Ni carne, ni pez....
La mujer que se consagra a Dios inicia el itinerario de una transformación para dejar de ser ella misma y convertirse en Cristo. Así lo establece el Concilio y el Magisterio de la Iglesia cuando afirma que “la cuestión de la formación en la vida religiosa es una cuestión de identidad. El fin inmediato de la formación, durante el periodo institucional (y nosotros podríamos añadir que dicha formación se debe prolongar a lo largo de toda la vida), es conducir a los candidatos a tomar conciencia de los aspectos más específicos de la vida religiosa en la Iglesia, con el fin de que la asuman como propia. En otras palabras, el fin primario de la formación es el permitir alcanzar la identidad propia de la vida religiosa en la Iglesia.”1 Por otra parte se ha afirmado que la formación para lograr la identidad de la vida religiosa no es otra cosa que una secuela, un seguimiento, para responder cada día a la invitación que Cristo hace para vivir una vida de total y exclusiva posesión. La formación cubrirá todos los campos que conforman a la persona, en forma armónica, para que pueda responder a ese llamado originario, tal y como afirma la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata2, y que Juan Pablo II recordó a las religiosas de Latinoamérica en 1990: “La identidad y autenticidad de la vida religiosa se caracteriza por el seguimiento de Cristo y la consagración a Él mediante la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. Con ellos se expresa la total dedicación al Señor y la identificación con Él en su entrega al Padre y a los hermanos. El seguimiento de Cristo mediante la vida consagrada supone una particular docilidad a la acción del Espíritu Santo, sin la cual la fidelidad a la propia vocación quedaría vacía de contenido.”3 ¿Cómo se forma en cada religiosa esta identidad?
“El Concilio y el Magisterio posconciliar proponen en primer lugar como modelo de identidad el Cristo del evangelio. En segundo lugar muestran la ejemplaridad de los apóstoles, que dejaron todo por seguir a Cristo, viviendo con Él y como Él. Estas orientaciones doctrinales, espirituales y formativos son determinantes para alcanzar la identidad de la vida religiosa.”4 Es Cristo entonces quien polariza las energías como punto de llegada de todos los afanes de la religiosa. Conformarse con Cristo en todas sus dimensiones será la tarea a realizar durante toda la vida.
En este esfuerzo por identificarse con Cristo la religiosa no puede olvidar ningún aspecto de su personalidad. Todos y cada uno de los elementos que la constituyen deberán quedar transformados por Cristo para hacerse más semejante a Él. Esta transformación le exigirá una formación en todos lo niveles. Quien se forma se transforma. La formación tiende sencillamente a propiciar la adecuada transformación de la religiosa en Cristo. Pero esta transformación se realiza en un material muy concreto y tangible como lo es la persona de cada religiosa. La formación espiritual, que la llevará directamente a transformarse en Cristo, pasa necesariamente por la formación humana. No podemos tener a la mujer santa, si primero no tenemos a la mujer, parangonenando de alguna manera al Aquinate.5 Y así decimos que primero debemos tener a la mujer, después a la santa. ¿Qué tipo de mujer? Oigamos al Concilio Vaticano II definir las características humanas más esenciales de la
1 Congregación para los Institutos de vida consagrada y para las sociedades de vida apostólica, Instrucción Potissimus institutionis, 2.2.1990, n.1 2 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996 n.64 y 65 3 Juan Pablo II, Carta apostólica “Los caminos del evangelio”, a los religiosos y religiosas de América Latina en ocasión del V centenario de la evangelización del Nuevo Mundo, 26.6.1990, n.16 4 Ángel Pardilla, La forma di vita di Cristo al centro della formazione alla vita religiosa. Il quadro biblico e teologico della formazione, Editrice Rogate, Roma, 2003, p.259 5 “La gracia sobrenatural no suprime la naturaleza, sino que la eleva.” S. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q.1, a.8c.
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persona humana: “Estabilidad psicológica, capacidad de tomar decisiones ponderadas y en el modo recto de enjuiciar los acontecimientos y a las personas.”6 Pero para tener a la mujer con estas características es necesario desarrollar un programa completo de formación que incluya las siguientes áreas: formación de la inteligencia, formación de la voluntad, formación de las pasiones, formación de los sentimientos, formación de la imaginación, formación de la memoria, formación física y formación moral. Este es el esquema clásico que se ha seguido, que mira sobretodo a formar cada una de las facultades del hombre, en modo armónico, sin privilegiar ni menospreciar ningún elemento que lo constituye.
Para llevar a cabo esta formación, la religiosa cuenta con un instrumento de inestimable ayuda: el carisma congregacional. “Aunque parecería difícil de notar en una institución determinada los aspectos originales y más específicos de dicha institución, el fundador y la fundadora siempre han afirmado con seguridad, la existencia de una identidad específica. La propia familia religiosa es diferente de las otras, tiene una propia fisonomía, una particular razón de ser o un propio espíritu.”7 Es el carisma el que da una impronta a toda la formación de la religiosa, como reflejo de la experiencia vivencial que el fundador o la fundadora hicieron de la persona de Cristo. La religiosa que quiere alcanzar el ideal de identificarse con Cristo, no debería tener otra preocupación que esta de asimilar, vivir y transmitir las Constituciones, el espíritu propio, la metodología, las genuinas tradiciones de vida y apostolado que Dios donó al Instituto a través del fundador o la fundadora. Allí encontrará todo lo necesario para vivir plenamente su identidad de mujer consagrada a Dios. Muchos problemas y grandes sufrimientos podrían ser ahorrados a las religiosas y formadoras si conocieran claramente la identidad de la vida religiosa plasmada en el carisma de la Congregación. Esta ignorancia, que desgraciadamente pulula en no pocos ambientes religiosos, origina una desorientación en la formación de las religiosas. A la pregunta, ¿cuál es el tipo de religiosa que quiero formar?, muchas no saben dar una respuesta concreta, certera y objetiva que les permita fijar fácilmente dicha identidad para que, a partir de esa meta, puedan sugerirse los medios más aptos para alcanzarla. Primero el ser, luego el hacer, dice un principio de metafísica. La formadora no podrá formar si no tiene en mente la idea –identidad religiosa- de lo que quiere formar. Su trabajo formativo le resultaría más fácil y con objetivos más claros y definidos, al definir con claridad la identidad religiosa que quiere plasmar en sus formandas. Sin duda alguna que esta identidad religiosa conforma una experiencia humana, una experiencia cristiana y una experiencia de consagración, mismas que ha vivido a su vez el fundador o la fundadora. Esta identidad no se construye, por lo tanto, sin la presencia del elemento humano. Y si quiere partir con principios sólidos en la formación, deberá partir del elemento humano. Pero, ¿de qué tipo de persona humana estamos hablando?
La concepción que tenga la formadora de la persona humana será pieza clave en la formación de la mujer religiosa. Son muchas las concepciones antropológicas que corren en nuestro tiempo. Hay quienes ponen el énfasis en la parte psicológica8, llegando a limitar o anular la libertad de la persona, reduciéndola a un amasijo de pasiones incontroladas, fruto de traumas no superados del pasado, Hay quien pone el énfasis sólo en la voluntad9, dejando a un lado la acción de la gracia. No se trata por tanto de lograr un equilibrio malabárico, en donde se juegue peligrosamente con todos los elementos, corriendo el peligro de dejar caer algunos, en prejuicio de otros. Se trata más bien de
6 Pablo VI, Decreto Optatam totius, 28.10.1965, n. 11 7 Fabio Ciardi, In ascolto dello Spirito, Città nuova editrice, Roma, 1996, p. 65 8 Poner algún comentario del libro de Cantelmi 9 Algo del eneagrama
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observar la realidad, de saber cómo es el hombre en la realidad, y a partir de esa visión antropológica realista, construir la mujer y luego, la mujer consagrada. Haciendo un breve resumen antropológico, vemos que el hombre es alma y cuerpo. Y de ahí parten las potencias del hombre: la inteligencia y la voluntad forman la parte espiritual; la sensibilidad lo hará de la parte corporal. Serán la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad, las tres potencias de la mujer que la formadora debe atender, si quiere plasmar la identidad religiosa dejada por su Fundador y fijada por el carisma.
Sin embargo el desconcierto que existe actualmente en la concepción del hombre10 no hace aparecer en forma tan clara cuál debe ser la jerarquía que se tiene que dar en la formación. La primacía, para algunos son los sentimientos. Otros piensan que es la razón y hay quien afirma que debe ser la voluntad. Es sobre ésta última potencia sobre la que se deben construir las otras dos, ya que el hombre carente de voluntad podrá conocer y amar el bien, pero si no cuenta con las fuerzas necesarias para llevarlo a cabo, puede sucumbir en nada sus buenos deseos. La transformación en Cristo de la que hemos ampliamente hablado como marco de referencia para adquirir la identidad consagrada, nos hace pensar en la persona de Cristo como modelo a seguir. Si bien podemos afirmar que la mujer consagrada nunca podrá ser idéntica a Cristo, tratará de asemejársele lo más posible, a través de la imitación de su vida. Se hablará por tanto de una imitación bajo todos los puntos de vista que conforman la persona de la religiosa, elencados renglones arriba: inteligencia, voluntad, pasiones, sentimientos, imaginación, memoria, formación física y formación moral. Esta formación que tiende a lograr una transformación en Cristo no es simplemente un conjunto de conocimientos que quedan en la mente de la mujer consagrada. Deben hacerse realidad, deben transformarse en hechos concretos. Y para ello es necesario saber que nada duradero se logrará en la formación si no somos capaces de formar en nosotros o en otras personas, virtudes. No se trata simplemente de una repetición de actos, de un hábito, sino de una virtud, siendo ésta la disposición habitual y firme de hacer el bien. No se trata simplemente de hacer actos buenos, sino de dar lo mejor de sí misma, utilizando todas las potencias del hombre (inteligencia, voluntad y sensibilidad) para alcanzar y hacer siempre el bien.
Dice el Catecismo de la Iglesia católica que “Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien.”11 Desde el punto de vista meramente humano, la formadora debe buscar en sus formandas la consecución de aquellas virtudes humanas que más le puedan servir para fundamentar la construcción de la mujer consagrada. El carisma de la congregación podrá servirle de guía, para elegir las virtudes humanas más requeridas en la formación de las religiosas. Quien por ejemplo debe trabajar con enfermos y ancianos, hará muy bien en fundamentar sólidamente la virtud de la paciencia o la amabilidad. Hablamos de virtudes y no de valores, ya que el término valor se centra en la apreciación subjetiva de una o muchas cualidades de una cosa o circunstancia y la hace apetecible para la persona que la apreciado. La virtud se refiere más al esfuerzo personal que cada persona debe realizar por adquirir el bien. El apreciar el valor en una cosa no lleva necesariamente a la persona a trabajar y esforzarse por adquirirlo, mientras que la virtud siempre requiere esfuerzo y sacrificio por parte de la persona.
10 Actualmente las dificultades por concebir lo que es el hombre y llevarlo a una formación plena, se deben principalmente al irracionalismo, el presentismo, el esteticismo, el relativismo moral, el indiferentismo religioso, el desencanto, la soledad y el individualismo. Estas circunstancias originan una visión del hombre distorsionada que de alguna manera, como hijos del tiempo, puede salpicar a las religiosas y dificultar su formación. 11 Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1804
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De esta forma, “las virtudes humanas adquiridas mediante la educación, mediante actos deliberados, y una perseverancia, mantenida siempre en el esfuerzo, son purificadas y elevadas por la gracia divina. Con la ayuda de Dios forjan el carácter y dan soltura en la práctica del bien. El hombre virtuoso es feliz al practicarlas.”12 Como virtudes humanas básicas, es decir aquellas sobre las cuales se agrupan todas las demás, debemos mencionar la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Estas virtudes, una vez adquiridas, facilitan la adquisición de otras muchas. Es importante por tanto enseñar a las religiosas a practicar las virtudes humanas, no por complacencia propia, sino como una base para que la gracia de Dios pueda actuar más fácilmente, para que puedan alcanzarse las virtudes religiosas y morales de la vida consagrada y también para que la religiosa pueda ser más eficaz en la transmisión del mensaje.
La época así llamada posmoderna, entre algunas de sus características, está la de ser muy sensible a todo lo que ve. Dice un dicho inglés, First impressions, last! Nuestro mundo, hecho a los medios de comunicación, no se detiene tanto a reflexionar, sino a observar. Educado por imágenes13 se guía por todo aquello que ve en un primer momento. Además, la indiferencia religiosa caracterizada por “la aceptación de la religión como un relato más, que acepta e incluso colabora de buen grado en la parte estética, folclórica y en la recuperación de usos y costumbres... siempre que no se vaya demasiado en serio a buscar el misterio, la salvación, el compromiso”14, puede ser aprovechada por la religiosa para dejar en un primer momento el mensaje de la salvación. Recuerdo haber leído en un periódico interno de una Congregación religiosa que había fundado recientemente una misión en Japón, el estar probando a evangelizar en el ascensor, aprovechando los tiempos relativamente grandes que se deben pasar en aquellos cubículos, antes de llegar al piso deseado. Son los signos de nuestros tiempos que nos hablan de la importancia de aprovechar los contactos que se tienen con las personas y hacerlo en una forma que deje impacto en ellas, a la manera de Jesucristo cuando, por ejemplo se encuentra con la mujer samaritana. Ahí Él nos da un ejemplo de cómo se deben aprovechar las virtudes sociales para transmitir el mensaje: habla en forma educada y respetuosa con una mujer, pide las cosas con amabilidad (dame de beber), no se desespera ante la ironía de la mujer(no tienes con qué sacar agua), es observador y sabe adecuarse a la cultura de la persona (una realidad terrena como el agua le sirve para llevarla al agua eterna), no le echa en cara su pecado, sino que caritativamente le hace ver su error (ve y llama a tu marido), la acoge con benevolencia. Y en la adquisición de las virtudes humanas y sociales, será la inteligencia la que ayude a discernir las situaciones y elija los mejores medios para alcanzar la misión y los proyectos encomendados. De esta forma, quien se consagra no se olvida de que es mujer antes y durante la consagración. La formación de las virtudes sociales y su importancia en la formación integral de la religiosa.
Hemos hablado de dos factores que uniéndolos nos pueden clarificar la importancia de la formación de las virtudes sociales en la religiosa. Por un lado el mundo actual, alejado de Dios y con un gran indiferentismo religioso, es muy sensible a los valores trascendentes, pues busca en ellos, inconscientemente el sentido de su vida. Además, el hombre de nuestros días, crecido a la sombra de los medios de comunicación, ha perdido en parte la facultad de razonar, dejándose llevar de todo
12 Ibidem., n. 1810 13 Convendría hacer una lectura detenida de libro de Sartoris, Homo videns versus homo sapiens, Ed. Taurus, Madrid, 1999, en donde el autor reclama la importancia que los medios de comunicación, en especial la televisión, han tenido y siguen teniendo para reducir la capacidad reflexiva e imaginativa del hombre. Mientras que el radio potencia la imaginación, la televisión no da oportunidad al hombre a pensar, pues la sucesión rápida, sintética y anacrónica de imágenes, unida a mensajes muchas veces incoherentes con la imagen, no da momento alguno para que el espectador pueda juzgar, sacar conclusiones o hacer relaciones, actividades todas ellas propias de la facultad del pensamiento. Por ello el autor afirma que la televisión ha secuestrado el intelecto del hombre posmoderno. 14 P. Tomás Morales, El ovillo de Ariadna, Ediciones encuentro, Madrid, 1998, p. 28
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aquello que le entra por sus sentidos, sin procurar hacer un discurso de juicio sobre lo que ve o lo que oye.
Por otra parte, el Concilio Vaticano II con el impulso que ha dado para que los Institutos religiosos se renovaran adecuadamente con el fin de que pudieran dialogar con el hombre de hoy, y así adaptaran el mensaje evangélico, se encuentra con la necesidad de formarse no sólo en el ámbito de las virtudes morales o religiosas, sino también en las virtudes humanas, a quien el mundo es ahora tan perspicaz por los factores antes mencionados. “Las cualidades humanas de un sacerdote o de una religiosa son las primeras en ser notadas, como el vestido, y hablan un idioma comprensible a todos. Es la humanidad la que falta en nuestra sociedad y cuando se la encuentra, uno se detiene, atraído del reclamo de cualquier cosa que pertenece al fondo de nuestra naturaleza. Estoy convencido de que si observásemos las buenas formas del manual de etiqueta, seríamos ya al menos mitad santos.”15 No son las virtudes humanas y sociales como las buenas formas de educación las que nos hacen santos, sino el esfuerzo que implica el ponerlas en práctica, el cauce que logran dar a nuestra pasiones y los buenos hábitos que van dejando en nuestra naturaleza para que la gracia pueda actuar con mayor facilidad.
Por otra parte, ya que “el ser humano es esencialmente un ser social, comunicativo... la realización humana del sacerdote (y de la consagrada) pasan también por las relaciones interpersonales y el comportamiento social. La transformación que se debe operar en el sacerdote (y en la consagrada) debe contemplar también el modo de entrar en relación con los otros, incluso en el modo de presentarse y comportarse en el ambiente social que lo circunda. Las formas externas son un espejo del alma.”16
Y por si estos argumentos no bastasen para captar la importancia de desarrollar las virtudes humanas y más concretamente, las virtudes sociales, bástenos pensar que como consagradas, las religiosas están llamadas a ser una memoria viviente de Cristo17, y en forma concreta a asimilar en sus vidas los mismos sentimientos de Cristo hacia su Padre18. Esta asimilación no debe dejar escapar ningún ámbito de la vida humana. Es así como la justificación más clara de la necesidad de formar en cada alma consagrada unas virtudes humanas y sociales provienen no sólo del reclamo de la misión o de la adecuada renovación de la vida consagrada, sino de la perenne transformación en Cristo que la religiosa esta llamada a hacer de toda su vida, durante toda su vida. Algunas virtudes sociales. Para concretizar la presentación de algunas virtudes sociales, procederemos didácticamente presentando en primer lugar una definición concreta de la virtud, la forma cómo la vivió Jesucristo y el alcance y practicidad que tiene en nuestros días. La solidariedad Definición: Proviene del latín solidus que designaba una moneda de oro sólida, invariable en su valor. El concepto pasó a la lengua moderna como soldado, consolidar, solidez y después se convirtió en solidaridad, que designa aquella realidad firme, sólida valiosa. Una estructura bien formada y armoniosa, como debe ser la familia y la vida social. Los individuos son por naturaleza solidarios porque el ser humano no es una isla: tiene necesidad de otros.
15 Giuseppe Colombero, Chi si consacra a Dio non dimentichi il galateo, en Vita Pastorale n. 6 giugno 2000. 16 Marcial Maciel, La formación integral del sacerdote, Cittá Nuova Editrice, Roma, 1994. 17 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Vita Consecrata, 25.3.1996, n. 22 18 Ibidem, n. 65
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Vivencia de la solidaridad en Jesucristo: lo observamos como hace suyas las penas y las esperanzas del pueblo de Israel. “¡Jerusalén, Jerusalén! Cuántas veces quise cobijarte, como la gallina a los polluelos.” Una solidariedad que le hará cargar con los pecados de todos los hombres.
Vida religiosa y actualidad: “Se nota una creciente enfriamiento de la solidariedad inter-personal: mientras las instituciones de asistencia desarrollan una labor laudable, se observa un venir a menos en el sentido de la solidariedad, de modo que, aunque no faltan de nada material, las personas se sienten más solas, dejadas a sí mismas, sin una red de sustento afectivo.”19 Hay pues un gran campo para que la religiosa de testimonio de esta virtud, que debe comenzar a vivir en la comunidad a la que Dios le ha llamado. Es ahí donde, superando todo tipo de cultura, nacionalidad o edad, las religiosas se unen por estrechos vínculos que las hacen poner en práctica la virtud humana de la solidaridad, al hacerse cargo unas de otras.
No debemos olvidar que para una religiosa deben cobrar vida las palabras de Terencio: “Homo sum: humani nihil alienum puto” (Soy un hombre y nada de lo humano me resulta extraño). Ahora que la comodidad y el bienestar han llegado a dominar grandes estratos de la sociedad europea, es el tiempo de la solidaridad en pequeño, es decir, de la solidariedad personal, del detalle. Es poner en práctica lo señalado por Juan Pablo II: “Es la hora de una nueva <<imaginación de la caridad>>, que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno.”20 Y esta solidaridad no se inventa, se forma a través de gestos caritativos en comunidad, que van más allá de una simple convivencia: es formar la capacidad de ver en los otros no sólo a otros hermanos, sino a otros Cristos. “No debe olvidarse, ciertamente, que nadie puede ser excluido de nuestro amor, desde el momento en que <<con la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre>>.”21 La sinceridad.
Definición: La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraces en los propios actos y en el afirmar la verdad en aquellas palabras, rehuyendo la doblez, la simulación y la hipocresía. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “sería imposible la convivencia humana si los hombres no tuvieran confianza recíproca, es decir, si no se dijese la verdad. La virtud de la verdad da justamente al otro cuanto le es debido. La veracidad respeta el justo equilibrio entre aquello que debe ser manifestado y el secreto que debe ser guardado: implica por tanto la honestidad y la discreción.”22 Vivencia de la sinceridad en Jesucristo: Él mismo fue ejemplo de sus enseñanzas: “Que vuestra palabra sea sí, sí, no, no.” “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y sus coetáneos lo tenían como una persona en la cual no había ningún doblez. Al final de su vida, fue siempre testimonio de la verdad. “¿Y qué es la verdad?” le preguntará Poncio Pilato.
Vida religiosa y actualidad: Si la vida social para construirse tiene como fundamento la sinceridad, no pensemos que esta virtud se pone en práctica sólo en el momento en que una persona se convierte en adulta y comienza a ser parte de la sociedad económicamente activa. La sinceridad se aprende en casa. Serán los padres de familia a enseñarla y en general, toda la sociedad. Se dan culturas en que la sinceridad viene premiada y otras en las que la mentira, con sus variantes de corrupción, engaño, falsedad, vengan premiadas y tenga a ser consideradas como garantes de la vida social. No basta por tanto el pensar que la familia
19 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n.8 20 Juan Pablo II, Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, 6.1.2001, n.50 21 Ibidem, n. 49 22 Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2469
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pueda contrarrestar el masivo influjo de la sociedad. Se hará necesario un testimonio valeroso que contrarreste y haga ver la posibilidad de construir un mundo sin necesidad de recurrir a la mentira. Las religiosas con su vida pueden dar muy bien este testimonio, no sólo creando ambientes en donde la sinceridad venga enseñada, apreciada y reconocida, sino que las mismas relaciones interpersonales se fundamenten en la vivencia de esta virtud. Para vivir la sinceridad será necesario hacer uso de la virtud de la fortaleza para saber decir siempre la verdad, sin importar las consecuencias que ello conlleve. La constancia. Definición: La constancia forma parte de la virtud de la fortaleza y de alguna manera consiste en la firmeza de ánimo que debe guiar a las personas en su lucha y esfuerzo por hacer el bien. Vivencia de la constancia en Jesucristo. Lo vemos todos los días en su vida pública, lanzarse a la tarea de la evangelización, de dar a conocer la Buena nueva. No lo detiene nada ni nadie. Una vez que ha determinado la forma en que comunicará el mensaje, lo lleva a la práctica, cueste lo que cueste. Y al final, habiendo sido constante en todo, puede exclamar clavado en la Cruz: “Todo está consumado.”
Vida religiosa y actualidad. Un breve pero agudo análisis de nuestros tiempos, podría ser el siguiente: “Vivimos en un mundo que rezuma molicie por todos los poros, Rehuye sistemáticamente el esfuerzo. EL ambiente enmohece la voluntad. La juventud actual muere por comprender demasiado y por querer poco. La sociedad que nos rodea está llena de semivoluntades.”23 Y frente a esta panorámica la religiosa puede contribuir tanto, con su simple testimonio de vida. El ver a una persona que tiene como primera meta en su vida el cumplimiento del deber, por encima de sus estados físicos o psicológicos, es algo que atrae. Los jóvenes especialmente, que no saben ser constantes en sus decisiones y se dejan llevar por la moda, lo espectacular, lo más fácil, pueden tener en la religiosa un ejemplo a seguir. Para ello, convendría recordar lo que dice Aristóteles: “Sé dueño de tu voluntad y esclavo de tu conciencia.” La constancia se forma fijándose metas claras y objetivas, no fantaseando sobre cosas imposibles y con mucha paciencia para saber empezar todos los días. La prudencia. Definición: Leemos en el número 1805 del Catecismo de la Iglesia Católica: “La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. Es la llamada auriga virtutum pues conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Vivencia de la prudencia en Jesucristo: “Sed sencillos como palomas y prudentes como serpientes”. Jesucristo no es ingenuo y sabe que al mal se le puede encontrar en cualquier parte por lo que conviene estar siempre en una actitud de alerta para tomar adecuadas decisiones. Él nos enseña a discernir los signos de los tiempos. Vida religiosa y actualidad: En los tiempos de la renovación la prudencia es una virtud que se ha echado mucho de menos, especialmente en algunos institutos religiosos en donde la renovación se ha entendido como adaptación de criterios mundanos a la vida religiosa. Prudencia que toma el nombre de discernimiento, como lo señaló Paolo VI en su exhortación apostólica Evangelica testificatio (1971). Y si la prudencia es importante para vivir la adecuada renovación en la Iglesia, tanto más para poder construir una sociedad regulada no por las pasiones o los intereses propios, sino por el objetivo de alcanzar el bien común.
23 P. Tomás Morales, El ovillo de Ariadna, Ediciones encuentro, Madrid, 1998, p.66
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La bondad Definición: Es la inclinación a hacer el bien, unida a la amabilidad de carácter que ve el lado bueno de las cosas y de las personas. Llega a convertirse en una actitud afable, comprensiva y compasiva con el prójimo. Una persona que ha cultivado esta virtud hace el bien en modo acogedor, permanece tranquila, serena y paciente. Se crea en torno a sí misma un ambiente de paz que genera la confianza. Vivencia de la bondad en Jesucristo: Él mismo se define: “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón”. Vemos como acoge a todos por igual: a los niños que quieren acercarse a Él, a la mujer samaritana que vive en pecado, a la adúltera descubierta in fraganti, a Pedro después de que por tres veces lo ha negado, a Judas que le ofrece una palabra acogedora en el huerto de los Olivos: “Amigo, ¿a qué has venido?” Vida religiosa y actualidad: En un mundo dominado por las relaciones interpersonales frías, limitadas a al profesión o al trabajo, cuánto bien se puede hacer al ofrecer un rostro serenos, tranquilo. O unas palabras acogedoras, llenas de significado. No por nada las personas prefieren un hospital en donde trabajen religiosas. Se puede evangelizar simple y sencillamente ofreciendo un rostro tranquilo y sereno, unas palabras amables, finas, adecuadas a las circunstancias y a las personas. Cuántas veces por el tono de voz al responder el teléfono intuimos la situación de esa religiosa, e incluso de la comunidad donde vive. Por eso no debemos escatimar ningún esfuerzo por adquirir esta virtud. Las religiosas no son funcionarios públicos ni voluntarias. Son otros Cristos y su rostro, su actitud, sus ademanes, su voz, todo su ser en una palabra debe tener el sello de esta bondad de Cristo. La discreción Definición: La templanza, de acuerdo al n. 1809 del catecismo de la Iglesia Católica señala que, “es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar para seguir la pasión de su corazón.” Vivencia de la discreción en Jesucristo: Jesucristo es el hombre enamorado de su Padre que sabe guardar su corazón hacia Él. Este amor lo hace capaz de polarizar todas sus facultades y energías de forma que todo tiene referencia a su Padre y sus intereses: instaurar el Reino de Cristo en esta tierra. De ahí que su corazón enamorado no le permita entretenerse con otros fines y siempre muestre una sana discreción. Vida religiosa y actualidad: En la vida religiosa es muy importante la virtud de la discreción, unida a la bondad del corazón. Porque un corazón pobre es un corazón libre de afectos y del ansia de posesión. Es discreto quien vive en paz con Dios, con sí mismo y con los otros porque no ambiciona las cosas ajenas y se goza en el bien de los otros. La discreción es necesaria para vigilar atentamente nuestros pensamientos y palabras. Si se descuida esta virtud, se convierte en el cáncer de las comunidades, pues se transforma en críticas, murmuraciones, calumnias. El recogimiento y el silencio. Definición: Es la capacidad que tiene la persona de hacer un espacio en su corazón para escuchar las palabras del Padre, meditarlas y ponerlas en práctica.
Vivencia del silencio en Jesucristo: Cuántas veces nos recuerdan los evangelistas que Jesucristo salía muy de mañana para hacer oración, o que se retiraba en un lugar apartado
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para caer postrado en oración. O que antes y después de una misión importante, el llamamiento de los apóstoles o la multiplicación de los panes, se retira a un lugar solitario. Es un hábito que ha logrado formar a lo largo de su vida. Vida religiosa y actualidad: Para la vida fraterna en comunidad, donde el horario marca por reglamento tiempos de silencio, es una virtud muy apreciada por cuantos conviven en comunidad. Sin embargo esta virtud no debe vivirse solamente por comodidad o razones prácticas, sino como una necesidad de crear el clima necesario para encontrarse con Dios. Además, el mundo tiene necesidad de encontrar oasis de silencio y capaz que le ayuden a encontrar el sentido de su vida. Mucho ayudarán las religiosas que sepan ofrecer no sólo los lugares y espacios físicos para este encuentro, sino las personas silenciosas y recogidas que sepan escuchar y orientar. Parte de la pérdida de la buena costumbre de la dirección espiritual se debe a que ante todo, es un carisma ejercido por personas que saben escuchar a Dios en su corazón, para luego escucharlo en el corazón de los hombres. La laboriosidad. Definición: Viene del latín labor (labor, trabajo, compromiso). La virtud de la laboriosidad implica tenacidad en el esfuerzo por conquistar y alcanzar la meta fijada. Es completamente contraria a la pereza, a la pasividad. Quien es laborioso es un apersona con iniciativa y que sabe proceder con método, con orden. Por ello es muy importante tener una metodología de trabajo personal y comunitario. La persona laboriosa no procede improvisadamente, sino que sabe trabajar con un programa, una guía y un calendario. Vivencia de la laboriosidad en Jesucristo: Lo vemos recorrer las aldeas de Galilea y Judea, predicando infatigablemente el Reino de Dios. No lleva por tanto una vida fácil o cómoda y muchas veces se encontraba que “no tenía tiempo ni para comer”.
Vida religiosa y actualidad: “Cada trabajador, jefe de empresa, asalariado, peón o técnico, artesano o comerciante, obrero agrícola o industrial, miembro de profesiones liberales o estudiante, se unifica con la obra creadora del Padre, al obra redentora del Hijo, la obra santificadora del Espíritu, y se prepara a la manifestación gloriosa del Señor.”24 El trabajo por tanto, nos hace partícipes en la obra de la creación Es una virtud que además de ennoblecer a quien la practica, ayuda a llevar mejor las fatigas del apostolado o de la misma vida fraterna en comunidad. Sin embargo algunas comunidades y religiosas han perdido el sentido de la eficacia en al trabajo. Así como las religiosas pueden ayudar al mundo a través de algunas virtudes que hemos mencionado, así el mundo, en el campo específico de la organización práctica del trabajo, puede ayudar al mundo religioso. No se trata de hacer una aplicación de conceptos de ingeniería de sistemas al mundo religioso, como quien lo ha querido hacer, calcando conceptos de leadership al gobierno o de refundación a la adecuada renovación. Se trata más bien de aprender de ellos la programación del trabajo por objetivos y el celo con que los llevan a cabo. ¿Acaso Cristo no merece lo mejor de nuestras vidas, de nuestro tiempo y de nuestra programación? Algunas virtudes humanas que enriquecen las relaciones personales.
Hemos dicho que el ser humano no es una isla y que las relaciones humanas invaden cada día más el complicado mundo en que nos ha tocado vivir. La transformación en Cristo que debe tener la religiosa la hará consciente de que estas relaciones deben y pueden ser evangelizadas. Su trato, su porte, su manera de relacionarse es una forma de evangelización y si quiere ser eficaz en su apostolado, si quiere en verdad incidir positivamente en la vida de quienes la Providencia le ha
24 Carta del Card. Villot, secretario de Estado de Pablo VI, a la Semana Social de Lyon, 16.7.1964
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asignado, deberá aprender a relacionarse con sus semejantes. No se trata de seguir un manual de etiqueta para dar una buena impresión en sociedad. Se trata más bien de conocer cuáles son las formas sociales con las que se puede relacionar mejor con los hombres y así ser mejor portadora del Evangelio. En primer lugar aprenderá a tener una relación amable y abierta con todos. La persona consagrada se relaciona con un gran número de personas. Deberá enseñarse a tratarlos a todos por igual, sin hacer distinción de sexo, cultura o ambiente social. El hombre de la posmodernidad es muy sensible al trato igualitario. Cualquier diferencia la entiende no sólo como un menosprecio, sino como un prejuicio. Por ello, para tener esta igualdad de trato, aprenderá a ver a Cristo en todas las personas y a tratarlas con bondad y humildad, como lo hacia Cristo con todas las personas. Este trato la debe llevar a escuchar a los demás, a interesarse verdaderamente por ellos para aprender luego a dialogar, que es todo un arte. En segundo lugar, la religiosa debe aprender a relacionarse con los demás en forma distinguida y cortés. No se trata aquí de tener posturas fingidas, sino de expresar en el trato el concepto y la alta estima que tenemos por los demás. Comenzando por la presentación externa que debe ser impecable, digna, sencilla, con el fin de no ahuyentar a las personas por nuestra imagen externa. Esta presentación incluye aspectos como el hábito, los zapatos, la limpieza en general. Por último, dentro de la forma distinguida y cortés con que debe tratar a las personas, no podemos olvidar las reglas de educación social en lo que se refiere al vocabulario, los ademanes y los gestos, las formas de presentación en una casa, un lugar público, etc. Parecerían convenciones sociales, pero Cristo mismo nos dio ejemplo de como se adaptó a esas convenciones sociales para transmitir con más eficacia la Buena nueva. Por tanto, el conocer estas normas sociales de trato debe verse como herramientas valiosas para el apostolado. Conclusión
El mensaje llegar por los ojos, penetra en la mente y permanece en el corazón. “En un contexto contaminado del secularismo y amenazado por el consumismo, la vida consagrada, don del Espíritu a la Iglesia y para la Iglesia, se convierte cada día más en un signo de esperanza en la medida en que testimonia la dimensión trascendente de la existencia.”25 Pero este signo de esperanza pasa por las relaciones sociales con los hombres. La religiosa que quiera ser eficaz en su misión deberá necesariamente aprender a pasar el mensaje a través de las relaciones con los hombres. El conocimiento y la puesta en práctica de estas virtudes podrán ayudarle en este trabajo, siempre y cuando las vea como instrumento para cumplir con su misión y las vivas como parte del itinerario personal de transformación en Cristo.
25 Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, 28.6.2003, n.38