En el funeral de Chesterton, Ronald Knox recordó a su amigo como poeta de la sencillez profunda: “Fue uno de los grandes hombres de su tiempo; su mejor cualidad era el don de iluminar lo ordinario y de descubrir en todo lo trivial una cierta eternidad... Fue como un hombre que había dado la vuelta al mundo para ver con ojos nuevos su propia casa...”.
Gilbert K. Chesterton decía: “Si no podemos hacer que los hombres vuelvan a gozar de la vida ordinaria que los modernos llaman insípida, toda nuestra civilización estará en ruinas dentro de unos años...Si no podemos hacer interesantes tal cual son, el amanecer, el pan de cada día y la creación mediante el trabajo corriente, la fatiga caerá sobre nuestra civilización como una enfermedad mortal. Así murió la civilización antigua: de pan y circo, y de olvido de los dioses del hogar”. Luego agrega Chesterton: “Una sociedad está en decadencia, definitiva o transitoria, cuando el sentido común ha llegado a ser poco común”.
La eterna canción sobre lo extraordinario de las cosas ordinarias de Chesterton le llevaba a afirmar: “No está en distanciarse de la vida el secreto que todos buscamos, el secreto de gozar de la vida. Estoy completamente seguro de que nuestro mundo terminará en la desesperación si no conseguimos hacer que nuestra mente, los pensamientos corrientes que tenemos en los momentos ordinarios, sean más sanos y más felices de lo que parecen ahora, a juzgar por la mayoría de novelas y poemas modernos”.
El chileno Jorge Peña escribe: “Estamos hechos para lo absoluto y lo eterno, y lo que no sea eso nos defrauda”. Jean Guittón explica: La vida es ya una participación misteriosa de la eternidad. Estamos ya en la eternidad y tras la muerte entraremos una vez más en la eternidad (...). El tiempo es la eternidad ya comenzada. La eternidad es el tiempo tras la muerte (cfr. Guitton, El héroe, el genio y el santo, Madrid 1995, p. 11-13).
Hay una manera de trabajar con arte, con belleza y con estilo que refleja nuestro sello personal y nuestro gusto por lo que hacemos. Si se hace con esmero lo que se tiene entre manos, aquello nos llena No hará falta soñar con otras cosas porque habremos encontrado ese algo divino escondido en las situaciones más comunes. La santificación de la vida ordinaria requiere esta dosis de realismo y de amor a la realidad. Efectivamente, hay que participar con el trabajo y con el descanso en la obra creadora de Dios: allí está la felicidad.
La razón del malestar de muchos proviene del desprecio de la realidad cotidiana; se busca un cambio de ambiente. Es difícil valorar el presente cuando hay la tendencia a escaparse, a no vivir el presente. Sin embargo, todo realismo valora y tiene mucho el día de hoy. Es tarea ardua vivir con intensidad el presente. Y lo vive con intensidad el que tiene presencia de Dios.
“El punto de incidencia entre lo eterno y lo temporal es el instante –dice Jorge Peña Vial-; no en vano se habla de lo eterno como un hoy dichoso y para siempre. Lo definitivo de nuestra vida se juega en el ahora y en la hora de nuestra muerte (...) Por tanto la mística ojalatera, en su versión imaginativa,. procura sacarnos del momento presente y fascinarnos con las añoranzas del pasado o los hechizos del futuro (...). El hombre se vuelve, así, incapaz de una acogida amante del presente” (Cfr. Actas Centenario. Mística ojalatera y realismo en la santidad de la vida ordinaria, 2002).
Jesucristo es bastante claro cuando aconseja respecto al futuro: “no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán”.
La condición necesaria para santificarnos requiere una premisa: No se puede santificar lo que no se ama, lo que no se acepta, lo que se rechaza quejumbrosamente. Plantearse: Si trabajáramos en una empresa y nos evaluaran, ¿qué rendimiento encontrarían? Nos subirían de puesto o nos bajarían el sueldo.
Un criterio inefable para discernir cuanto se ama o no la realidad que nos rodea, nos lo proporciona la alegría. La alegría ──dice un profesor de la Universidad de los Andes (Chile), Jorge Peña──, entraña una afirmación de lo creado, es consecuencia del amor y fruto de las virtudes.
Al respecto Nietszche decía que es “fácil organizar una fiesta, pero lo difícil es dar con aquellos que se alegran”. Pieper dice: “Para estar alegres es necesario aprobarlo todo.
El escritor francés Georges Bernanos escribió: “La santidad es una aventura, incluso la única existente. Quien lo haya entendido, ha penetrado en el corazón de la fe católica”. Y así aparecen ante nosotros las figuras de los santos, desde el médico que ejerce su labor desinteresadamente, pasando por el erudito, hasta las personas sencillas, fundadoras de congregaciones y laicos que viven en este mundo. “A mí siempre me parece importante ver a los numerosos santos insignificantes que hay, personas sencillas, sobre todo como las que conocí en mi infancia, esos viejos y bondadosos labradores, esas viejecitas buenas y amables que consagraron su vida a los hijos, a la familia, a la Iglesia, y también al resto de la gente del pueblo”, dice Benedicto XVI (Dios y el mundo, p. 432).
A pesar de este u otro desgarrón existencial, no sólo no habrá alegría en nuestra vida, sino que tampoco existirá afán de superación, si no se parte del fundamento que asienta sus bases en la aceptación de sí mismo. A veces no aceptamos nuestro peso, nuestra talla, nuestra situación, nuestra biografía, nuestras limitaciones o dificultades. Sin embargo, todo cambio supone una previa aceptación de uno mismo.
¡Cuánto cuentan los detalles en la vida ordinaria para ser felices y hacer felices a los demás! Benedicto XVI exclamó a principios de este año 2007: “Encender un fósforo es mejor que maldecir la oscuridad”.