Cuando aún no se habían disipado los ecos del luctuoso evento de la muerte súbita del joven futbolista, Antonio Puerta, causante, por doquier, de una auténtica conmoción popular y mediática, he aquí que, a las pocas horas de darle el último adiós, los mismos medios nos informan del fallecimiento súbito de otro futbolista israelí en el estadio, mientras se entrenaba, ajeno a todo y sin que se pudiera hacer algo por su reanimación.
Ante estas noticias impactantes, son varias las reacciones de la gente. Pocos hay que piensen –deportistas o no – que tal cosa les puede pasar a ellos, igualmente. No gusta pensar en la realidad, que no es otra, que la fragilidad, caducidad y brevedad de nuestra existencia terrena.
En teoría sabemos que la condición humana es así; que todos, sin excepción, somos vulnerables y expuestos a lo imprevisible, pero preferimos vivir en la despreocupación o en la inconsciencia. A lo loco, dicen algunos, se vive mejor.
No parece ser este el consejo de Jesús en el Evangelio:”Estad atentos y vigilad, pues no sabéis ni el momento ni la hora”.Propio de creyentes es orientar la vida como es en realidad: una marcha al encuentro del Señor. Es decir, teniendo el equipaje a punto y el alma limpia de pecado. Para los ateos, también el aviso de Cristo es válido: Por si acaso, ocuparse de arreglar lo esencial,-paz con todos y arrepentimiento del mal hecho- para no tener sorpresas irreparables. Morimos una sola vez -nada de reencarnaciones- y hay que acertar a la primera, sin posibilidad de repetición