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SEGUNDA PARTE
LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO
SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA
INICIACIÓN CRISTIANA
ARTÍCULO 3
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA
1322 La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han
sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados
más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la
Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.
1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue
entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para
perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar
así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección,
sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el
que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la
gloria futura" (SC 47).
I
La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial
1324 La Eucaristía es "fuente y cima de toda la
vida cristiana" (LG 11). "Los demás sacramentos, como también
todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la
Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene
todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra
Pascua" (PO 5).
1325 "La Eucaristía significa y realiza la
comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las que la Igle
sia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por
la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu
Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (CdR, inst.
"Eucharisticum mysterium" 6).
1326 Finalmente, la celebración eucarística nos
unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios
será todo en todos (cf 1 Co 15,28).
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la
suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la
Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar"
(S. Ireneo, haer. 4, 18, 5).
II El nombre de
este sacramento
1328 La riqueza inagotable de este sacramento se
expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres
evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las
palabras "eucharistein" (Lc 22,19; 1 Co 11,24) y
"eulogein" (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías
que proclaman -sobre todo durante la comida- las obras de Dios: la creación,
la redención y la santificación.
1329 Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque
se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la
víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas del
Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén celestial.
Fracción del pan porque este rito, propio del banquete
judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como
cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última
Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán
después de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros
cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11).
Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan,
partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo
en él (cf 1 Co 10,16-17).
Asamblea eucarística (synaxis), porque la
Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visibl e de
la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).
1330 Memorial de la pasión y de la
resurrección del Se
1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la
suma de nuestra fe: "Nuestra manera de pensar armoniza con la
Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar"
(S. Ireneo, haer. 4, 18, 5).
II El nombre de
este sacramento
1328 La riqueza inagotable de este sacramento se
expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres
evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:
Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las
palabras "eucharistein" (Lc 22,19; 1 Co 11,24) y
"eulogein" (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías
que proclaman -sobre todo durante la comida- las obras de Dios: la creación,
la redención y la santificación.
1329 Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque
se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la
víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas del
Cordero (cf Ap 19,9) en la Jerusalén celestial.
Fracción del pan porque este rito, propio del banquete
judío, fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como
cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo en la última
Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán
después de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros
cristianos designaron sus asambleas eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11).
Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan,
partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo cuerpo
en él (cf 1 Co 10,16-17).
Asamblea eucarística (synaxis), porque la
Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visibl e de
la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).
1330 Memorial de la pasión y de la
resurrección del Señor.
Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio
de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también santo
sacrificio de la misa, "sacrificio de alabanza" (Hch
13,15; cf Sal 116, 13.17), sacrificio espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio
puro (cf Ml 1,11) y santo, puesto que completa y supera todos los
sacrificios de la Antigua Alianza.
Santa y divina Liturgia, porque toda la liturgia de la
Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en la celebración de
este sacramento; en el mismo sentido se la llama también celebración de
los santos misterios. Se habla también del Santísimo Sacramento
porque es el Sacramento de los Sacramentos. Con este nombre se designan las
especies eucarísticas guardadas en el sagrario.
1331 Comunión, porque por este sacramento nos
unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para
formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17); se la llama también las cosas
santas [ta hagia; sancta] (Const. Apost. 8, 13, 12; Didaché 9,5; 10,6)
-es el sentido primero de la comunión de los santos de que habla el Símbolo
de los Apóstoles-, pan de los ángeles, pan del cielo, medicina
de inmortalidad (S. Ignacio de Ant. Eph 20,2), viático...
1332 Santa Misa porque la liturgia en la que se
realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles
(missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.
III
La Eucaristía en la economía de la salvación
Los signos del pan y del vino
1333 En el corazón de la celebración de la
Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las palabras de Cristo y
por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre
de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en
memoria de él, hasta su retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su
pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de
vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de
Cristo, los signos del pan y del vino siguen significando también la bondad
de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias al Creador por el pan y
el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero
antes, "fruto de la tierra" y "de la vid", dones del
Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec, rey y sacerdote, que
"ofreció pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia
ofrenda (cf MR, Canon Romano 95).
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran
ofrecidos como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de
reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva significación en
el contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la
Pascua conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del
maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra
de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra
prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El "cáliz de
bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos,
añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la
espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su
Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del
cáliz.
1335 Los milagros de la multiplicación de los panes,
cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio
de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia
de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo
del agua convertida en vino en Caná (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la
glorificación de Jesús. Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas
en el Reino del Padre, donde los fieles beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25)
convertido en Sangre de Cristo.
1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los
discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó: "Es
duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía
y la cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser
ocasión de división. "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn
6,67): esta pregunta del Señor, resuena a través de las edades, invitación
de su amor a descubrir que sólo él tiene "palabras de vida eterna"
(Jn 6,68), y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a él
mismo.
La institución de la Eucaristía
1337 El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó
hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para
retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les
dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda de este
amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua,
instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y
ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, "constituyéndoles
entonces sacerdotes del Nuevo Testamento" (Cc. de Trento: DS 1740).
1338 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo nos han
tran smitido el relato de la institución de la Eucaristía; por su parte, S.
Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, palabras que
preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como
el pan de vida, bajado del cielo (cf Jn 6).
1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para
realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm: dar a sus discípulos su
Cuerpo y su Sangre:
Llegó el día de los Azimos, en el que se había de inmolar
el cordero de Pascua; (Jesús) envió a Pedro y a Juan, diciendo: `Id y
preparadnos la Pascua para que la comamos'...fueron... y prepararon la
Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo:
`Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer;
porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en
el Reino de Dios'...Y tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio
diciendo: `Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto
en recuerdo mío'. De igual modo, después de cenar, el cáliz, diciendo:
`Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por
vosotros' (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29; Mc 14,12-25; 1 Co 11,23-26).
1340 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en
el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la
pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su
resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la
Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final
de la Iglesia en la gloria del Reino.
"Haced esto en memoria mía"
1341 El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y
sus palabras "hasta que venga" (1 Co 11,26), no exige solamente
acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica por
los apóstoles y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de
su muerte, de su resurrección y de su intercesión junto al Padre.
1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden
del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se dice: Acudían asiduamente a la
enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la fracción
del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos los días con
perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y
tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón (Hch 2,42.46).
1343 Era sobre todo "el primer día de la
semana", es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús,
cuando los cristianos se reunían para "partir el pan" (Hch 20,7).
Desde entonces hasta nuestros días la celebración de la Eucaristía se ha
perpetuado, de suerte que hoy la encontramos por todas partes en la Iglesia,
con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de la vida de la
Iglesia.
1344 Así, de celebración en celebración, anunciando
el misterio pascual de Jesús "hasta que venga" (1 Co 11,26), el
pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda estrecha de la
cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se
sentarán a la mesa del Reino.
IV
La celebración litúrgica de la Eucaristía
La misa de todos los siglos
1345 Desde el siglo II, según el testimonio de S.
Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la celebración
eucarística. Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través
de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo
escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador pagano Antonino Pío
(138-161) lo que hacen los cristianos:
El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en
un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo.
Se
leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto
tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside
toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego
nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y por todos los demás
donde quiera que estén a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida
y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la
salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros.
Luego
se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino
mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del
universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en
griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos
de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias
todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
Cuando
el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido,
los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que
están presentes pan, vino y agua "eucaristizados" y los llevan a
los ausentes (S. Justino, apol. 1, 65; 67).
1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla
conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los
siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad
básica:
— La reunión, la liturgia de la Palabra, con las
lecturas, la homilía y la oración universal;
— la liturgia eucarística, con la presentación del
pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.
Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen
juntas "un solo acto de culto" (SC 56); en efecto, la mesa preparada
para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del
Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual
de Jesús resucitado con sus discípulos: en el camino les explicaba las
Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, "tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo dio" (cf Lc 24,13- 35).
El desarrollo de la celebración
1348 Todos se reúnen. Los cristianos acuden a
un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su cabeza está Cristo mismo
que es el actor principal de la Eucaristía. El es sumo sacerdote de la Nueva
Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente toda celebración
eucarística. Como representante suyo, el obispo o el presbítero (actuando
"in persona Christi capitis") preside la asamblea, toma la palabra
después de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera: los
lectores, los que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el
pueblo entero cuyo "Amén" manifiesta su participación.
1349 La liturgia de la Palabra comprende
"los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo Testamento, y
"las memorias de los apóstoles", es decir sus cartas y los
Evangelios; después la homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que
es verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1 Ts 2,13), y a ponerla en práctica;
vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según la palabra del
Apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones,
súplicas y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por
todos los constituidos en autoridad" (1 Tm 2,1-2).
1350 La presentación de las ofrendas (el
ofertorio): entonces se lleva al altar, a veces en procesión, el pan y el
vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el
sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre.
Es la acción misma de Cristo en la última Cena, "tomando pan y una
copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación, pura, al Creador,
ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación" (S.
Ireneo, haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11). La presentación de las ofrendas en el
altar hace suyo el gesto de Melquisedec y pone los dones del Creador en las
manos de Cristo. El es quien, en su sacrificio, lleva a la perfección todos
los intentos humanos de ofrecer sacrificios.
1351 Desde el principio, junto con el pan y el vino
para la Eucaristía, los cristianos presentan tambié n s u s d o n e s p a r
a compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de la colecta
(cf 1 Co 16,1), siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo
pobre para enriquecernos (cf 2 Co 8,9):
Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha
impuesto; lo que es recogido es entregado al que preside, y él atiende a
los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra causa priva de
recursos, los presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre a todos los
que están en necesidad (S. Justino, apol. 1, 67,6).
1352 La Anáfora: Con la plegaria eucarística,
oración de acción de gracias y de consagración llegamos al corazón y a la
cumbre de la celebración:
En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por
Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras , por la creación, la
redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza
incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al
Dios tres veces santo;
1353 En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre
que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su bendición (cf MR, canon
romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder, en el
Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía
sean un solo cuerpo y un solo espíritu (algunas tradiciones litúrgicas
colocan la epíclesis después de la anámnesis);
en el relato de la institución, la fuerza de las
palabras y de la acción de Cristo y el poder del Espíritu Santo hacen
sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y su
Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre;
1354 en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace
memoria de la pasión, de la resurrección y del retorno glorioso de Cristo
Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con él;
en las intercesiones, la Iglesia expresa que la
Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia del cielo y de la
tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los pastores de la
Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y
todos los obispos del mundo entero con sus iglesias.
1355 En la comunión, precedida por la oración
del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben "el pan del
cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la Sangre de
Cristo que se entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51):
Porque este pan y este vino han sido, según la expresión
antigua "eucaristizados", "llamamos a este alimento Eucaristía
y nadie puede tomar parte en él s i no cree en la verdad de lo que se
enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los
pecados y el nuevo nacimiento, y si no vive según los preceptos de
Cristo" (S. Justino, apol. 1, 66,1-2).
V
El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia
1356 Si los cristianos celebran la Eucaristía desde
los orígenes, y de forma que, en su substancia, no ha cambiado a través de
la gran diversidad de épocas y de liturgias, sucede porque sabemos que
estamos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión:
"haced esto en memoria mía" (1 Co 11,24-25).
1357 Cumplimos este mandato del Señor celebrando el
memorial de su sacrificio. Al hacerlo, ofrecemos al Padre lo que
él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el vino,
convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el
Cuerpo y la Sangre del mismo Cristo: Así Cristo se hace real y
misteriosamente presente.
1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía
— como acción de gracias y alabanza al Padre — como memorial del
sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
— como presencia de Cristo por
el poder de su Palabra y de su Espíritu.
La acción de gracias y la alabanza al Padre
1359 La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por
Cristo en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias
por la obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda la creación
amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y resurrección de
Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en
acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo
en la creación y en la humanidad.
1360 La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una
bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus
beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y
la santificación. "Eucaristía" significa, ante todo, acción de
gracias.
1361 La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del
cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este
sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: él une los fieles
a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de
alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser
aceptado en él.
El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia
1362 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la
actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia
de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas las plegarias eucarísticas
encontramos, tras las palabras de la institución, una oración llamada anámnesis
o memorial.
1363 En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial
no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la
proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres
(cf Ex 13,3). En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en
cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su
liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua, los acontecimientos
del Exodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de que
conformen su vida a estos acontecimientos.
1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando
la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y esta se
hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la
cruz, permanece siempre actual (cf Hb 7,25-27): "Cuantas veces se renueva
en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue
inmolado, se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3).
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es
también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se
manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo
que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en
mi sangre, que será derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En la
Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y
la sangre misma que "derramó por muchos para remisión de los
pecados" (Mt 26,28).
1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (=
hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica
su fruto:
(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas,
muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos
(los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no debía poner
fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última Cena, "la noche en que fue
entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un
sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana), donde sería
representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la
cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos (1 Co 11,23) y cuya
virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados que cometemos cada
día (Cc. de Trento: DS 1740).
1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues,
un único sacrificio: "Es una y la misma víctima, que se ofrece
ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí misma entonces
sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": (Cc. de Trento, Sess.
22a., Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en
este divino sacrificio que se realiza en la Misa, se contiene e inmola
incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz "se ofreció a
sí mismo una vez de modo cruento"; …este sacrificio [es] verdaderamente
propiciatorio" (Ibid).
1368 La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La
Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con
él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos
los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el
sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su
sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total
ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo, presente
sobre el altar, da a todas alas generaciones de cristianos la posibilidad de
unirse a su ofrenda.
En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en
oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió
los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e
intercede por todos los hombres.
1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
Encargado del ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a
toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor
de la unidad de la Iglesia universal. El obispo del lugar es siempre
responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida por un presbítero;
el nombre del obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de la
Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de los diáconos.
La comunidad intercede también por todos los ministros que, por ella y con
ella, ofrecen el sacrificio eucarístico:
Que sólo sea considerada como legítima la eucaristía que se hace bajo la
presidencia del obispo o de quien él ha señalado para ello (S. Ignacio de
Antioquía, Smyrn. 8,1).
Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección el
sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo,
único Mediador. Este, en nombre de toda la Iglesia, por manos de los
presbíteros, se ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta
que el Señor venga (PO 2).
1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están
todavía aquí abajo, sino también los que están ya en la gloria del cielo:
La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico en comunión con la santísima
Virgen María y haciendo memoria de ella así como de todos los santos y santas.
En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a
la ofrenda y a la intercesión de Cristo.
1371 El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles
difuntos "que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente
purificados" (Cc. de Trento: DS 1743), para que puedan entrar en la luz y
la paz de Cristo:
Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado;
solamente os ruego que, dondequiera que os hallareis, os acordéis de mi ante el
altar del Señor (S. Mónica, antes de su muerte, a S. Agustín y su hermano;
Conf. 9,9,27).
A continuación oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos
difuntos, y en general por todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo
que será de gran provecho para las almas, en favor de las cuales es ofrecida la
súplica, mientras se halla presente la santa y adorable víctima...Presentando
a Dios nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores,...
presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos
y para nosotros al Dios amigo de los hombres (s. Cirilo de Jerusalén, Cateq.
mist. 5, 9.10).
1372 S. Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa
a una participación cada vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor
que celebramos en la Eucaristía:
Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los
santos, es ofrecida a Dios como un sacrificio universal por el Sumo Sacerdote
que, bajo la forma de esclavo, llegó a ofrecerse por nosotros en su pasión,
para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran Cabeza...Tal es el sacrificio
de los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo cuerpo en
Cristo" (Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en
el Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde se muestra que en lo
que ella ofrece se ofrece a sí misma (civ. 10,6).
La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo
1373 "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de
Dios e intercede por nosotros" (Rm 8,34), está presente de múltiples
maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia,
"allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en
los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los
que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro.
Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las especies
eucarísticas" (SC 7).
1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es
singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de
ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden
todos los sacramentos" (S. Tomás de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo
sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y
substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de
nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" (Cc.
de Trento: DS 1651). "Esta presencia se denomina `real', no a título
exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales', sino por excelencia,
porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace
totalmente presente" (MF 39).
1375 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y
Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia
afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo
y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, S. Juan
Crisóstomo declara que:
No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y
Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El
sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su
gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra
transforma las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).
Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:
Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido,
sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición
supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma
resulta cambiada...La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no
existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?
Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela (myst.
9,50.52).
1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma:
"Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie
de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta
convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del
pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia
del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la
substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente
a este cambio transubstanciación" (DS 1642).
1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la
consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas.
Cristo está todo entero presente en cada una de las especies y todo entero en
cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (cf
Cc. de Trento: DS 1641).
1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa
expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y
de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en
señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y continua
dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no
solamente durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando
con el mayor cuidado las hostias consagradas, presentándolas a los fieles para
que las veneren con solemnidad, llevándolas en procesión" (MF 56).
1379 El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar
dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes
fuera de la misa. Por la profundización de la fe en la presencia real de Cristo
en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia del sentido de la adora
Sed auditu solo
tuto creditur:
Credo quidquod dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis
verbo verius.
(Adórote devotamente, oculta Deidad,
que bajo estas
sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente
se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.
La
vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;
sólo con el oído se llega
a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada
más verdadero que esta palabra de Verdad.)
VI El banquete pascual
1382 La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en
que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión
en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio
eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles
con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se
ofrece por nosotros.
1383 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la
celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo
misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más
cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio
de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra
reconciliación y como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en
efecto, el altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice S.
Ambrosio (sacr. 5,7), y en otro lugar: "El altar representa el Cuerpo (de
Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar" (sacr. 4,7). La
liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas
oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu
presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos
recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar,
seamos colmados de gracia y bendición.
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el
sacramento de la Eucaristía: "En verdad en verdad os digo: si no coméis
la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en
vosotros" (Jn 6,53).
1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para
este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia:
"Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del
Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces
del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come
y bebe su propio castigo" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar
en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de
acercarse a comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir
humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para
sanarme". En la Liturgia de S. Juan Crisóstomo, los fieles oran con el
mismo espíritu:
Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el
secreto a tus enemigos ni te daré el beso de Judas. Sino que, como el buen
ladrón, te digo: Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los
fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por
la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta ora en su anáfora:
Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu
presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos
recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar,
seamos colmados de gracia y bendición.
“Tomad y comed todos de él”: la comunión
1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el
sacramento de la Eucaristía: "En verdad en verdad os digo: si no coméis
la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en
vosotros" (Jn 6,53).
1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para
este momento tan grande y santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia:
"Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del
Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces
del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come
y bebe su propio castigo" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar
en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de
acercarse a comulgar.
1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir
humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para
sanarme". En la Liturgia de S. Juan Crisóstomo, los fieles oran con el
mismo espíritu:
Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el
secreto a tus enemigos ni te daré el beso de Judas. Sino que, como el buen
ladrón, te digo: Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.
1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los
fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por
la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad,
el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.
1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que
los fieles, con las debidas disposiciones (cf CIC, can. 916), comulguen
cuando participan en la misa (cf CIC, can 917. Los fieles, en el mismo
día, pueden recibir la Santísima Eucaristía sólo una segunda vez: Cf Pontificia
Commissio Codici Iuris Canonici Authentice Interpretando, Responsa ad
proposita dubia, 1: AAS 76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente la
participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la
comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC
55).
1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar los
domingos y días de fiesta en la divina liturgia (cf OE 15) y a recibir al
menos una vez al año la Eucaristía, s i es posible en tiempo pascual (cf
CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la
Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los
domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los
días.
1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo
cada una de las especies, la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que
se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones
pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la
más habitual en el rito latino. "La comunión tiene una expresión más
plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa
forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete
eucarístico" (IGMR 240). Es la forma habitual de comulgar en los ritos
orientales.
Los frutos de la comunión
1391 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la
Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo
Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre
habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su
fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el
Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por
mí" (Jn 6,57):
Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo,
proclaman unos a otros la Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como
cuando el ángel dijo a María de Magdala: "¡Cristo ha resucitado!"
He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien
recibe a Cristo (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237
a-b).
1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la
comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La
comunión con la Carne de Cristo resucitado, vivificada por el Espíritu Santo y
vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en
el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por
la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la
muerte, cuando nos sea dada como viático.
1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que
recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que
bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por
eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de
los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:
"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1 Co
11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de
los pecados . Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de
los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo
que peco siempre, debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4, 28).
1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de
fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a
debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales (cf Cc.
de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace
capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en
él:
Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su
muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos
comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a
Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en
nuestro propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como
crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo...y,
llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios (S. Fulgencio de
Ruspe, Fab. 28,16-19).
1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva
de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y
más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él
por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados
mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la
Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la
Iglesia.
1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia.
Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello
mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La
comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia
realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más
que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada:
"El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la
sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de
Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos
participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es
puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis
"Amén" (es decir, "sí", "es verdad") a lo que
recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo
de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero
miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero (S.
Agustín, serm. 272).
1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres:
Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por
nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt
25,40):
Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta
mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de
participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha
invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan
Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la
grandeza de esta misterio, S. Agustín exclama: "O sacramentum pietatis! O
signum unitatis! O vinculum caritatis!" ("¡Oh sacramento de piedad,
oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!", Ev. Jo. 26,13; cf SC 47).
Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que
rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes
son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de
todos los que creen en él.
1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la
Iglesia católica celebran la Eucaristía con gran amor. "Mas como estas
Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en
virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que
se unen aún más con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una
cierta comunión in sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no
solamente es posible, sino que se aconseja...en circunstancias oportunas y
aprobándolo la autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844,3).
1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la
Iglesia católica, "sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han
conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico" (UR
22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con
estas comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales
"al conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor,
profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida
gloriosa" (UR 22).
1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los
ministros católicos pueden administrar los sacramentos (eucaristía,
penitencia, unción de los enfermos) a cristianos que no están en plena
comunión con la Iglesia católica, pero que piden estos sacramentos con deseo y
rectitud: en tal caso se precisa que profesen la fe católica respecto a estos
sacramentos y estén bien dispuestos (cf CIC, can. 844,4).
VII
La Eucaristía, "Pignus futurae gloriae"
1402 En una antigua oración, la Iglesia aclama el
misterio de la Eucaristía: "O sacrum convivium in quo Christus sumitur .
Recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia et futurae gloriae
nobis pignus datur" ("¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es
nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de
gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!"). Si la Eucaristía
es el memorial de la Pascua del Señor y s i por nuestra comunión en el altar
somos colmados "de toda bendición celestial y gracia" (MR, Canon
Romano 96: "Supplices te rogamus"), la Eucaristía es también la
anticipación de la gloria celestial.
1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la
atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de
Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta
el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre"
(Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la
Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que
viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su venida: "Maran
atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que
tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en
su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta
presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía "expectantes
beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi" ("Mientras
esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo", Embolismo
después del Padre Nuestro; cf Tt 2,13), pidiendo entrar "en tu reino,
donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí
enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú
eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos
eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro" (MR, Plegaria
Eucarística 3, 128: oración por los difuntos).
1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y
la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos
prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada
vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra de nuestra
redención" (LG 3) y "partimos un mismo pan que es remedio de
inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para
siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).
Resumen
1406 Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado
del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre...el que come mi
Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna...permanece en mí y yo en él"
(Jn 6, 51.54.56).
1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la
vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros
a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez por todas en
la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la
salvación sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.
1408 La celebración eucarística comprende siempre:
la proclamación de la Palabra de Dios, la acción de gracias a Dios Padre por
todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la consagración del
pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción
del Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y
mismo acto de culto.
1409 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de
Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte
y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la acción
litúrgica.
1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la
nueva Alianza, quien, por el ministerio de los sacerdotes, ofrece el
sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente
bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.
1411 Sólo los presbíteros válidamente ordenados
pueden presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se
conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
1412 Los signos esenciales del sacramento
eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los cuales es invocada la
bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la
consagración dichas por Jesús en la última cena: "Esto es mi Cuerpo
entregado por vosotros...Este es el cáliz de mi Sangre..."
1413 Por la consagración se realiza la
transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y
glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su
Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).
1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es
ofrecida también en reparación de los pecados de los vivos y los difuntos, y
para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.
1415 El que quiere recibir a Cristo en la Comunión
eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de
haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido
previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.
1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre
de Cristo acrecienta la unión del comulgante con el Señor, le perdona los
pecados veniales y lo preserva de pecados graves. Puesto que los lazos de
caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este
sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles
que reciban la sagrada comunión cuando participan en la celebración de la
Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos una vez al año.
1418 Puesto que Cristo mismo está presente en el
Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración. "La
visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y
un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor" (MF).
1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos
da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a él: la
participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene
nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la
Vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen
María y a todos los santos.
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