Todos podemos compartir la evidencia de que la vida vale la pena, siempre vale la pena. Pero en nuestra sociedad esa evidencia, en muchas ocasiones se oscurece y llega a desaparecer.
Basta que la vida venga acompañada por las limitaciones físicas o psíquicas, o simplemente que parezca un inconveniente. Una ley que permita el aborto libre en las primeras semanas de gestación es un paso determinante para diluir la certeza de que la vida siempre merece la pena. Para recuperar esa certeza hay que reconocer que la vida es un don, que somos dependientes del Misterio y que los límites en los que nos movemos, algunos muy dolorosos, no son una condena sino una ocasión. La cultura de la vida puede tardar siglos en desarrollarse pero siempre empieza por gestos positivos como los de los cristianos en el Imperio Romano que recogían a niños abandonados por las calles. Las múltiples familias que acogen y adoptan en la España del Siglo XXI a niños que podían haber muerto y los que acompañan a las mujeres en situaciones difíciles, nos permiten aprender otra vez que la vida siempre merece la pena.