Juan Pablo II da muestras evidentes de su fragilidad física. Algunos piensan que debería dimitir, que la Curia Vaticana hace mal dejando que siga mostrándose tan enfermo, que da pena, que da una imagen poco grata... ¿Tendría que ser obligatoria la jubilación del Papa? ¿Tiene aún la energía necesaria para continuar la tarea evangelizadora? ¿Refleja un Papa anciano el sentir de una iglesia mayoritariamente joven?
Estas son algunas de las preguntas que se hacen en los medios de comunicación y en la calle, y que a unos les lleva a insistir en la renuncia: dicen que da una pobre y penosa imagen cuando se le ve en uno de sus viajes a través de la televisión: su Parkinson creciente, su encorvada imagen que no puede ya tenerse en pie, su dificultad -y casi imposibilidad según los días- al intentar hablar o leer un discurso, todo ello produce la sensación extraña de alguien que intenta seguir su misión y no puede apenas cumplirla; en la “cultura de la imagen”, desentonaría.
Le correspondería al Papa tomar esta decisión, pues por edad no ha de presentar renuncia ante nadie. La muerte marca el fin de un papado, y la historia sólo conoce dos excepciones a esta regla, en los siglos XIII y XV.
¿Está inválido el Papa? Físicamente sí, pero desde el punto de vista intelectual, ni mucho menos. Muchos no aguantaríamos el ritmo de trabajo que lleva. El Papa tiene una mente completamente lúcida, y una dedicación santa a la salvación de las almas y a crear aquí en la tierra una civilización del amor. En estos años, ¡cuántas cosas buenas ha hecho por los demás! En cambio, ¿qué han hecho muchos de los que elevan su voz hablando de la dimisión del Papa? A veces pasa que el que trabaja en su campo no piensa en hacer mal a nadie, y en cambio el inquieto y perezoso que no trabaja en lo suyo habla de qué deberían hacer los demás.
Muchos tenemos un amor filial al Papa y nos duele el tono desafectado de estos comentarios, pues rezamos por la salud y intenciones y una larga vida para el Papa, “hasta que Dios quiera”. Si un Papa está inhabilitado para gobernar, se contempla la posibilidad de su renuncia, pero esto no significa que cuando no cumple el modelo de dirigente de una multinacional se dé este supuesto. A juicio de Messori, detrás de esos comentarios se esconde "un complot" dentro de la Iglesia Católica para obligar a Juan Pablo II a dimitir. "Me refiero a algunos teólogos, a algunos ´cerebros´, lo que queda de la protesta clerical del ´70", escribió.
Según la profecía de un santo cardenal, Juan Pablo II tendría la misión de llevar la Iglesia al Tercer Milenio, pero esto no significa que dejara de llevarla justo cuando empezamos esta nueva etapa. Más bien parece el Papa dispuesto a continuar al frente de la Iglesia hasta que Dios quiera, según sus propias palabras. "Una persona es anciana cuando empieza a vivir más de recuerdos que de proyectos y eso no ocurre con él", dijo Navarro, portavoz de El Vaticano.
Dicen que su figura es patética, que no debería mostrarse. Y yo me pregunto: ¿la figura del crucificado es agradable? Era la muerte más atroz, y ahí no se derrama saliva, sino sangre que sale de heridas por todos lados. La visión de Juan Pablo II anciano y débil, es para mí una imagen de Jesús llevando la cruz. Es evidente que a sus 83 años se va desgastando, ya es el 4º Papa más longevo de la historia, y dentro de 5 meses si Dios le da vida será el tercero, después de san Pedro y Pío IX (31 años), adelantando a León XIII (25 años y 5 meses).
Mostrarse en su fragilidad, en una sociedad ficticia en que sólo se muestra lo “bello” es una muestra de no esconder que en la vida hay vejez y sufrimiento, que llevarlo con garbo no traumatiza sino todo lo contrario, es un ejemplo para tantos enfermos y ancianos: tiene un sentido, es posible encontrar a Jesús en ese momento. Así como la Cruz alzada es signo de salvación para quien la mira y reconoce en las contrariedades de la vida un camino para la gloria, la enfermedad del Papa me parece como un icono de la paradoja de la cruz: ante el mito del cuerpo perfecto y el miedo a envejecer que lleva a aparcar a los ancianos y enfermos, la decrepitud en la vida se convierte en un encuentro con Jesús crucificado, un signo que nos ofrece el sentido misterioso de la cruz, la salvación para todos.