La
libertad es la raíz de nuestra dignidad como seres humanos. Esto quiere
decir que nuestra dignidad empieza con nuestra libertad, pero no
termina allí. La raíz no es todo el árbol, ni tampoco la libertad es la
última meta de nuestra existencia humana. La libertad nos ofrece la
posibilidad de obtener el mayor triunfo: el amor, el derramamiento
de todo mi ser hacia alguien. El amor es imposible sin libertad. De
hecho, muchos seres humanos esencialmente libres, no son capaces
todavía de amar, porque el amor requiere un nivel más elevado de
libertad: la capacidad de olvidarse de uno mismo, de anteponer al otro.
Muchos no están preparados para esto. Los mayores herísmos exigen el
mayor grado de libertad. La libertad humana, en su sentido más pleno y
más profundo, nos impulsa a la donación responsable de nosotros mismos
en favor de los demás. Éste es el modo más genuino de usar la libertad
y su expresión más profunda. La donación sincera de sí mismo es la
senda privilegiada que conduce a la auténtica realización personal.
El amor es la cúspide de la libertad. Ama, y haz lo que quieras, es la sorprendente máxima de san Agustín.
El amor asume todo lo que es bueno. El amor busca el bien del otro
pero termina por brindar el mayor bien posible al que lo ejercita.
Cultivando mi libertad personal
Para vivir en verdadera libertad, recordemos estos cuatro principios básicos:
1. Las personas libres son dueñas de sí mismas.
Los que se dejan dominar por cualquier cosa, se hacen esclavos de
ella. La libertad no consiste en permitir que nuestros impulsos nos
arrastren, sino en el autodominio. Y esto, desde luego, significa
autodisciplina. Es cierto que esta recomendación no suele ser muy grata
o bien recibida, pero si somos sinceros con nosotros mismos, hemos de
reconocer su valor. Cualquier atleta aprecia el valor y la necesidad
del sacrificio. Si queremos de verdad ser libres, hemos de aceptar el
sacrificio con coraje y confianza.
2. Las personas libres son leales a la verdad.
La verdad es liberación de la ignorancia y de la duda. Para vivir
como personas auténticas, debemos buscar, venerar, vivir de acuerdo con
la verdad: del sentido de la vida, de la finalidad de las cosas que nos
rodean, de la verdad de nuestro ser.
3. Las personas libres ejercitan su libertad.
Crecemos en libertad cuando la ejercitamos consciente, decidida y
deliberadamente. La rutina, si se cuela en nuestra vida, nos asemeja a
un vagón de ferrocarril sobre la vía férrea: empujado por detrás,
tirado por delante, metido en una trayectoria fija por dos rieles
metálicos. Es mejor determinar por nosotros mismos a dónde vamos, por
qué vamos, y cómo llegaremos hasta allí. Sólo así podremos poner todo
lo que somos en nuestras decisiones y vivir con coherencia nuestros
compromisos.
4. Las personas libres piensan por sí mismas.
No nos dejemos gobernar por la opinión pública, por lo que están
haciendo los demás, por las ideas y las modas que hoy son y mañana
desaparecen. Adhirámonos, en cambio, a lo que sabemos que es correcto,
sin tener miedo de llamar a las cosas por su nombre, aunque corramos el
riesgo de perder popularidad o de parecer retrógrados.
La libertad es mucho más que un eslogan pegadizo que se trae a
cuento para justificar nuestras acciones. Es un don que requiere ser
administrado cuidadosamente, si hemos de usarlo bien.
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