La Revolución Sexual ha fracasado, ¿quién guía ahora la revolución de la sexualidad?
Si hacemos una visión retrospectiva desde la llamada revolución sexual de los años sesenta, hasta nuestros días, veremos que este hecho histórico que produjo tantos cambios trajo consigo más represión y manipulación que liberación de la sexualidad, ya que ésta se ha centrado más que nunca en la búsqueda del placer sexual genitalizado.
En la actualidad, el sexo es manipulado por quienes lucran con la degradación del mismo, a través de la pornografía, el cine y la propaganda.
Los medios de comunicación social saben que la mujer o el hombre genitalizados son más vulnerables para ser manipulados en favor de la producción industrial y el consumismo de bienes materiales. Lo anterior nos
lleva a experimentar una sensación de insatisfacción y vacío interior provocada, porque lejos de que exista una verdadera liberación sexual, dicha revolución ha acentuado la genitalización del sexo, y hemos olvidado de
dar paso a la creatividad, al amor y a la trascendencia, siendo éstas las mejores armas para levar a cabo la verdadera revolución sexual.
Cuando el hombre y la mujer se aman en serio, se entregan el uno al otro para siempre, y eso es el matrimonio. Entonces tiene sentido la expresión corporal de esa entrega total, que es el acto matrimonial, que a veces
designamos como “hacer el amor”.
En realidad, hacer el amor, de verdad de verdad, sólo es posible dentro del matrimonio, porque sólo cuando dos personas se han entregado ya totalmente, ese acto es verdadera expresión del amor total. Si no ha habido entrega de la propia vida mediante el matrimonio, no puede haber expresión auténtica de una entrega que todavía no existe. El acto sexual fuera del matrimonio es una mentira radical (cfr. Mikel Gotzon, Saber amar con el cuerpo, p. 18).
El matrimonio surge por el consentimiento de dos voluntades. Casarse es entregarse para siempre, es como tirarse sin paracaídas: una vez que he saltado, la cosa no tiene remedio. Casarse es la entrega mutua entre
dos personas para siempre: Una con uno para toda la vida. Si todavía no nos hemos casado, no nos hemos comprometido. No es lo mismo acostarse cuando todavía no nos hemos casado que hacerlo después. Hacer el amor es verdad, y por lo tanto, bueno, sólo después de la boda, que consiste en ese acto de
voluntad de comprometerse para toda la vida.
Como el amor es lo más grande que tenemos, y se ha de amar con el único cuerpo y la única mente que tenemos, corromper la integridad sexual del cuerpo con la impureza del egoísmo carnal, es corromper el vehículo e instrumento que tenemos para expresar y realizar el amor.
La corrupción e impureza del cuerpo luego se refleja en la voluntad y en el corazón de esa persona. Luego será corrupta en otros campos. El egoísmo se mete en el alma. El cerebro va acumulando un modo egoísta de vivir el
sexo y un modo egoísta y animal de considerar al otro. No se le ve como persona a la que se ama, sino como objeto de placer.
Superar esta podredumbre es difícil, más con el paso del tiempo. Sólo siendo sinceros y reconociendo la maldad de las actuaciones anteriores, y con la ayuda de Dios, puede el ser humano arreglar ese desastre. Pero la
limpieza exige un proceso inevitable de purificación, que es más duro que el desarrollo natural de la castidad. La impureza es utilizar el sexo para fines egoístas de placer corporal. La pureza es saber amar con el alma y el
cuerpo, saber entregarse por entero, dentro del matrimonio.
La sociedad ha reprimido nuestra sexualidad y ha sido precisamente la Iglesia quien, al hablar de la verdad del cuerpo humano, defiende la sexualidad y su belleza. En el cuerpo tiene lugar la historia del amor y del
gran trabajo de Dios. La primera manifestación de amor de Dios se encuentra ahí. Educar a los jóvenes para que crezcan en el amor es una gran tarea.
Platón, filósofo griego, dice que todo comienza con el encuentro con la belleza del cuerpo, después se procede hasta llegar a Dios.