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¿Intimidad?


No cabe el aburrimiento en la vida de una pareja pues siempre hay motivo para conocerse más y comprenderse mejor.

Ese conocimiento mutuo lleva a los cónyuges a una real intimidad
conyugal que significa la entrega de dos seres, completos y dignos.

Roberto y Mónica son un matrimonio ejemplar. Roberto siempre llega
a buena hora a la casa, le da el dinero del gasto a Mónica a tiempo, se
preocupa por sus hijos y a ella la trata muy bien.

Mónica, a su vez, es una excelente ama de casa, siempre tiene todo
en orden, cocina muy sabroso, busca lo mejor para sus hijos, respeta y
quiere también lo mejor para su marido.

Los matrimonios como el de Mónica y Roberto, a simple vista pueden
parecer envidiables, pero aún así, cabe hacerse una pregunta: ¿Será
esto suficiente para formar un buen matrimonio? En ese cumplimiento de
actividades cotidianas..., ¿se dará la relación profunda de diálogo e
intimidad que todo matrimonio necesita?

¿Qué es la intimidad conyugal? Mucha gente confunde la intimidad
conyugal con las relaciones sexuales, pero la verdadera intimidad es
mucho más que eso: es esa relación que mantiene fuerte y unida a la
pareja, es la unión profunda entre dos personas.

La pareja que vive esa intimidad busca una unión más completa y
profunda de todo su ser, de su cuerpo, su mente y su espíritu. Ambos
cónyuges tienen ese deseo de conocerse mutuamente y de entregarse.
Estas parejas comparten sentimientos, emociones, hacen planes juntos y
toman decisiones juntos; en pocas palabras, tienen una vida en común,
esa vida es de los dos.

Es curioso notar que parejas, aparentemente ideales como la de
Roberto y Mónica, casi nunca tienen discusiones, mientras cada uno
cumpla con sus obligaciones. Es como cuando en una casa todo se ve en
orden, está sacudido y ordenado pero... si se abre un ropero o un
cajón, el desorden salta a la vista. Si se necesita buscar algo, no se
sabe dónde está y las cosas, por estar guardadas inadecuadamente, se
estropean y a la hora de necesitarlas, puede ser que estén inservibles.

En cambio, una casa está en verdadero orden cuando cada cosa está
en su lugar. Claro que con el tiempo hay que hacer reacomodos, desechar
lo que estorba y reponer lo que se ha desgastado. Pues lo mismo
necesita un matrimonio, no debe conformarse con un orden aparente y
superficial. Es necesario hacer orden de sentimientos, ideas,
proyectos; aclarar o desechar ideas, recuerdos inútiles; renovar
compromisos; hacer ajustes, etc.

Este orden se debe hacer en pareja. El matrimonio es una empresa de
los dos y no debe abandonarse por mucho tiempo. Es como dejar que el
polvo se acumule detrás de los muebles; entre más tiempo pase, más
difícil será limpiarlo.

En la pareja no se vale decir: tú arreglas esto, porque lo tienes mal, y yo esto otro, cada quien cuando quiera y como sea.
Debe ser un trabajo de equipo. Si no se acostumbra este tipo de
relación más completa... ¿qué pasará cuando surja algún problema como
un hijo difícil, una dificultad económica o una enfermedad?

Llegan las dificultades y la pareja se ve obligada -tal vez por
primera ocasión- a mirarse cara a cara y a enfrentar juntos un
problema. Si antes no ha existido entrega, conocimiento profundo,
verdadera intimidad, difícilmente saldrán adelante.

Una relación no puede ser duradera sin algo más que conveniencia y
tranquilidad, aunque a veces es muy cómodo tener una relación así pues
no se requiere de mucho esfuerzo. Se vive en paz, con respeto,
y ese respeto puede rayar en el egoísmo que, con el paso del tiempo,
llevará a la pareja a convertirse en dos perfectos desconocidos y...
Nadie puede amar lo que no conoce.

¿Es fácil encontrar la intimidad? No, no es fácil. Hay muchas cosas en contra como la falta de tiempo y, peor aún, esa actitud mediante la cual, la persona misma a veces crea una barrera donde no se permiten intrusos.
Se tiene temores infundados, se es vanidoso y se quiere guardar una
imagen de perfección. Se cree que es mejor que el otro y ya se sabe que
el enemigo más grande del amor es el egoísmo.

Comunicación

La pareja debe darse un tiempo para comunicarse su interior, sus
anhelos, sus temores, es decir, conocer y darse a conocer aunque sea un
poco cada día. De no ser así, se vive una situación superficial que
lleva a la soledad e incomprensión y, con toda seguridad, al fin del
amor.

Para que haya comunicación debe haber, en primer lugar, voluntad de
tener una actitud de diálogo. Es tan difícil dialogar, sobre todo
porque el hombre y la mujer ¡son tan distintos!

Diferentes y complementarios

La naturaleza del hombre y de la mujer es muy diferente, aunque
ambos se complementan. Si una mujer, por ejemplo, llega con su esposo envuelta en sollozos porque ya tiene tiempo de sentirse sola, el marido exclamará desconcertado: ¡Pero si no he salido de viaje!...
¿Qué le pasa? Para él es difícil comprender que la mujer necesita
ternura y afectividad, mientras que él puede sentirse menospreciado
porque en casa no se le admira.

Respeto y confianza

Para lograr esa verdadera comunicación, debe existir también el
respeto, o sea, el valor que merece la pareja, la persona que se eligió
para compartir el resto de la vida.

Muchas veces las parejas dialogan pero sólo para soltar un montón de reproches. De eso no se saca nada más que ofensas, porque cuando se reprocha, no se escucha, sólo se ve lo malo que ha sido el otro.

También es importante transmitir esa confianza que da a la persona
la seguridad de que se desea lo mejor para ella. Cuando hay confianza,
hay honestidad. No hay miedo de decir las cosas pues se dicen porque
hay amor, porque se quiere el bien.

Amor

Sólo en el amor -elemento esencial de todo matrimonio- se puede
lograr la intimidad. La intimidad es ese deseo, suscitado por el amor,
de hacerse partícipes de todo, de sus vidas, sus sentimientos, sus
cosas materiales y hasta de su cuerpo.

Las parejas que no dialogan, que no se conocen profundamente, no
podrán tener una vida sexual plena. Tal vez sí exista el placer físico,
pero éste es pasajero, no trasciende, será el encuentro de dos cuerpos
pero no de dos seres.

Lamentablemente, en esta era del sentir se ha entronizado al
placer como el fin último del acto sexual y para ello se ofrece
múltiples técnicas que hacen del acto sexual algo mecánico. Esta gran
oferta de tales productos desorienta a las parejas pues fomenta en
ellas la búsqueda del máximo placer como el único objetivo a seguir.

Quienes requieren de tal consumo, actúan como si su amor no fuera
suficiente para obtener de un momento de intimidad, una inagotable
fuente de alegría. El exceso de preocupación por encontrar placer,
empaña la espontaneidad, la alegría y el gozo de la entrega, puesto que
no hay mejor técnica para la intimidad que la generosidad en el amor.