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El tiempo no se suple con nada


Los hijos, la primera responsabilidad

Una vez recibí a una señora que se quejaba de la ingratitud de su
hija. Decía: “No entiendo, le doy todo lo que puedo y no me responde
con sus calificaciones, ¿qué hago?”

Luego la señora me explicó que ella trabajaba y que salía de casa a
las 7 de la mañana, antes que su hija despertara, porque tenía un
trabajo muy absorbente, y que llegaba a las 11 de la noche, que le
dejaba a su hija 200 pesos diarios para sus gastos y que prácticamente
no la veía, que el sábado se iba a jugar “bridge” y que el domingo por
la tarde se la pasaba en casa preparando su agenda de la semana.

En definitiva, aquella señora dedicaba mucho tiempo a su hija
trabajando para ella, pero casi nada a su primera responsabilidad: ser
madre. Yo no digo que no se trabaje, pero sí hay que guardar un tiempo
para sus hijos. Y no se trata de darles las sobras, los peores tiempos,
sino de buscar los momentos oportunos para desarrollar el papel de
madre o padre.

Acuérdense de lo que decían aquellos niños de la encuesta: “No
tienen tiempo para mí”. A los hijos hay que concederles calidad de
tiempo más que cantidad de tiempo. Esto significa un tiempo
exclusivamente dedicado para ellos, donde ellos sean el centro de mi
atención.

Otra señora me decía: “Voy a dejar las clases de tenis el sábado
por la mañana y las voy a cambiar de día porque me quitan el mejor
tiempo que tengo para mis hijos. Yo tendré que dar cuentas a Dios de
cómo eduqué a mis hijos, no de si sé jugar bien al tenis o de si hice
muchas amigas en el club.”

Los hijos son responsabilidad de los padres (y de ellos mismos,
cuando sean mayores de edad). Las demás instituciones: escuelas,
estado, etc., ayudan, pero la formación de los hijos debe ser guiada
por aquellos que les han dado la vida. Habrá casos especiales y graves
en que el estado o la sociedad deban intervenir para defender el bien
objetivo de los muchachos, pero éstos son excepciones.

Cuidar los ambientes

Aquí entramos en un punto fundamental. Hay que tener en cuenta que
los ambientes también educan y su influencia es mucho más fuerte de lo
que pensamos. Los ambientes son los grandes maestros del adolescente
que precisamente se encuentra en un período en el que huye de toda
autoridad y encuentra un refugio en sus “ambientes”.

Muchas veces está convencido de que él los crea, no se da cuenta de
que detrás de cada ambiente hay horas de planeación mercadológica para
atraerlo, influirlo o manipularlo. Ya saben que el adolescente es el
mejor comprador en cualquier mercado y por eso hay muchos que quieren
“ganárselo”.

Cuidar los ambientes significa poner mucha atención en la educación
que recibe un adolescente de modo casi subliminal, a través de lo que
ve, escucha, etc. No se trata de hacer de policías, sino de prevenir
con habilidad y estar en las condiciones de aconsejar y ayudar cuando
sea necesario.

En primer lugar hay que comenzar con lo que yo llamo “ambientes
internos”, es decir, de la vida de todos los días en casa. ¿Qué percibe
mi hijo en este ambiente?, ¿ve un modelo de matrimonio que le sirva
para edificar él su vida después?, ¿cómo es el trato entre los
hermanos?, ¿se siente a gusto?, ¿por qué?, ¿qué podemos hacer para
mejorarlo?, ¿lo que le decimos coincide con lo que vivimos?

En segundo lugar, los ambientes externos: la escuela, los centros
de diversión, la televisión. Se trata de que los padres elijan y puedan
elegir de verdad aquello que es lo mejor para sus hijos y que al mismo
tiempo no cuenten con influencias negativas que ellos no elijan
libremente. De aquí se deduce que resulta muy importante saber escoger
el colegio para nuestros hijos y ofrecerles los medios de descanso, el
cultivo de sus aficiones y el deporte que les sirvan para llenar su
tiempo libre.

Pero también significa defenderlos de las influencias no queridas
que inciden negativamente en ellos. En este punto es importante que los
padres de familia estén unidos para defender la educación de sus hijos
de todo aquello que les puede producir deformaciones irresanables.

Hay muchas influencias que buscan ganar a nuestros hijos como
clientes. En muchos países ya se ha dado la alerta. Los padres de
familia de España se han unido y han conseguido parar el teléfono
erótico, la exhibición de desnudos en televisión en horas en que los
niños están presentes y la presentación indecorosa de portadas de
revistas en lugares públicos.

En Bélgica hay un fuerte movimiento contra la paidofilia y la
explotación sexual de los niños. En Suecia se ha dictado leyes muy
severas sobre este punto. Como decía un artículo publicado
recientemente en un periódico de México, D.F.: “¡Salvemos a nuestros
niños! ¡No les quitemos la inocencia!”

Autoexamen

Hay que estar encima de nosotros en nuestro trabajo de educadores.
Se trata de examinar cómo afrontamos los problemas, de estar atentos a
las reacciones de nuestros hijos, de conocer a fondo cómo hacemos las
cosas y medir su eficacia. Se trata de estar muy atento al fondo que
les transmito y la forma en que lo hago.

Hay un caso muy curioso que nos sirve para fijarnos en cómo es
importante examinar los efectos de mi tarea de educador con mi hijo.
Fue un alumno mío que siempre se quejaba de que mamá le corrigiese
delante de sus amigos cuando los llevaba a la casa. Por esta razón, el
muchacho odiaba a su mamá y ella no se daba cuenta de que con esta
actitud simplemente conseguía que su hijo no le hiciera caso. Ella
creía que resultaba más eficaz regañar al muchacho delante de sus
amigos y por eso lo hacía. Esto supone una falta de conocimiento del
cuidado exquisito de su imagen que tiene el adolescente precisamente
por su inseguridad personal, pero también una falta clara de autoexamen
para saber medir bien las reacciones con su hijo.