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ExSargento en Iraq

Hoy quiero que sea noticia uno de mis mejores amigos. Lo conocí en 1991, en los Estados Unidos. Arturo Vidal volvía del golfo pérsico, después de la famosa “Desert Storm”. ¿Feliz? No lo sé. Nunca me lo dijo. Vestía su uniforme de sargento de la armada americana. Volvía a América dejando atrás una guerra: noches en vela, presagios de emboscadas, miedo a la muerte, estruendo de bombas, ráfagas de ametralladora... Un desierto de muerte.

Tres meses tardó en rehacerse e integrarse a la vida normal. Pero en su interior, seguía pensando en la guerra, en la vida y en la muerte, en el sentido de todo lo que hacemos. Hasta que un día decidió cambiar su carrera de ingeniero militar por la de “soldado de Dios”. Se despidió y entró en un seminario.

Han pasado ya 12 años. Ahora -lo debo confesar- por turismo y por Arturo estoy en Roma. Dos buenas excusas para viajar a la capital de Italia y visitar las ruinas de la antigüedad clásica, la famosa Piedad de Miguel Ángel, esas plazas y fuentes barrocas que hacen de fondo a tantas películas; tomarse un helado romano en pleno invierno, echar la moneda en la fuente de Trevi y fotografiar -aunque sea de lejos- al Papa desde la plaza del Vaticano.

En Roma uno se siente peregrino. Uno más entre esos 17 millones de personas en las más de mil audiencias que Juan Pablo II ha concedido en estos veinticinco años al timón de la Iglesia. Otro periodista muy amigo, Jesús Colina, me ha dicho que este año Juan Pablo II ha batido todos los récords con sus 48 audiencias generales, dos más que el año pasado y cinco más que en 2001.

Roma en Navidad es encantadora. El día 24, por la mañana, participé en esa ceremonia donde Arturo se convirtió en el Padre Arturo. Ya canta misa. Es sacerdote. Y yo lo noto doblemente contento, triplemente feliz. Junto a él otros 43 jóvenes se consagraron sacerdotes. Me impresionó la juventud y la proveniencia de cada uno: 12 eran estadounidenses, otros 12 mexicanos, 6 españoles, 3 chilenos, 3 alemanes, 2 austriacos y algún italiano; distinguí también algunos coreanos, vietnamitas y un chino. Entre amigos, familiares y conocidos superamos el número de 1500 personas.

Después de la ceremonia el abrazo con Arturo fue emocionante. Le besé las manos y le dije: muchas felicidades y ¡adelante! No me supo responder.

Por eso creo que la Navidad siempre es noticia. Porque sigue habiendo mucha gente buena, generosa y alegre que sostiene las columnas del mundo. Es noticia, muy buena noticia, Juan Pablo II, porque sigue gritando al mundo la paz, sin aplicar vaselina diplomática. Es noticia Arturo y también esos 43 jóvenes que, ante el panorama que nos pinta el mundo, no le echan agua al vino, sino su propia sangre. Me gusta este coraje. Lo admiro. Estos sí son noticia, muy buenas noticias. ¡Felices Navidades!