El
buen maestro procura formar a sus alumnos con el ejemplo, pues las
palabras pueden convencer pero el testimonio arrastra. El buen maestro
es paciente y responde de buen ánimo todas aquellas dudas de sus
alumnos.
El buen maestro da todo lo que posee y se entrega a su profesión
como a una vocación sublime. El trabajo de un maestro nunca es pequeño,
al contrario, ser maestro es ser un poco padre o madre de los alumnos,
es ver en cada uno de ellos a un hijo que necesita apoyo, ejemplo,
comprensión, tiempo de escucharlo.
Es percibir en los alumnos la posibilidad de verlos realizados
algún día. No hay satisfacción más onda para un maestro que ver que su
alumno ha triunfado.
El maestro es un realizador de obras maestras donde no se
descuidan los detalles, por lo que se puede decir que ésta es de
primera calidad. Un maestro no puede darse el lujo de producir obras de
segunda porque estas irán a parar al fracaso.
No hay tristeza más grande para un maestro que ver que su alumno ha
fracasado por algún descuido en su enseñanza. Un buen maestro no busca
aquellos trabajos u oportunidades que le den fama, sino procura
responder cabalmente a aquellas responsabilidades que tiene aunque
éstas sean pequeñas.
De la entrega, esmero y cariño que un maestro pone en educar a sus
alumnos dependen muchos buenos padres de familia, médicos,
profesionistas, políticos, arquitectos o ingenieros para construir una
mañana más prometedora. En las manos y en el corazón de los maestros
están millones de vida que apenas comienzan y que pueden ser la
esperanza o el fracaso de la humanidad.
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