Hasta el día de hoy sólo nos consta con certeza que un hombre ha resucitado de entre los muertos: Cristo. El hijo de Dios encarnado en el seno de la Virgen María, después de convivir con los hombres y enseñarles “el camino, la verdad y la vida”, murió en la Cruz. Y al tercer día resucitó de entre los muertos. Prueba de esta resurrección son los muchos testigos que pudieron contemplarlo y estar con él. Y su testimonio fidedigno ha quedado grabado para la posteridad en los evangelios, sometidos a diversas pruebas de historicidad, veracidad y verosimilitud a lo largo de dos milenios de vida cristiana.
A principios del tercer milenio asistimos, quizás por primera vez, a la resurrección de otro hombre, diferente de Nuestro Señor Jesucristo. Se trata de uno de esos milagros de la ciencia moderna en la que la “víctima” es ni más ni menos que Maquiavelo, personaje controvertido del siglo XVI. La “ciencia” encargada de hacer el milagro de la resurrección es, evidentemente, la publicidad y su aliada, la política. Entre ambas vienen fabricando este nuevo modelo de resurrección. Pero se trata de una resurrección muy “sui generis” es decir muy a su estilo. Un estilo del que debemos estar muy bien prevenidos.
En este estilo de resurrección, la persona resucitada aparece con un “look” totalmente distinto al que aparecía en vida. Es decir, su nueva apariencia es más lozana, más fresca más adaptada a las circunstancias actuales y curiosamente sin ningún error. Se presenta justo como un modelo a imitar, como solución a todos los problemas. Y en este caso, publicidad y política resucitan la figura de Nicolás Bernardo de Maquiavelo, nacido en Florencia el 3 de mayo de 1469 y muerto en esa misma ciudad el 22 de junio como 1527, como la figura impecable, incorrupta, panacea y solución a seguir para todos los aprendices de la política de la globalización. Olvidan, más bien, dicho, pasan por alto en esta nueva técnica de “resucitación” la concepción de política que tenía su producto resucitado. El Maquiavelo del siglo XVI decía que la política no es otra cosa que el arte de educar a los príncipes para el gobierno de los pueblos. El Maquiavelo de ellos, del tercer milenio dice que “la política enseña cómo conseguir y mantener el poder para proteger a la gente de la violencia y preservar buenas instituciones políticas” (Juana Libedinsky, “La Redacción de la Nación”, Argentina, 2001). De esta forma, quien no tenía consideración alguna por el bien común, que debe ser la preocupación de toda política (“El campo de la política debe ser la prudente solicitud por el bien común”, Laborem exercens, 20) pasa a ser el campeón y defensor de los individuos, cuando él mismo había afirmado en su libro “El príncipe” que el éxito en política lo es todo, el bien del Estado lo es todo y frente a él se tiene que sacrificar todo: la fortuna, la vida y hasta el honor.
Olvidan, nuevamente en aras de ese proceso moderno de resucitación que Maquiavelo fue fiel en su vida a esas ideas. El honor, el respeto por las ideas y los principios no significaban nada cuando se trataba de mantener el poder. De esta forma cambió muchas veces de “preferencias políticas” siendo aparentemente fiel a los Borghia, a los Médicis, a la república florentina. Todo ello lógicamente no al mismo tiempo, sino de acuerdo con las circunstancias. ¿Quién está en el poder? ¿Quién lleva la voz cantante en la política? Entonces me sumo a él. ¿Principios, honor, reputación personal? Todo esto queda olvidado. La vida habla más que las palabras y la actitud política del Maquiavelo del siglo XVI resta mucho de ser la de la impecable figura que sus resucitadores pretenden hacer de él en el siglo XXI.
Uno de sus principales críticos ha sido Saint- Hilary que ha dicho de él que no creía en el mal, en lo justo o en lo injusto, no reconocía al hombre ningún derecho inviolable, ningún deber absoluto. Somete la moral a la política y los más sagrados títulos de la humanidad a la razón de Estado. Por ello, sacrifica todos los principios a uno sólo, que es el interés y la violación de todas las leyes morales por conseguir el éxito político.
Quizás los nuevos resucitadores de esta figura sean los mismos que tienen un interés desmedido en la globalización, en donde el cumplimiento de los programas sociales pueda estar por encima del bien común. En donde el interés del bienestar económico sea el único fin al que deben tender las naciones. En donde los principios individuales deban someterse a los intereses de Estado.
De esta manera no tiene nada de especial que los nuevos Maquiavelos del tercer milenio caigan en el mismo error que su Maquiavelo del siglo XVI, aunque lo cubran de sofismas y explicaciones improcedentes: “el fin justifica los medios”. Por ello pretenden hacer que resucite un Maquiavelo impecable, hecho justo a la medida para defender sus intereses políticos.