Enfocar la propia vida en función de lo que los demás piensen de nosotros es un error y también fuente de sufrimientos inútiles, y de pérdida de paz. Es lógico que procuremos que la gente tenga una buena opinión de nuestra persona. Pero hipotecar nuestra existencia a ese objetivo es una frivolidad.
Poca estima tendría quien se juzgara sólo según el criterio ajeno.
La persona madura y realista no se sorprende de que la vida tenga dificultades. Una persona optimista que conocí decía que, al ver un obstáculo, pensaba: “Éste me lo salto yo”, y, efectivamente, siempre salía avante.
La voz humana, la palabra, tiene un gran peso en el ánimo de los demás.
La palabra puede ser bálsamo, luz, poesía, gozo, compañía, ilusión, cariño... y sólo eso debería de ser. El silencio también puede ser eso mismo, ante el que el alma se siente abrigada por pensamientos de paz. Para que haya paz en el mundo se necesita también la paz de las palabras. Sólo en un clima de silencio interior es posible oír la voz de Dios, entretenerse con Él y captar las exigencias de su amor.
Exagerar, dramatizar, descalificar, considerarnos mártires e incomprendidos, abandonados a un destino adverso refleja una personalidad inmadura e infantil, donde la queja es el mecanismo de defensa para que se nos dé la razón. El victimismo siempre es sospechoso y más cuando se convierte en una actitud ante la vida. Hay que estar alerta porque todos tendemos a echarle la culpa a los demás de lo que nos sucede.
La gente juzga demasiado, sin necesidad, y siempre otorgando la razón a los nuestros con una ligereza asombrosa. No cabe duda de que es más inteligente suspender el juicio cuando no tenemos todos los hilos de la trama, o cuando vamos a concluir faltando a la caridad. Hay personas que sólo emiten juicios negativos, quizás porque se han amargado; pero siempre pueden salir de la trampa si ponen de su parte para considerar la parte positiva. El ser humano siempre es redimible cuando abre la puerta de su voluntad al rayito de luz que siempre quiere entrar.
Con esa actitud se evita crear un clima de división y de enfrentamiento que tan poco sirve para lo más importante de la vida: amar y perdonar.
Callar, comprender y disculpar, son verbos que conjuga un corazón noble y agradecido.
Nuestros hábitos diarios dejan huella en nuestro interior y crean una secuencia que facilita la paz interior, si son hábitos positivos. Una vida metódica propicia grandes beneficios a quien la vive. El orden, la paz, la armonía, la serenidad, son dimensiones de la felicidad. La persona que se destrampa a través del libertinaje, busca la felicidad pero lo que encuentra es el desencanto y la culpa.
No es necesario tener mucha experiencia para descubrir que la felicidad no viene de lo extraordinario, sino que su camino de llegada recorre nuestro trayecto habitual.
¡Qué importante es conocer los propios talentos y los propios puntos flacos!
Todos tenemos un punto de genialidad que deberíamos conocer y desarrollar; pero esa “chispa” puede quedar sepultada si no nos conocemos y estamos tratando sólo de imitar a los demás o de estar a la moda.
Lo que enriquece al espíritu no es tanto conocer más cosas, sino ver en más profundidad las que ya se conoce, es decir, ser cada vez más contemplativo.
La Madre Teresa de Calcuta nos dejó escrito:
El fruto del silencio es la oración
El fruto de la oración es la fe
El fruto de la fe es el amor
El fruto del amor es el servicio
El fruto del servicio es la paz.