La contribución del "genio" femenino se abre espacio
El papel de la aportación del «genio» femenino a la
Iglesia ha sido una de las novedades del pontificado de Pablo VI y sobre
todo de Juan Pablo II, constata una tesis doctoral recién presentada.
La religiosa Rosetta Napolitano, que ha defendido su trabajo de
investigación en el
Pontificio Instituto de Espiritualidad «Teresianum»
de Roma , analiza cómo se puede aplicar esta contribución en campos como
el de la teología o en el de la dirección espiritual.
Lo femenino ha sido en la Iglesia una cuestión, un recurso, una
especificidad y un genio, dice usted en la tesis. ¿Nos explica las
diferencias?
Sor Rosetta: Lo femenino ha sido considerado de maneras diferentes a
partir de las primeras contestaciones feministas. Esto indica un lento,
aunque continuo, crecer en la comprensión y en la consideración de este
fenómeno.
Primero se vio como cuestión, es decir, con una acepción más bien
negativa: era un peligro que se debía resolver lo antes posible para que
no atacar a la imagen tradicional de la mujer, vista esencialmente y sólo
como «ángel del hogar».
En un segundo momento se vio lo femenino como recurso, subrayando el
reconocimiento de la potencialidad de la aportación de la mujer, no sólo
en el ámbito familiar sino también en el crecimiento de la sociedad y de
la Iglesia. Esta visión fue típica del pontificado de Juan XXIII y del
período conciliar.
La especificad femenina, en cambio, es el tema que emerge con mayor vigor
en los documentos de Pablo VI. En ellos se intenta delinear lo que podría
ser «lo específico» femenino para encontrar una ubicación en la Iglesia.
Lo femenino como «genio» es finalmente una expresión típica de Juan Pablo
II, que quiere indicar la modalidad propia de la mujer en la vivencia de
la fe, una modalidad distinta y recíproca en relación con la masculina.
«Genio femenino» como tal, ¿es una expresión inventada por Juan Pablo
II?
Sor Rosetta: El termino sí, pero lo que indica el contenido ya había sido
intuido, en líneas generales, por Juan XXIII y por Pablo VI.
Usted critica que algunos movimientos intentan perpetuar la condición
de inferioridad de la mujer y que otros hacen reivindicaciones extremistas
feministas. ¿Hay una tercera vía?
Sor Rosetta: No se trata exactamente de encontrar una tercera vía. El
problema es conseguir ser nosotras mismas a la luz del Espíritu,
intentando realizar el proyecto que Dios tiene sobre nosotras en cuanto
imagen suya, y hacerlo como mujeres, sin abandonar nuestra femineidad por
miedo a que la achaquen de debilidad. No se trata tampoco de diluirla por
un malentendido sentido de igualdad con el hombre.
Dios ha creado el único ser humano en la diversa modalidad masculina y
femenina no sólo para la relación, sino también porque un sólo ser humano
no habría sido capaz de mostrar totalmente la riqueza de su imagen.
Todo lo bueno y bello que nosotros expresamos, como mujeres y hombres, no
es más que un reflejo de aquellas características que, en el Creador, ya
están presentes en su perfección máxima.
La acogida, la comprensión, la ternura, el ser concretos, la fortaleza, la
donación etc., antes de ser características femeninas o masculinas son
prerrogativas divinas, que todos estamos llamados a reflejar, aunque sea
con modalidades diferentes que derivan de nuestra constitución física y
psicológica de mujeres y hombres y que influye necesariamente en el modo
de ser en el mundo y de expresar la fe. Cada uno, por lo tanto, está
llamado a conformarse según las propias peculiaridades y potencialidades
con la imagen de Dios.
¿Qué significa que la espiritualidad es el lugar privilegiado del genio
femenino?
Sor Roseta: Significa que ha sido prácticamente el único ámbito, en la
historia de la Iglesia, en el cual las mujeres han tenido la posibilidad
de expresarse con libertad, y, por lo tanto, de manifestar su ser más
profundo, una particular modalidad de vivir la fe, su «genio», en
definitiva.
La espiritualidad, de hecho, en cuanto actualización del misterio
cristiano en el creyente, se expresa a través de lo vivido concretamente
más que en especulaciones teológicas. Está al alcance de todos, y se
comprende bien su importancia, sobre todo cuando, como sucedió durante
muchos años a las mujeres en la Iglesia, no se tienen otras posibilidades
de manifestar la luz del Espíritu que se ha recibido.
Si no fuera por los numerosos «libros vivientes» escritos con la
existencia de tantas mujeres, testimonios cualificados de la fe, en el
curso de los siglos no tendríamos las bases para hablar de «genio
femenino» y de la aportación insubstituible y peculiar de la mujer a la
reflexión teológica, aunque se exprese de modo distinto al de los tratados
teológicos tradicionales.
«Espero que haya un momento de concreta integración y participación de
todas las mujeres en la vida eclesial», escribe usted . ¿De qué se
trataría?
Sor Rosetta: Por una parte, de tener la valentía de poner en práctica lo
que ya dice el Magisterio en este sentido y que muchas veces queda
desatendido en la práctica. [N.d.r. En la Carta apostólica «Ordinatio
Sacerdotalis» (1994), en el número 3, el Papa escribió: «La presencia y el
papel de la mujer en la vida y en la misión de la Iglesia, si bien no
están ligados al sacerdocio ministerial, son, no obstante, totalmente
necesarios e insustituibles»]. Se trata, por tanto, de encontrar
modalidades concretas de compromiso, a través de una renovada valentía por
parte de las mismas las mujeres.
Creo que se ha perdido mucho tempo discutiendo sobre la oportunidad o no
de admitir mujeres al sacerdocio, como si fuera el único modo para una
persona de expresar la propia colaboración a la difusión del Reino de
Dios. Se ha olvidado que existen otros modos concretos de compromiso, ya
sea en el campo teológico, en la investigación científica o en la
enseñanza, como en el litúrgico y ministerial, como por ejemplo en la
dirección espiritual. Son campos, que en teoría están abiertos también a
la mujer, pero que en práctica permanecen casi como algo exclusivamente
masculino.
¿Qué aporta la mujer a la nueva evangelización?
Sor Rosetta: Creo que se expresa sobre todo en el ámbito de recuperación
de la dimensión relacional, entendida como atención y acogida de la
persona por sí misma, en un tiempo cada vez más dominado por la
masificación y el anonimato.
La experiencia espiritual de tantas mujeres en el pasado y el presente
demuestra, de hecho, cómo la mujer es particularmente idónea para esta
tarea, por su predisposición a la maternidad que le permite entrar en el
mundo interior del otro para entenderlo desde dentro. Esto podría ser muy
útil y proficuo en distintos campos eclesiales, en primer lugar, en el
diálogo ecuménico e interreligioso.