el camino de los demás”.