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La respuesta del hombre a Dios. Creo


143 Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su
voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela
(cf. DV 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta
respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rom 1,5; 16,26).

ARTÍCULO 1
CREO

I La obediencia de la fe

144 Obedecer ("ob-audire") en la fe, es
someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada
por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos
propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta
de la misma.

Abraham, "el padre de todos los creyentes"

145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de
los antepasados insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la fe,
Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y
salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió
como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a
Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente,
Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17).

146 Abraham realiza así la definición de la fe dada por
la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que se espera; la prueba
de las realidades que no se ven" (Hb 11,1). "Creyó Abraham en Dios y
le fue reputado como justicia" (Rom 4,3; cf. Gn 15,6). Gracias a esta
"fe poderosa" (Rom 4,20), Abraham vino a ser "el padre de todos
los creyentes" (Rom 4,11.18; cf. Gn 15,15).

147 El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca
de esta fe. La carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar de los
antiguos, por la cual "fueron alabados" (Hb 11,2.39). Sin embargo,
"Dios tenía ya dispuesto algo mejor": la gracia de creer en su Hijo
Jesús, "el que inicia y consuma la fe" (Hb 11,40; 12,2).

María : "Dichosa la que ha creído"

148 La Virgen María realiza de la manera más perfecta
la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le
traía el ángel Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios"
(Lc 1,37; cf. Gn 18,14) y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Isabel la saludó:
"¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron
dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Por esta fe todas las generaciones
la proclamarán bienaventurada (cf. Lc 1,48).

149 Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf.
Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no
cesó de creer en el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo
ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe.

II
"Yo sé en quién tengo puesta mi fe"
(2
Tim 1,12)

Creer solo en Dios

150 La fe es ante todo una adhesión personal del hombre
a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la
verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento
a la verdad que él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona
humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo
que él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf.
Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).

Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios

151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente
creer en aquel que él ha enviado, "su Hijo amado", en quien ha puesto
toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc
9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: "Creed en Dios, cr/b>(2
Tim 1,12)

Creer solo en Dios

150 La fe es ante todo una adhesión personal del hombre
a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la
verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y asentimiento
a la verdad que él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona
humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo
que él dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura (cf.
Jr 17,5-6; Sal 40,5; 146,3-4).

Creer en Jesucristo, el Hijo de Dios

151 Para el cristiano, creer en Dios es inseparablemente
creer en aquel que él ha enviado, "su Hijo amado", en quien ha puesto
toda su complacencia (Mc 1,11). Dios nos ha dicho que les escuchemos (cf. Mc
9,7). El Señor mismo dice a sus discípulos: "Creed en Dios, creed
también en mí" (Jn 14,1). Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el
Verbo hecho carne: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que
está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18). Porque "ha
visto al Padre" (Jn 6,46), él es único en conocerlo y en poderlo revelar
(cf. Mt 11,27).

Creer en el Espíritu Santo

152 No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su
Espíritu. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres quién es Jesús.
Porque "nadie puede decir: 'Jesús es Señor' sino bajo la acción del
Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). "El Espíritu todo lo sondea, hasta las
profundidades de Dios...Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de
Dios" (1 Cor 2,10-11). Sólo Dios conoce a Dios enteramente. Nosotros
creemos en el Espíritu Santo porque es Dios.

La Iglesia no cesa de confesar su fe en un solo Dios, Padre,
Hijo y Espíritu Santo.

III Las
características de la fe

La fe es una gracia

153 Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido
"de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos"
(Mt 16,17; cf. Ga 1,15; Mt 11,25). La fe es un don de Dios, una virtud
sobrenatural infundida por él, "Para dar esta respuesta de la fe es
necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio
interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los
ojos del espíritu y concede `a todos gusto en aceptar y creer la verdad'"
(DV 5).

La fe es un acto humano

154 Sólo es posible creer por la gracia y los auxilios
interiores del Espíritu Santo. Pero no es menos cierto que creer es un acto
auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia
del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por él
reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia
dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus
intenciones, y prestar confianza a sus promesas (como, por ejemplo, cuando un
hombre y una mujer se casan), para entrar así en comunión mutua. Por ello, es
todavía menos contrario a nuestra dignidad "presentar por la fe la
sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que
revela" (Cc. Vaticano I: DS 3008) y entrar así en comunión íntima con
El.

155 En la fe, la inteligencia y la voluntad humanas
cooperan con la gracia divina: "Creer es un acto del entendimiento que
asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad movida por Dios mediante
la gracia" (S. Tomás de A., s.th. 2-2, 2,9; cf. Cc. Vaticano I: DS 3010).

La fe y la inteligencia

156 El motivo de creer no radica en el hecho de
que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la luz de
nuestra razón natural. Creemos "a causa de la autoridad de Dios mismo que
revela y que no puede engañarse ni engañarnos". "Sin embargo, para
que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón, Dios ha querido que
los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas
exteriores de su revelación" (ibid., DS 3009). Los milagros de Cristo y de
los santos (cf. Mc 16,20; Hch 2,4), las profecías, la propagación y la
santidad de la Iglesia, su fecundidad y su estabilidad "son signos ciertos
de la revelación, adaptados a la inteligencia de todos", "motivos de
credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un
movimiento ciego del espíritu" (Cc. Vaticano I: DS 3008-10).

157 La fe es cierta, más cierta que todo
conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede
mentir. Ciertamente las verdades reveladas pueden parecer oscuras a la razón y
a la experiencia humanas, pero "la certeza que da la luz divina es mayor
que la que da la luz de la razón natural" (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2,
171,5, obj.3). "Diez mil dificultades no hacen una sola duda" (J.H.
Newman, apol.).

158 "La fe trata de comprender" (S.
Anselmo, prosl. proem.): es inherente a la fe que el creyente desee conocer
mejor a aquel en quien ha puesto su fe, y comprender mejor lo que le ha sido
revelado; un conocimiento más penetrante suscitará a su vez una fe mayor, cada
vez más encendida de amor. La gracia de la fe abre "los ojos del
corazón" (Ef 1,18) para una inteligencia viva de los contenidos de la
Revelación, es decir, del conjunto del designio de Dios y de los misterios de
la fe, de su conexión entre sí y con Cristo, centro del Misterio revelado.
Ahora bien, "para que la inteligencia de la Revelación sea más profunda,
el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus
dones" (DV 5). Así, según el adagio de S. Agustín (serm. 43,7,9),
"creo para comprender y comprendo para creer mejor".

159 Fe y ciencia. "A pesar de que la fe esté
por encima de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas. Puesto que
el mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha hecho descender en el
espíritu humano la luz de la razón, Dios no podría negarse a sí mismo ni lo
verdadero contradecir jamás a lo verdadero" (Cc. Vaticano I: DS 3017).
"Por eso, la investigación metódica en todas las disciplinas, si se
procede de un modo realmente científico y según las normas morales, nuca
estará realmente en oposición con la fe, porque las realidades profanas y las
realidades de fe tienen su origen en el mismo Dios. Más aún, quien con
espíritu humilde y ánimo constante se esfuerza por escrutar lo escondido de
las cosas, aun sin saberlo, está como guiado por la mano de Dios, que,
sosteniendo todas las cosas, hace que sean lo que son" (GS 36,2).

La libertad de la fe

160 "El hombre, al creer, debe responder
voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar
la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza" (DH
10; cf. CIC, can.748,2). "Ciertamente, Dios llama a los hombres a servirle
en espíritu y en verdad. Por ello, quedan vinculados por su conciencia, pero no
coaccionados...Esto se hizo patente, sobre todo, en Cristo Jesús" (DH 11).
En efecto, Cristo invitó a la fe y a la conversión, él no forzó jamás a
nadie jamás. "Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la
fuerza a los que le contradecían. Pues su reino...crece por el amor con que
Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él" (DH 11).

La necesidad de la fe

161 Creer en Cristo Jesús y en aquél que lo envió para
salvarnos es necesario para obtener esa salvación (cf. Mc 16,16; Jn 3,36; 6,40
e.a.). "Puesto que `sin la fe... es imposible agradar a Dios' (Hb 11,6) y
llegar a participar en la condición de sus hijos, nadie es justificado sin ella
y nadie, a no ser que `haya perseverado en ella hasta el fin' (Mt 10,22; 24,13),
obtendrá la vida eterna" (Cc. Vaticano I: DS 3012; cf. Cc. de Trento: DS
1532).

La perseverancia en la fe

162 La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre.
Este don inestimable podemos perderlo; S. Pablo advierte de ello a Timoteo:
"Combate el buen combate, conservando la fe y la conciencia recta; algunos,
por haberla rechazado, naufragaron en la fe" (1 Tm 1,18-19). Para vivir,
crecer y perseverar hasta el fin en la fe debemos alimentarla con la Palabra de
Dios; debemos pedir al Señor que la aumente (cf. Mc 9,24; Lc 17,5; 22,32); debe
"actuar por la caridad" (Ga 5,6; cf. St 2,14-26), ser sostenida por la
esperanza (cf. Rom 15,13) y estar enraizada en la fe de la Iglesia.

La fe, comienzo de la vida eterna

163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de
la visión beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a
Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2).
La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna:

Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como
el reflejo en un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de
que nuestra fe nos asegura que gozaremos un día ( S. Basilio, Spir. 15,36;
cf. S. Tomás de A., s.th. 2-2,4,1).

164 Ahora, sin embargo, "caminamos en la fe y no en
la visión" (2 Cor 5,7), y conocemos a Dios "como en un espejo, de una
manera confusa,...imperfecta" (1 Cor 13,12). Luminosa por aquel en quien
cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a
prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe
nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de
la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a
ser para ella una tentación.

165 Entonces es cuando debemos volvernos hacia los
testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda
esperanza" (Rom 4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación de
la fe" (LG 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II,
R Mat 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su
sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo en
torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que
nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los
ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Hb 12,1-2).