Los
que tenemos hermanos, primos o sobrinos pequeños más de alguna vez
hemos tenido que soportar su retahíla interminable de preguntas: -¿Para
qué sirve esto?, ¿por qué te afeitas por las mañanas?, ¿cómo se llama
la cosa por la que hablas con mamá?... Y a base de las respuestas
surgen nuevas preguntas en una concatenación sin fin. Esto no es más
que la evidente inquietud del ser humanos por saber.
El
hombre desde que es hombre es inquieto. Y esta impaciencia se nota en
la constante preocupación por saber. No sólo es una preocupación, sino
un gusto. Ya lo decía Aristóteles: todos los hombres desean saber por
naturaleza. No por nada el hombre se ha calificado a sí mismo como “homo sapiens sapiens”, es decir, el hombre que sabe.
Saber
no es simplemente tener un montón de datos aprendidos de memoria que se
olvidan en unas semanas si no se usan. La palabra saber viene del
latín, “sapere”, que más que saber significa saborear,
gustar. Y el que verdaderamente sabe, el sabio, es aquel que gusta y
disfruta de lo que el hombre ha producido a lo largo de su existencia
por esta tierra. Es aquel que se esfuerza por comprender la evolución
del ser humano y así entender mejor el mundo que el rodea.
El
sabio es el que mueve la voluntad de las personas, porque las personas
no se mueven sino con ideas y el sabio es el fabricante de ideas. Saber
no es más que apoyarse en los hombros de los gigantes que nos han
precedido en el conocimiento y que han dado pasos significativos en el
progreso del hombre. Desde aquí el sabio puede ver algo de la maravilla
del Creador y puede dar algo bueno de sí al mundo.
El sabio no es el que se queda enfrascado simplemente en su competencia y no sale de ahí. “Es que yo soy cardiólogo y lo demás no me importa”. Es una actitud muy cerrada porque nos da una visión del mundo muy angosta. Esta es la “barbarie de la especialización” de
la que hablaba Ortega y Gasset. No nos vaya a ocurrir como a un
estudiante estadounidense (no es que tenga algo contra el querido
pueblo norteamericano), que se estaba especializando en el
funcionamiento de un tipo de máquinas, pero que no sabía ni siquiera
localizar en el mapa dónde estaba España.
Todos
debemos saber algo de música, pintura, escultura, arquitectura,
literatura, química, física, álgebra, geometría, anatomía, idiomas,
filosofía... No tenemos por qué ser unos expertos, pues todo esto es
parte del saber humano, y mientras más sepamos, seremos hombres más
íntegros.
Es
cierto que el saber es actualmente inmenso Es imposible encontrar en
nuestros días a un Isidoro de Sevilla que sea como la biblioteca de
todo el saber, un erudito en todas las materias, porque el conocimiento
del hombre ha avanzado tanto que para triunfar es necesario centrarse
en algo concreto. Pero de esto a una indiferencia o agresión a lo que
no sea mi materia; hay un abismo de diferencia porque somos hombres y
nada de lo humano nos tiene que ser indiferente.
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