De muchas cosas es más fácil decir lo que no es que lo que es. No es el caso de la castidad; pero igualmente viene bien aproximarse de este modo indirecto porque tocamos así la idea que muchos tienen de esta virtud.
A raíz de un artículo donde yo había escrito sobre la castidad conyugal, una mujer con más buena voluntad que seso, me objetó: “¿De dónde ha sacado la Iglesia que un hombre y una mujer, creados por Dios con deseo y atracción maravillosos, casados de forma sacramental, unidos por el amor, los hijos, la fidelidad, etc., tienen que abstenerse de relaciones sexuales?”.
Ella pensaba que castidad significaba “abstención” y consecuentemente, castidad conyugal equivaldría a vivir el matrimonio sin relaciones sexuales. No todas las cosas que parecen obvias lo son para todos.
La castidad no es abstención de actos sexuales. Puede equivaler a abstención de actos sexuales plenos entre quienes no están casados, y ciertamente equivale a evitar el uso de la genitalidad fuera del matrimonio, ya sea para usarla (buscando el placer) solo o con otros. Dentro del matrimonio la castidad no se vive necesariamente en la abstención sexual (tal vez sea necesario hacerlo en algún momento de la vida conyugal) sino en usar de la sexualidad sin separarla deliberada y positivamente de su capacidad procreativa.
La abstención por sí sola, no hace a una persona casta. Así como los abstemios no son sobrios sino accidentalmente (pues la sobriedad es virtud y el ser abstemio puede ser una cuestión de gustos y no de virtudes) del mismo modo, evitar todo contacto sexual puede ser signo de insensibilidad o impotencia y no necesariamente una cuestión de virtudes. Se abstienen tanto los que pueden pero no quieren, como los que quieren pero no pueden; y la diferencia entre unos y otros es la que va del día a la noche.
La castidad tampoco es mojigatería ni pudibundez. Mojigato es el beato que finge escrúpulo de todo. No es casto quien se escandaliza del sexo; menos aún quien se avergüenza de él cuando es lícito. Nada tiene que ver la castidad con la “onesta a un punto tale”, que cuenta Trilussa, “che spesso inciampicava pe’ le scale /
pe’ nun volesse tirà su la veste”. Una falda larga no es siempre manifestación de castidad, porque para la imaginación no hay faldas ni paredes y la castidad es más una cuestión de mirada interior que de ojos externos: si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso (Mt 6,22). De nuestros primeros padres se ha escrito que “estaban desnudos y no se avergonzaban”. La vergüenza empezó con el pecado, y el pecado con la rebeldía a la voluntad de Dios,no con una cuestión de sexo.
Menos aún es maniqueísmo. El maniqueísmo es la doctrina que sostiene que el cuerpo es malo y todo lo que depende de él, incluido el sexo. Cuando esta doctrina intentó infiltrarse entre los primeros cristianos tomó inmediatamente la forma de negación dela Encarnación.
La Encarnación, en efecto, es la aprobación de la materia; Dios no la rechaza, la asume y la redime. Para el maniqueísmo esto es inconcebible, por eso prefirió tergiversar la verdad de Jesucristo afirmando de él que sólo es Dios pero no hombre verdadero; su humanidad no sería más que un vestido transitorio,una apariencia; Dios no puede, para los maniqueos, asumir un cuerpo y un sexo. No debe resultarnos extraño que este aspecto sea deliberadamente omitido entre los modernos reivindicadores de las principales obras del gnosticismo cristiano, como son los evangelios apócrifos, nacidos en este ambiente dualista y maniqueo;
Los evangelios apócrifos les son útiles en la medida en que presentan una visión del cristianismo distinta de la de los evangelios canónicos; pero se hace incómoda cuando manifiesta su desprecio por el cuerpo, el sexo y la mujer, por eso toman de ellos lo que sirve contra la Iglesia y silencian aquello que explica el rechazo de la Iglesia por estas obras malparidas.
La castidad no es, finalmente, la frialdad o dureza de trato de quien no ha entendido que el afecto sano, la cortesía, la amabilidad, e incluso el cariño, forman parte de las actitudes honestas de las personas sanas. Si la pudibundez es una grotesca caricatura de la castidad, la insensibilidad, dice Santo Tomás, es pecado.
San Pablo manda a los romanos a alegrarse con los que se alegran y a llorar con los que lloran, y en suma, a tener un mismo sentir los unos para con los otros (cf. Ro 12,15-16); pero esto no es posible sin una fina sensibilidad y un corazón capaz de captar los sentimientos ajenos. Si la castidad apagara la capacidad de afecto hacia el prójimo (como algunos equivocadamente han pensado) sería un obstáculo y no una virtud.
El casto no es ni el estúpido, ni el escrupuloso, ni el impotente,ni el estéril, ni el feo o la fea, ni el solterón o la solterona. Estas son, en todo caso, las grotescas caricaturas que el mundo propone sobre la castidad para ridiculizarla.