Pasar al contenido principal

Internet: ¿Niñera electrónica?

Rubén Romero

Más
tardó en conocerse la triste noticia de la masacre de Littleton, en
1999, que en empezar a especularse acerca de la influencia que sobre
este fatal incidente tuvieron la Internet y los juegos de vídeo.

Dos jóvenes explotaron literalmente en contra de su comunidad
estudiantil mediante el uso de rifles de asalto y bombas caseras,
matando a 12 jóvenes y a un profesor, para luego suicidarse.

Investigaciones posteriores indicaron que ambos estudiantes
acostumbraban navegar en Internet y participar en juegos violentos en
sus computadoras personales.

Uno de ellos tenía un website en el que explicaba detalladamente
cómo construir una bomba casera, y recomendaba su fabricación como una
manera sencilla "para matar a un grupo de gente".

Para algunas personas, la práctica de juegos violentos, como el
Doom, y la facilidad de accesar websites que ofrecen recetas caseras
para fabricar explosivos, fueron el fertilizante que estimuló el
desarrollo de las mentes enfermas de los jóvenes.

Es cierto que ambos eran usuarios frecuentes de la computadora y de
Internet, pero eso es sólo parte de las características que pudieran
ayudar a describirlos.

Callados, alejados del resto de los estudiantes, expresaban
abiertamente su simpatía por la filosofía nazi, hablaban en alemán en
los pasillos de su colegio, y eran parte activa de "La Mafia de las
Gabardinas", un grupo de jóvenes que profesaban ese tipo de
inclinaciones y que gustaban identificarse por ello.

Acostumbraban sentarse en una mesa apartada en la cafetería de la
escuela, y su antipatía por los deportistas era abierta y conocida en
la Secundaria Columbine. La reacción del resto de los estudiantes ante
esas actitudes era de repudio y acoso hacia ellos, algo previsible
entre jóvenes adolescentes.

Como era de esperarse, el impacto de la tragedia ha sido de
proporciones mayúsculas, y ahora la reacción de la comunidad parece ser
el tratar de encontrar explicaciones al hecho, pero más que todo,
encontrar responsables.

Quizá por eso, por la búsqueda de culpables, la atención de algunos
se dirigió a los videojuegos y a la Internet, tratando de explicar, o
de entender, los motivos del asalto a Columbine. Pero esa fue apenas la
primera expresión en la búsqueda de respuestas.

Se habla ya de investigar a los padres de los jóvenes delincuentes,
y en caso de encontrar evidencia de que tuvieron información de los
planes de su hijos y de no haber tomado medidas para evitarlo, podrían
llegar a fincarse demandas legales en su contra.

Pero todo indica que no se encontrarán las pruebas necesarias para
proceder con una demanda de esa naturaleza. Los padres nada sabían de
los planes de sus hijos, a pesar de que construyeron las bombas en la
cochera de sus casas, y de que tuvieran equipo de asalto en sus propias
recámaras.

Sin embargo, en esa ignorancia es donde pudiera encontrarse la
explicación y los porqués del atentado. En la falta de comunicación
entre padres e hijos, en la falta de guía y de atención, en la libertad
tan absoluta que esos jóvenes disfrutaban.

Cierto que los jóvenes navegaban por Internet. Para sus padres debe
haber sido muy cómodo dejar que se pasaran las horas navegando en el
espacio cibernético sin saber lo que hacían o lo que decían, dejando a
la computadora hacer las veces de una niñera electrónica. Cierto,
también, que los jóvenes practicaban juegos violentos y que seguramente
sabían de computación y de Internet más que sus mismos padres.

Pero ¿estaban esos padres enterados de las actividades de sus hijos?

¿Conocían de las ideas racistas que habían alimentado sus hijos por
largos periodos de tiempo? ¿Sabían del odio que ellos sentían por sus
compañeros de escuela? ¿Los habían ayudado a reflexionar acerca de sus
problemas sociales?

¿Ejercían sobre ellos algún tipo de control? ¿Les dieron el afecto
y el amor que tan necesario es en los difíciles días de la
adolescencia? ¿Eran las de ellos unas verdaderas familias, o se trataba
sólamente de un grupo de personas que vivían bajo el mismo techo?

Las armas no son malas de por sí; mala puede ser la forma en que
sean usadas. Lo mismo pasa con Internet, que está siendo y será de
grandes beneficios para la humanidad, pero que también puede ser
utilizada para los peores propósitos.

Así como la Internet pudo ser utilizada para fabricar bombas,
también está siendo utilizada para reunir fondos, medicinas y
provisiones para los refugiados de Kosovo.

Una triste conclusión del caso de Littleton, es que mucho de lo que
ocurre en nuestra sociedad es consecuencia del uso que hacemos de
nuestros recursos. Y no sólo se trata de fabricar explosivos o atentar
contra la vida de sus compañeros. Se trata también del manejo
irresponsable del automóvil, o de la ingestión de bebidas alcohólicas,
o del uso de drogas, o de tantas actividades inconvenientes en las que
nuestros jóvenes pueden incurrir.

De eso, de los recursos a los que nuestros hijos tengan acceso, y
de la manera en que hagan uso de ellos, los padres tenemos la última
palabra. Y la primera de las responsabilidades.