A
menudo se entiende hoy la libertad en términos de total autonomía. Se
la ve como la base única e indiscutible de nuestras opciones personales
y como autoafirmación a cualquier precio. Algunos, como Jean Paul
Sartre, creen que nuestra libertad crea los valores, y que la libertad
misma es el valor supremo. Esta teoría tiene dos contradicciones
implícitas. En primer lugar, Sartre dice que la libertad es un valor
absoluto, mientras sostiene que todos los valores son relativos. En
segundo lugar, considera que el individuo es el creador de todos los
valores y, al mismo tiempo, que la libertad debe ser el valor más alto
para todos. Si alguno no está de acuerdo con esto, obviamente está
equivocado. Como siempre, el relativismo degenera infaliblemente y se
convierte en dogmatismo.
Cabe una distinción más. No es lo mismo ser libre que usar
correctamente la libertad. Apreciamos, con razón, la libertad en sí
misma y reconocemos que es bueno ser libres. La libertad nos ennoblece
como seres humanos; sin embargo, podemos también abusar de la libertad.
Si existen leyes, policías y prisiones es porque existe la posibilidad
real de que usemos mal nuestra libertad. En cierto momento, estas
instituciones se colocan delante de uno y le dicen: Lo siento amigo, has ido demasiado lejos. Te has pasado de los límites.
Resulta extraño ver cómo muchos traen a cuento el mismo concepto
como fuente e inspiración de actividades muy dispares. Los pecadores
pecan en nombre de la libertad, mientras que los santos ejercitan su
santidad precisamente bajo esta misma bandera. Charles Manson fue capaz
de asesinar a un buen número de personas inocentes porque era libre. Y
por esta misma razón, Juana de Arco dio su vida en lugar de renunciar a
la misión que Dios le había encomendado. De hecho, no puede haber
pecado, ni crimen, ni violencia, si no hay libertad, como tampoco puede
haber santidad, ni virtud, ni bondad, ni amor.
Sin embargo, la libertad no es, en realidad, la inspiración de horribles crímenes, ni tampoco de heroicos gestos de virtud. Sólo es la condición necesaria
que permite que estos actos se realicen. Cuando se ve la libertad como
un absoluto, desligada de todo principio, puede llevar a los más graves
abusos.
La libertad necesita de los valores. Ella sola me ofrece únicamente la posibilidad de actuar, mientras que los valores me dan la razón o motivo
para actuar. Si soy totalmente libre, pero carezco de valores, ¿qué
haré? Mi libertad no me lo dirá. Simplemente me responderá: Puedes hacer cualquier cosa. Mis valores son los que me moverán, los que me dirán: Haz esto. Esto es bueno; es correcto; es importante.
Los valores son los que atraen mi voluntad; la libertad permite que mi
voluntad se mueva hacia esos valores. Mi voluntad desea y, porque es
libre, es capaz de ir en busca de sus deseos.
También es útil distinguir entre libertad y derechos. La libertad
no es una especie de calcomanía cósmica que certifica que todas mis
acciones son buenas y lícitas en la medida en que son libres. La
libertad no es lo mismo que el derecho de hacer algo, aunque los dos se confunden con frecuencia. ¡Puedo hacer lo que me plazca! ¡Este es un país libre y soberano! El hecho de que sea libre para hacer algo (sin constricción) no me da derecho para hacerlo. Soy libre para matar a una persona; tal vez nadie me lo podrá impedir físicamente, pero no tengo derecho de matar.
La libertad, en sí misma no justifica nada. Si Antonio dice a su hermano: Francisco, no debes cometer adulterio. Debes ser fiel a tu esposa; y Francisco le contesta: ¡Puedo hacer lo que yo quiera! ¡Para eso soy libre!,
esta respuesta está fuera de lugar, y tiene muy poco que ver con el
consejo de su hermano. Nadie está poniendo en duda la capacidad de
Francisco para hacer esto o aquello. Todos somos capaces de obrar como
bestias, pero no debemos actuar como bestias, ni tenemos derecho de
hacerlo.
Tomado del libro: Construyendo sobre roca firme
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