Era el día 9 del mes 9 del año 09. Era la fecha perfecta para dar un aviso profético. Y José Mar Flores Pereyra escogió el secuestro del vuelo 576 de Aeroméxico, que viajaba de Cancún a la Ciudad de México. El aeropirata resultó ser un pastor evangélico boliviano que, regenerado de las drogas, ahora se dedica anunciar su fe. Puso en jaque al Consejo de Seguridad Nacional, y logró un impacto mediático gigante. Pero a las que también secuestró y dañó fue a las religiones.
La actitud de “Josmar” fue más allá del proselitismo dominical, y de la disputa dialéctica con Biblia en mano. Se trató de una acción de fanatismo, en el sentido más fuerte del término. La Real Academia de la Lengua Española define “fanático” como el “que defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre todo religiosas o políticas”.
En comparación con el atentado de las Torres Gemelas, cuyo octavo aniversario acabamos de rememorar, el secuestro perpetrado por Josmar parece una broma, como la versión cómica de una película de acción. Pero no lo es. Por eso, es importante resaltar el daño producido por este cantante religioso.
La primera falta –gravísima– de Flores Pereyra es la de privar ilegalmente de la libertad a 104 pasajeros y 7 tripulantes. Por más que los que aprecian a Josmar insistan en que es un hombre de bien, y aunque el detenido explique que su única pretensión era dar un mensaje religioso, objetivamente cometió un delito… y deberá ser juzgado por él.
La segunda falta de Josmar no es perseguible penalmente, pero también es muy seria. Ha atentado contra el buen nombre de las religiones. Desde las llamadas “Guerras de religión” en la Europa del siglo XVI, las iglesias y confesiones son consideradas como factor de conflicto en las sociedades occidentales. El paso del tiempo y las muchas mesas de diálogo han logrado poco a poco quitar ese estigma… pero la acción de Flores Pereyra ha venido a tirar esos esfuerzos. Le ha dado “argumentos” a quienes sostienen que las religiones desunen a los hombres.
El fanatismo es fruto de la ignorancia. Por eso, en las grandes confesiones cristianas, como la Iglesias católica, luterana, anglicana, etc., hay grandes centros de estudios teológicos, donde los candidatos pasan años de lectura y meditación, tanto en las capillas como en las bibliotecas. Así estas Iglesias buscan asegurar la seriedad de la predicación de sus futuros pastores.
Sin embargo, hoy día cualquier hombre de buena voluntad pero de escasa formación se siente con la misión de lanzarse a las calles a predicar. Lo considero tan peligroso como quien tomara un curso de primeros auxilios y luego pretendiera dar consultas médicas. Aunque suene a utopía, debe ser la gente común y corriente la que exija a sus pastores que realmente sean personas cualificadas, porque los charlatanes y los fanáticos (no son sinónimos) tienen su caldo de cultivo en la buena voluntad que de la gente que no se detiene a reflexionar.
Por cierto, Josmar anunció un cataclismo futuro. Sin embargo, en el capítulo 24 del Evangelio de San Mateo, la Escritura advierte que no faltarán pseudo-profetas: “Si alguien les dijera: ‘miren, el Cristo está aquí o allá’, no le crean. Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas” (vv.23-24). Y ahí mismo, Jesús anuncia que “nadie sabe el día ni la hora” del final del mundo, “ni los ángeles del cielo” (v. 36). En fin, los verdaderos teólogos seguirán soportando las bien intencionadas malas acciones de los fanáticos religiosos.