PRIMERA PARTE
LA PROFESIÓN DE LA FE
PRIMERA SECCIÓN
«CREO»-«CREEMOS»
CAPÍTULO SEGUNDO
DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE
50 Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza
a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no
puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación
divina (cf. Cc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente libre, Dios
se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio
benevolente que estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los
hombres. Revela plenamente su designio enviando a su Hijo amado, nuestro Señor
Jesucristo, y al Espíritu Santo.
ARTÍCULO 1
LA REVELACIÓN DE DIOS
I Dios revela su designio amoroso
51 "Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a
sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los
hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el
Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina" (DV 2).
52
Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su
propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de
ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1,4-5). Al revelarse a sí
mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de
amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.
53 El designio divino de la revelación se realiza a la vez
"mediante acciones y palabras", íntimamente ligadas entre sí y que
se esclarecen mutuamente (DV 2). Este designio comporta una "pedagogía
divina" particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por
etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que
culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo.
S. Ireneo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la
imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: "El Verbo de Dios
ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al
hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre,
según la voluntad del Padre" (haer. 3,20,2; cf. por ejemplo 17,1; 4,12,4;
21,3).
II Las etapas de la revelación
Desde el origen, Dios se da a conocer
54 "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los
hombres testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el
camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a
nuestros primeros padres ya desde el principio" (DV 3). Los invitó a una
comunión íntima con él revistiéndolos de una gracia y de una justicia
resplandecientes.
55 Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros
primeros padres. Dios, en efecto, "después de su caída alentó en ellos
la esperanza de la salvación con la promesa de la redención, y tuvo incesante
cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la
salvación con la perseverancia en las buenas obras" (DV 3).
Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la
muerte...Reiteraste, además, tu alianza a los hombres (MR, Plegaria
eucarística IV,118).
La alianza con Noé
56 Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide
desde el comienzo salvar a la humanidad a través de una serie de etapas. La
Alianza con Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9) expresa el principio de la
Economía divina con las "naciones", es decir con los hombres
agrupados "según sus países, cada uno según su lengua, y según sus
clanes" (Gn 10,5; cf. 10,20-31).
57 Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de
las naciones (cf. Hch 17,26-27), está destinado a limitar el orgullo de una
humanidad caída que, unánime en su perversidad (cf. Sb 10,5), quisiera hacer
por sí misma su unidad a la manera de Babel (cf. Gn 11,4-6). Pero, a causa del
pecado (cf. Rom 1,18-25), el politeísmo así como la idolatría de la nación y
de su jefe son una amenaza constante de vuelta al paganismo para esta economía
aún no definitiva.
58 La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las
naciones (cf. Lc 21,24), hasta la proclamación universal del evangelio. La
Biblia venera algunas grandes figuras de las "naciones", como
"Abel el justo", el rey-sacerdote Melquisedec (cf. Gn 14,18), figura
de Cristo (cf. Hb 7,3), o los justos "Noé, Daniel y Job" (Ez 14,14).
De esta manera, la Escritura expresa qué altura de santidad pueden alcanzar los
que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo "reúna en
uno a todos los hijos de Dios dispersos" (Jn 11,52).
Dios elige a Abraham
59 Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo
"fuera de su tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer
de él "Abraham", es decir, "el padre de una multitud de
naciones" (Gn 17,5): "En ti serán benditas todas las naciones de la
tierra" (Gn 12,3 LXX; cf. Ga 3,8).
60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a
los patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28), llamado a preparar la
reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia (cf. Jn
11,52; 10,16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos
hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18.24).
61 Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento
han sido y serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones
litúrgicas de la Iglesia.
Dios forma a su pueblo Israel
62 Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como
su pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza
del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le
sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo, y
para que esperase al Salvador prometido (cf. DV 3).
63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19,6), el que
"lleva el Nombre del Señor" (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos
"a quienes Dios habló primero" (MR, Viernes Santo 13: oración
universal VI), el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de
Abraham.
64 Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la
salvación, en la espera de una Alianza nueva y eterna destinada a todos los
hombres (cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los corazones (cf. Jr 31,31-34;
Hb 10,16). Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la
purificación de todas sus infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que
incluirá a todas las naciones (cf. Is 49,5-6; 53,11). Serán sobre todo los
pobres y los humildes del Señor (cf. So 2,3) quienes mantendrán esta
esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora, Ana,
Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas
la figura más pura es María (cf. Lc 1,38).
III
Cristo Jesús, «mediador y plenitud de toda la Revelación»(DV 2)
Dios ha dicho todo en su Verbo
65 "De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el
pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos
nos ha hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho
hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En El lo dice
todo, no habrá otra palabra más que ésta. S. Juan de la Cruz, después de
otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando Hb 1,1-2:
Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene
otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene
más que hablar; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha
hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora
quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo
haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente
en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan de la Cruz, Subida al
monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos 1929), p.
184.).
No habrá otra revelación
66 "La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca
cesará y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la
gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (DV 4). Sin embargo,
aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada;
corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el
transcurso de los siglos.
67 A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas
"privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la
autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la
fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la
Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en
una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el
sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas
revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la
Iglesia.
La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar
o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas
Religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en
semejantes "revelaciones".
Resumen
68 Por amor, Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este
modo da una respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre
se plantea sobre el sentido y la finalidad de su vida.
69 Dios se ha revelado al hombre comunicándole gradualmente su propio
Misterio mediante obras y palabras.
70 Más allá del testimonio que Dios da de sí mismo en las cosas
creadas, se manifestó a nuestros primeros padres. Les habló y, después de la
caída, les prometió la salvación (cf. Gn 3,15), y les ofreció su alianza.
71 Dios selló con Noé una alianza eterna entre El y todos los seres
vivientes (cf. Gn 9,16). Esta alianza durará tanto como dure el mundo.
72 Dios eligió a Abraham y selló una alianza con él y su
descendencia. De él formó a su pueblo, al que reveló su ley por medio de
Moisés. Lo preparó por los profetas para acoger la salvación destinada a toda
la humanidad.
73 Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo, en quien
ha establecido su alianza para siempre. El Hijo es la Palabra definitiva del
Padre, de manera que no habrá ya otra Revelación después de El.