No
creía que un jovencito de apenas catorce años diera un concierto de
violín en la opera de la Scala de Milán. Y, además, que lo hiciera
dejando boquiabiertos a los exigentes críticos de la prensa artística
italiana. Luego pensé que el jovencito era sin duda un bicho medio
raro, que estaba todo el día moviendo su instrumento en un ángulo del
salón y que, claro está, así cualquiera.
Además, seguro que era un adolescente que, cuando le sacasen del
tema de la música, sería descubrir su pobreza mental y de personalidad.
Todo lo contrario. Fui a saludarle después del concierto y me
impresionó su franca sonrisa, su apretón de manos y su felicidad porque
había superado los exámenes de fin de curso... El boquiabierto fui yo,
cuando me invitó al partido de basketball que debía jugar el sábado y a
contemplar su colección de aviones para aeromodelismo que había
guardado de sus competiciones internacionales...
Ante tan raro ejemplar de la hermosa etapa juvenil de nuestra vida
humana, me hice un propósito: visitar a sus papás y escribir la fórmula
que producía estos maravillosos resultados. Cuando su padre paseaba
junto a mí por el jardín de la casa, la respuesta fue muy simple: "La
disciplina" me dijo el buen hombre de pelo grisáceo. "La disciplina a
la hora de levantarse; la disciplina a la hora de hacer las tareas; la
disciplina para hacer los ensayos; la disciplina para acabar un modelo
nuevo de avión, aunque ya se acabaron las ganas de terminarlo. La
educación de nuestro hijo ha sido la disciplina llena de amor y de
paciencia".