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La mujer en la Iglesia


La mujer en la Iglesia



Con frecuencia escuchamos debates relacionados con un tema muy actual: a
mujer.  Es tan común escuchar noticias acerca de la problemática y difícil
existencia de las mujeres en todo el orbe, que parecería que nos hemos
acostumbrado a ello, y todo lo negativo que la caracteriza se convierte en
mera información, o nos brinda tan sólo tema para una discusión.


Reconocer los obstáculos y dificultades de la existencia de la mujer resulta
sencillo y cualquier persona puede identificarlos, y más aún, puede
criticarlos.  Diferentes asociaciones en nuestro mundo buscan alternativas
de solución a dicha problemática, resaltando sobre todo los aspectos
negativos: opresión, dominio, violencia, explotación, etc… No quisiéramos
restar importancia a todo ello, sin embargo debemos enfatizar en la
importancia del punto de partida para toda consideración acerca de la
mujer.  Algunas organizaciones que buscan soluciones, presentan alternativas
que las más de las veces denigran o “cosifican” al ser que se quieren
defender. 


En el Magisterio de la Iglesia podemos encontrar respuesta a las preguntas
que nos hacemos acerca del ser, la misión y la vocación de la mujer.


Debemos iniciar todo análisis reconociendo que el problema de raíz se
encuentra en la esencia de la mujer: es una persona humana y como tal tiene
dignidad.  Su valor esencial por tanto consiste en ser persona, en tener una
naturaleza racional.  La mujer al igual que el hombre fue creada por Dios a
imagen y semejanza suya;  hombre y mujer tienen la misma dignidad.  La
Iglesia nos pide que reconozcamos esa dignidad y cuando lo hagamos, habremos
dado un gran paso para modificar su existencia.


Si la naturaleza humana es racional queda claro que al preparar nuestra
razón mediante el estudio, estaremos en posibilidad de actuar
congruentemente con nuestra propia naturaleza.  Es por tanto una necesidad
imperiosa que la mujer se prepare cada vez mejor.  Ya sea de manera
autodidácta, o luchando por conseguir espacios educativos.    Si la sociedad
reconoce esta naturaleza estará en posición ayudarla a obtener esos
espacios.


El hombre, la humanidad, ha sido llamado al servicio del amor, y sólo en la
unidad puede lograr este servicio.  Dios confía al hombre la administración
de los recursos creados, y esta responsabilidad y compromiso compete a la
persona humana, hombre y mujer.


La mujer participa activamente en esta responsabilidad interviniendo en el
progreso de la humanidad de diversas maneras.  Le resulta natural participar
y afectar las relaciones interpersonales y darles una dimensión ética; en el
ámbito familiar irradiar el espíritu de servicio, de amor y donación;  en la
vida profesional testimoniar su dedicación y capacidad intelectual.


La misión de la mujer, al igual que el hombre, es la de servir para que el
Reino de Dios se haga presente en este mundo.  Evangelizar, compartir la
Buena Nueva con los demás, fa
milia,
compañeros de trabajo, amistades.  Para servir, para amar, debe prepararse y
estar dispuesta cada día a optar  por amar y servir, pues en ello manifiesta
su naturaleza racional, ya que sólo puede optar por lo que se conoce y la
sociedad actual nos presenta una visión parcial del amor, confundiéndolo con
matices menos importantes, limitándolo y en ocasiones desvirtuándolo.



Lo que resta es actuar, vivir con intensidad la propia naturaleza y
comprometerse con la propia promoción.  Finalmente y al compartir las ideas
de este artículo con una mujer muy cercana y querida para mí comentaba casi
textualmente:



“Las mujeres formamos parte de la Comunidad Eclesial, pero la pasividad, el
conformismo y las quejas, afectan a todos de manera negativa.  Cristo a
través de la Iglesia nos invita a todas, concediéndonos igual
responsabilidad que al hombre, a crear una nueva Civilización del Amor.  No
podemos esperar sentadas a que nos inviten a participar.  Es momento de
tomar la iniciativa para vivir, allí donde cada una se encuentre, el amor y
el servicio al que hemos sido llamadas;  de respetar nuestra propia dignidad
y de compartir la buena nueva de Dios nuestro Señor.  Sólo así podremos
vivir con profundidad la vocación a la que hemos sido llamadas”



JM Fernández