En el último Festival erótico de S. Sebastián, con ocasión de la proyección de una cinta de alto contenido sexual, del director británico Michael Winterbottom, se reabrió la vieja polémica de qué límites debe haber entre pornografía y erotismo.
Con la excusa de que estamos en un estado libre, que consagra en la Constitución la libertad de expresión y de que el sexo explícito forma parte importante de cualquier historia de amor, hay quienes propugnan no debe existir ninguna barrera en mostrar escenas íntimas de sexo explícito. Quizás, en este como en otros filmes, se den una colisión entre derechos. El del director, a defender su derecho a la libertad de expresión, y el del espectador, a no ser agredido en sus convicciones religiosas o morales.
En ocasiones, ante la carencia de ideas, imaginación y profesionalidad de ciertos cineastas , se recurre al reclamo de filmar escenas y más escenas explicitas de sexo - porno encubierto- para rellenar el vacío de otros valores éticos y cinematográficos.
El gran novelista desaparecido Gonzalo Torrente Ballester dejó escrito que el buen cineasta no se recrea necesariamente, en escenas interminables de sexo y de alcoba. Es tomar por tonto al espectador y además, demuestra escasa inteligencia. Aunque eso esté de moda. Basta sugerir más que mostrar . Todo se puede decir sin caer en el mal gusto. Grandes y célebres directores españoles y extranjeros, nos han dejado obras maestras de la historia del cine, sin recurrir a la pornografía o al desnudo integral.