Tres son los jinetes que reemplazando al de la guerra encabezan la moderna cabalgata de la muerte: El aborto, el SIDA y la droga. La segunda guerra mundial dejó en seis años (1939-1945) un saldo de 50.000.000 de muertos; se estima que en un solo año se producen 55.000.000 de abortos. El SIDA se duplica anualmente, lo que permite conjeturar que, de continuar a ese ritmo, los 566 casos registrados en la Argentina hasta 1989, se convertirán en 1.000.000 al finalizar el 2000. La droga es más peligrosa que las anteriores porque ejerce una gran atracción sobre niños y jóvenes y porque alimenta todos los males y vicios.
Un estudio privado en EE.UU. afirma que en ese país 23.000.000 de personas ingieren marihuana, 6.000.000 son adictos a la cocaína y 500,000 drogadictos. Algunos entienden que 3ra. Guerra mundial no será entre naciones sino entre la sociedad y la droga y que esa guerra ya ha comenzado.
Las miserias de la droga son tan vastas que para enunciarlas no alcanzaría este impreso: es como un pulpo de mil tentáculos que se mete por todas las rendijas. El drogadicto pierde el sentido de su condición humana, se anula su sensibilidad moral y se le desatan las pasiones. La obsesión de la droga lo ciega moralmente y para conseguirla llega a matar, robar, traficar con ella y prostituirse. Muchos son los jóvenes de ambos sexos que se prostituyen para comprar la droga. ¡Cuánto nos aflige tanta miseria! Como todos los vicios, la droga crea dependencia y en mayor grado que en ninguno: el drogadicto está maniatado y sometido. Desesperado quiere salir de ese infierno y no puede, al menos le es muy difícil. Cuesta mucho liberarse de ese estado angustiante.
La sociedad ha comprendido el peligro que acecha a la humanidad y está tomando medidas para combatirla: convenios internacionales, una legislación adecuada, severas penas para los narcotraficantes, alertar a la juventud de sus consecuencias y de cómo puede ser inducida a consumirla, crear entidades para rehabilitar a los drogadictos, fortalecer los lazos familiares y fomentar el no siempre fácil diálogo entre padres e hijos adolescentes. Estas plausibles medidas son necesarias pero ninguna ataca el mal en sus fuentes.
Se intenta desocupar un sótano inundado mediante baldes y no se cierran las goteras que provocan la inundación. Llegará un día en que no habrá baldes suficientes porque entrará más agua de la que se puede sacar. Las goteras que inundan el sótano y ponen en peligro la estabilidad de la casa se alimentan de una misma vertiente, y ésta es una concepción de la vida en que el placer desplaza el Amor como fin de la existencia.
Una filosofía en la que no existe una jerarquía de valores ni un orden en la naturaleza, ni medios ni fines, ni normalidades ni anormalidades, ni bien ni mal, lo único que interesa es que las cosas sean placenteras: sólo existe el "me gusta" o el "no me gusta".Hace un tiempo por TV se le preguntó a una chica drogadicta de 16 años por qué se drogaba, y ella contestó:"Me drogo porque me gusta. Si me drogo es cosa mía, yo no me meto en la vida de los demás". Si admitimos que la norma de la vida es el placer, ¿quién puede objetar la respuesta? ¿Y quién puede criticar en una filosofía del "porque me gusta", de los deseos desordenados del placer carnal y sus aberraciones, y las ambiciones sin límite del poder, la fama o el dinero?
Contaba un gran ateniense que una vez frente a un tribunal de niños estaba un médico sentado en el banquillo de los acusados, y el fiscal, que era cocinero, señalando al médico, decía a los niños: "Él es el enemigo, él es el culpable. ¿Quién corta y pincha nuestros cuerpos? ¿Quién os da remedios repugnantes? ¿Quién os manda guardar cama? Él, él es el culpable. En cambio, yo soy vuestro amigo. ¿Quién os prepara manjares sabrosos, postres, dulces y pasteles?" El cuento terminaba diciendo que el tribunal de niños declaró culpable al médico.
La peor de las demagogias es la que se ejerce sobre la juventud y hoy son muchos "los cocineros" que halagan a los jóvenes incentivándolos a gozar de todos los placeres. Estos "cocineros" son los mercaderes de la pornografía, los narcotraficantes; los que sancionan leyes en los que el placer se antepone al amor y, muy en especial, los que en la enseñanza, la familia, los medios de comunicación, el cine, el teatro y las diversiones, auspician, practican e inducen una educación permisiva y facilista. Permisiva, por que todo está permitido, se debe satisfacer los gustos y deseos del niño y del joven y nada hay que negarles. Facilista, porque trata de que todo les sea fácil y no se les exige esfuerzos y privaciones. Según esta educación no hay que corregirlos ni castigarlos porque hay que evitarles contrariedades.
Para que no sufra un justo castigo hay que ser cómplice con sus injusticias y mentir y aún a costa del sufrimiento de un inocente. Esta educación forma hombres caprichosos y sin voluntad que serán fáciles presas de la droga. Hombres que son como las estatuas de arena que fácil y prontamente se disgregan ante las dificultades. Las estatuas que vencen al tiempo y a los obstáculos se hacen de granito y se trabajan con martillo y buril. Si al niño y al joven no se le enseña a privarse, tampoco se les enseña a amar, porque el amor exige darse y ello incluye el sufrir. Mala es una educación prohibitiva, pero peor es la permisiva porque ésta da una falsa idea de la vida y deja al joven indefenso frente a la realidad.
"La droga es mi problema", es el suyo y el de cada uno, porque quienes pueden ser arrastrados a ese abismo son sus hijos y sus nietos. La niñez y la juventud –por su psicología, ingenuidad e inexperiencia-- son el blanco predilecto de la droga. Y sólo pensar que esos seres queridos lleguen a la drogadicción y se prostituyan, nos aterroriza. Este sentimiento debe impulsarnos a luchar contra la droga, pero el miedo no es suficiente para aniquilarla, porque el temor es el principio de la sabiduría, pero su plenitud se alcanza en el amor.
Debemos combatir la droga no solo por el miedo de que nuestros hijos no alcancen la felicidad, sino para que todos los jóvenes lleguen a la plenitud. Todos somos miembros de un "cuerpo" misterioso cuya cabeza es el Amor. En ese "cuerpo" todo se comunica, los sufrimientos de un hombre son nuestros sufrimientos, sus tristezas y alegrías son nuestras tristezas y alegrías. "La droga es mi problema", pero también es nuestro problema porque amar es querer que todos los hombres sean felices.