La actividad moldeadora de Dios para con sus criaturas se expresa en la Biblia con símbolos sacados del mundo del trabajo y de los oficios normales. Dios se compara con un alfarero que moldea sus vasijas, con el pastor que se ocupa de sus ovejas, con un viñador que cuida y poda su viña.
Ciertamente, no es fácil para nadie soportar los golpes del cincel divino. Es natural que todos gimamos bajo el peso de la cruz. Algunas podas son especialmente dolorosas y humanamente incomprensibles. Pero nunca debería de faltar la esperanza; todo eso tiene una finalidad, después de la poda llegará la primavera.
Si no se poda la vid, su fuerza se disipa: echará más racimos de la cuenta, y eso hará que no todos maduren y que el vino tenga menos grados. Y si se deja sin podar dos o tres años seguidos,, la viña se volverá silvestre y sólo producirá agrazones.
Y eso mismo ocurre en nuestra vida. Y no sólo en la vida espiritual, sino antes incluso en nuestra vida humana.
Si el viñador nos poda, quiere decir que espera mucho de nosotros. Dice la Escritura: “El Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos” (Hb 12,6).
Jesús dijo: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24). El grano de trigo es sobre todo el propio Jesús. Él cayó en tierra en su pasión y muerte, y volvió a brotar y dio fruto en su resurrección. Ese “mucho fruto” que dio es la Iglesia que nació de su muerte, su cuerpo místico. Pero la historia del granito de trigo nos ayuda a entendernos a nosotros mismos y a comprender el sentido de nuestra existencia. Jesús explica esta imagen cuando añade: “El que ama su vida la pierde, y el que pierde su vida en este mundo la conservará para la vida eterna” (cf. Mt 16,25).
Caer en tierra y morir no es, pues, únicamente el camino para dar fruto, sino también para “salvar la propia vida”, o sea para seguir viviendo. El significado es claro. Si el hombre no pasa por la transformación que proviene de la fe y del bautismo, si no acepta la cruz, sino que se queda atado a su egoísmo, todo acabará con él, su vida terminará extinguiéndose. Juventud, ancianidad, muerte. Pero si cree y acepta la cruz, uniéndose a Cristo, entonces se abrirá ante él el horizonte de la eternidad, explica Raniero Cantalamessa.
Dios nos pide luchar contra nosotros mismos –que es la lucha más difícil- y luego, contra el ambiente, si éste es adverso, y quiere que confiemos en Él, sabiendo que la fe es lo que vence al mundo. A veces no entendemos nuestra situación. “Sufrir no es libre, lo que es libre es sufrir amando, o sufrir huyendo, quejándose”, decía el Cura de Ars. El camino de aceptación del dolor es el santo abandono.
El Cura de Ars relata que había una santa, que se quejaba a Nuestro Señor tras la tentación y le decía: ¿Dónde estabas, pues, mi Jesús tan amable, durante esta horrible tempestad? Nuestro Señor le respondió: Estaba en medio de tu corazón, recreándome viéndote combatir.
Mother Angélica cuenta que tenía mil problemas para hacer funcionar y pagar el canal de TV con el que deseaba llegar a millones de hogares; y le dijo a Jesús en su oración: ¿Por qué yo?, ¿por qué yo? Y dice que oyó una voz dulcísima, en su interior, que venía del sagrario y le decía: “¿Por qué yo?”.
Vivir es elegir, y elegir es renunciar.
Quizás deberíamos empezar por lo primero: “¿Para qué nos creó Dios?” El catecismo anterior nos enseñaba a responder: “Para conocer, amar y servir a Dios en esta vida y, después, gozar de la vida eterna”. Una respuesta perfecta, pero que sólo responde a la pregunta “¿con qué fin nos creó?”, no responde a la pregunta “¿por qué razón nos ha creado, qué es lo que le ha movido a crearnos?”. Y a esta pregunta no se debe responder: “Para que lo amemos”, sino: “Porque nos amaba”.