Los
padres primerizos, cuando sus hijos están pequeños, ansían que ya
tengan unos 13 ó 14 años porque creen que cuando lleguen a esa edad,
ellos ya habrán terminado de educarlos. Ilusos... No recapacitan en que
su función tiene un principio, pero no punto final.
Jorge y Silvia tienen veinte años de casados y dos hijos.
Últimamente han estado batallando con ellos, especialmente con el
mayor, de 17 años.
A Silvia le da cierto temor hablarle fuerte a su hijo porque ya lo
ve hecho todo un hombrecito. Tomar algún curso sobre educación de los
hijos o relaciones familiares, le parece fuera de tiempo.
Jorge... ¡tiene tanto trabajo! Y además siente que ya han pasado
los años más difíciles en la educación de sus hijos, por lo que se ha
vuelto un poco más tolerante o comprensivo.
Sin embargo, veamos lo que sucedió la semana pasada:
- ¡Hijo! ¿Dónde has estado? ¿Por qué no avisas a dónde vas? Tengo
dos días tratando de hablar contigo acerca de tus calificaciones, pero
como entras y sales de la casa todo el día, no he podido ni verte.
- ¡Ay, papá! No empieces con tu rollo por favor. ¿Ya viste, no?
Salí mal, ¿okey?, es muy mi bronca. Tú no te preocupes, ya veré como le
hago para subir mi promedio y no dejar el semestre.
- ¡Hijo!, ¡espera! si necesitas ayuda es cuestión de que nos lo digas... además... ¡te estoy hablando!
Se escucha un portazo, Sergio se ha ido.
Vivis, su hermana de 13 años, quién ha presenciado la escena, interviene:
- Papá, Sergio ya tiene casi 17 años, como que ya no necesita al papito detrás de él, ¿sabes?
Silvia se acerca atónita a su esposo y le pregunta:
- ¿Qué pasa con nuestros hijos que ya no nos escuchan ni respetan?
Cuando eran más pequeños, obedecían, eran respetuosos, seguían sin
mucho esfuerzo las reglas de la casa. ¿Cuándo y cómo fue que perdimos
el control? Ahora que ya crecieron, ¿qué es lo que ha afectado o ha
hecho cambiar el orden y armonía con que acostumbrábamos vivir?
Jorge, quien sigue contrariado, asiente con la cabeza, y añade:
- Es cierto, ahora que pensábamos que casi habíamos terminado con
su educación, nos damos cuenta que queda mucho, o más bien, demasiado
por hacer.
Mal de muchos
Este tipo de comentarios son escuchados a menudo en padres con hijos entre 10 y 20 años de edad.
También existen diversas posiciones, incluso opuestas, respecto a cuál es el rol que les toca a los padres.
* Papás preocupados. Ellos buscan la colaboración directa de
la escuela, parientes u otras fuentes para trabajar en equipo y ayudar
al hijo a superar sus dificultades.
* Papás derrotistas. Son los que comúnmente afirman: No
sé lo que le pasa a mi hijo, yo ya hice lo que tenía que hacer, ya esta
grandecito, él sabe bien lo que hace, ya no puedo con él.
* Papás buena onda. Ellos dicen: Déjalos, son jóvenes,
que disfruten de su edad, ya les llegará el tiempo de sentar cabeza.
Por lo pronto, no hay que agobiarlos con responsabilidades; que
experimenten, disfruten y vivan su juventud en paz.
Estrenando autonomía
Un pequeño depende de sus padres; sin embargo, al pasar a otras
etapas de su desarrollo, esta necesidad no desaparece ni se reduce; por
el contrario, es la etapa en que el chico hace sus pininos en
la autonomía, pero sigue dependiendo y esperando la autoridad, guía y
consejo de sus papás, aunque se empeñe en no demostrarlo.
¿Se ha relajado la autoridad?
Para que exista disciplina y armonía, se necesita autoridad.
Autoridad es el poder que tiene una persona sobre otra, como el padre sobre los hijos. Nótese que el término es poder, no imposición ni abuso. Un poder a ejercer, bajo las leyes del amor y la búsqueda del bien del otro.
¿Se sigue exigiendo con congruencia, en una forma ordenada, o con altibajos, según el estado de ánimo, cansancio o bienestar?
¿Se vigila que se cumplan las reglas de la casa, previamente
conocidas y aceptadas por todos los miembros de la familia, como el
avisar al salir y la hora de regreso, el cumplimiento en el estudio y
de sus responsabilidades en casa (mantener en orden su recámara, sus
cosas personales...) o simplemente se espera que por ser ya los hijos
más grandes realicen todo lo que sus padres esperan de ellos y porque,
además, ya se les ha repetido mil veces?
¿Se pasa por alto momentos clave para formar?
En la vida de los hijos hay momentos clave para descubrir y reafimar valores.
La comunicación es vital. Cuántas veces se pierde cuando uno se
predispone y piensa que no será escuchado o bien porque asume que los
hijos ya están grandes y no necesitan este tipo de cantaletas y además, ¡ya se les ha educado lo suficiente!
Sin embargo, un comentario o cualquier detalle puede servir. Por
ejemplo: alabar al vecino que estudia y trabaja, comentar las cosas
buenas que de ello se derivan. Contar la historia de áquel que por no
medir las consecuencias de sus actos se ha complicado la vida.
¿Qué tal va el ejemplo?
Primero hay que hacer para luego predicar. El
adolescente es idealista por naturaleza, puede confundirse y hasta
rebelarse cuando alguien que él respeta lo defrauda con un
comportamiento u opinión incongruentes.
Esto no debe ser motivo de preocupación. Los padres no son
perfectos; el adolescente lo sabe y además tiene una gran capacidad de
comprensión, siempre y cuando los adultos sean capaces de aceptar sus
errores, disculparse y tratar de llegar junto con él a un acuerdo. Con
esto incluso se gana respeto.
Conocer cómo piensan
Darse tiempo para conocer lo que piensan los hijos, es un punto clave y usualmente olvidado.
El criterio y la moral de un niño o joven están en pleno desarrollo
o formación, y así como los padres se interesan en dar información
sobre ciertos principios y valores, también conviene asegurar su
asimilación.
Es necesario intuir, sondear por medio del diálogo su manera de
pensar acerca de aspectos vitales, humanos, morales, familiares, que se
ha tratado de trasmitirles.
El medio ambiente (amistades, medios de comunicación, corrientes
ideológicas), puede deteriorar e incluso cambiar los valores que los
padres han trasmitido a sus hijos.
Si se busca conocerlos, orientarlos, es importante escucharlos
expresar libremente sus dudas y opiniones. Darles la seguridad de que
existe interés y respeto, con palabras pero sobre todo en la práctica.
Una forma de comenzar puede ser conocer qué opinan de la noticia
del día o de lo que le pasó a un amigo, del programa de televisión o la
película de moda, o bien preguntarles sencillamente lo que piensan o lo
que harían ante una situación determinada.
Si su respuesta muestra que su criterio es fiel al valor transmitido y se le reconoce, se logrará reafirmarle.
Si no lo es, será momento para tratar de llevarlo (sin
imposiciones) a una reflexión basada en una buena información que lo
encamine a descubrir la verdad. No es sólo venderles la idea sino, que
sea su propia idea. Así la seguirán con mayor fidelidad.
¿Hay que prepararse para ser papás?
Cuanto mayor sea la preparación de los padres, el éxito en la educación de los hijos será mayor.
La falta de formación no se suple con nada, ni con un gran
corazón, ni con talento, ni con planes de conquista. Y mucho menos
pensar en poder cumplir la misión sin antes haberse esforzado
valientemente por adquirir esa preparación, dice un experto formador y gran pedagogo.
¿Cómo prepararse? Pues echando mano de todo lo que se tenga al
alcance: conferencias, revistas, periódicos, libros, programas
especializados y un sinfín de opciones que las escuelas y nuestra misma
sociedad nos ofrece.
No existe quién pueda afirmar con certeza cuando un hijo ya está
maduro y listo para enfrentarse solo al mundo. Aún cuando ya sean
profesionistas o estén casados, los hijos algunas veces necesitan del
consejo de los padres. De ahí la gran importancia de prepararnos y
actualizarnos constantemente.
La misión de ser padre necesita de una actitud, como decían nuestros abuelos, de estar al pie del cañón siempre e incondicionalmente, atentos y dispuestos a no dejar pasar ninguna oportunidad que nos ayude en esta difícil labor.
|