Tiempo de Navidad. Tiempo de regalos a las personas que amamos. No importa tanto el valor de la cosa en sí, cuanto el detalle que supone el acordarnos de ellas. Está muy bien “Practique la elegancia social del regalo” reza la propaganda. A fe mía, que la gente-aun la más pobre- lo practica bien. Que lo digan sino los comerciantes, que hacen su agosto en estas fechas.
También Dios ha tenido con los humanos-¡bendita fe cristiana¡-un detalle propio de su infinito amor hacia la obra maestra salida de sus manos, el ser humano. Compadecido del extravío de los hombres, quiso compartir con ellos los avatares de su existencia humana. “Nos envió a su propio Hijo, Jesucristo, igual en todo a nosotros, menos n el pecado .No para condenar al mundo , sino para salvarlo por medio de El”.Esta es la prueba suprema del amor divino hacia la humanidad entera.
Dios con ser omnipotente agotó todas las posibilidades de demostrar su amor a las criaturas. Ya no puede hacer nada más de lo que ha hecho. Nos entregó lo que ÉL más quería, a su Unigénito.
Este el misterio insondable e incomprensible de amor, es el que celebramos cada año en la Navidad y a lo largo de todo el año litúrgico. Sólo hay una postura de corresponder al amor único, personal e infinito de Dios: Amor con amor se paga.