El
amor es una mezcla de sentimiento, voluntad y obras, y exige mucho
esfuerzo, sacrificio y entrega. Una profunda fidelidad es su condición
básica.
Hará cosa de 100 años, Alejandro Dumas, el famoso escritor, señalo: Las cadenas del matrimonio son tan pesadas que toma a lo menos dos personas para llevarlas... a veces tres.
La vida es dinámica, los sentimientos evolucionan, la vida cada día y a cada instante cambia, ¡hoy más que nunca!
Poco a poco, llegamos a lo que podríamos llamar la Sociedad de lo desechable:
Si se echa a perder, bótalo. Si no sirve, déjalo. Esto llega al extremo
de pensar en los mismos términos respecto de las personas.
Muchos enfoques psicológicos modernos hablan de actitudes similares
referidas ahora a las relaciones humanas. Se da mucha importancia al
momento, a darse gustos, a la valoración del instante, olvidando las
profundas consecuencias que ello puede implicar.
Sin embargo, si pudiera pensar en un pequeño manual de cortapalos
para llevar el matrimonio, una regla -y quizá la más importante-, es la
fidelidad en la pareja, la fidelidad en el amor conyugal. En la medida
en que ella exista no habrá temor a darse por entero.
Amar es desear el bien al otro. Si se quiere sacar provecho del
cónyuge o tal vez usarlo para algún fin egoísta, entonces no es posible
hablar de amor.
La infidelidad es una realidad cada vez más extendida. En el caso
del hombre, producto de una educación deformada, se fomenta en muchos
casos el sexo desde temprano. Así, el sexo se deforma y en lugar de ser
sinónimo de amor y complementación entre hombre y mujer, pasa a tomar
sólo un aspecto limitado al placer. Será difícil a este hombre ser fiel
en su vida futura.
Un segundo aspecto a analizar tiene que ver con la debilidad masculina.
El hombre se permite caer ante una mujer que desee conquistarle. De
allí a la infidelidad, hay sólo un problema de ocasión. Su sexualidad
explosiva le convierte en fácil presa que sucumbe con rapidez a una
situación oportuna. Este tipo de infidelidad es más bien de tipo
animal, no hay corazón en ella, pero desgraciadamente deja en ella
parte de su dignidad. Lo triste del caso es la constatación de la
profunda tristeza que embarga al hombre con posterioridad a su acto.
Adquiere un gran complejo de culpa y queda con un dejo amargo.
En las mujeres también la tasa de infidelidades ha aumentado mucho
en el último tiempo, debido a los profundos cambios sociales
experimentados. La mujer independiente con educación superior y acceso
masivo al mercado laboral tiene más libertad. La
sobrevaloración del sexo y la búsqueda de nuevas sensaciones, en
desmedro de lo más profundo del ser humano, es un impulso constante. El
divorcio, aceptado socialmente cada vez más, permite que la mujer pueda
liberarse más fácilmente de su marido. La mujer actual se enfrenta cada
vez más y en forma más agresiva a ser sometida por la moda, siente que
debe ser atractiva y exhibir su cuerpo, y ve este verdadero erotismo
triunfante como sinónimo de su feminidad.
La insatisfacción sexual es otro aspecto vinculado a la infidelidad
femenina. Por regla general, es difícil que una mujer que se siente
realizada en su matrimonio sea infiel. La mujer prefiere la seguridad
de la fidelidad a la inseguridad de una aventura o un amante. Frente a
un marido desatento y que no sepa tratarla, se crea un caldo de cultivo
para la aparición de alguien que le sepa hablar al corazón y despertar
su deseo. De ahí a concretar la infidelidad, sólo es asunto de tiempo.
La mujer, antes que nada, tiene necesidad de ternura, no sólo de
una ternura circunstancial que únicamente se manifiesta en el momento
de la unión sexual, sino que también le hace falta una ternura
gratuita, imprevista, que sorprenda a su corazón cuando ella menos lo
espere.
Desafortunadamente, la ternura a largo plazo no es uno de los
componentes de la psicología masculina. El marido que no quiera exponer
a su esposa a la tentación de la infidelidad, debe satisfacerla
afectivamente, haciéndose tan cariñoso como sea posible, no sólamente
en los instantes previos a una relación, sino en cualquier momento, por
tonto que parezca.
Se dan en la vida muchas ocasiones de peligro, las que inicialmente
parecen inocentes y sin importancia, pero que a la larga pueden
conducir hacia el tortuoso camino de la infidelidad. La infidelidad
surge habitualmente de hechos que parecen inocentes, como cuando son
relatados a la secretaria aspectos personales del matrimonio, cuando se
lleva frecuentemente a alguien al trabajo pues queda en el camino,
cuando deben ser efectuados frecuentes viajes profesionales fuera de
casa, cuando se trata de dar consuelo...
Conviene tener siempre presente aquel viejo refrán: El hombre es fuego, la mujer estopa, viene el diablo y sopla...