El eco de la vida
Hace poco leí la historia de un niño y su padre, que estaban caminando en las montañas. De repente, el hijo se cae, se lastima y grita: “-¡aaahh!” Para su sorpresa oye una voz repitiendo en algún lugar de la montaña: “-¡aaahh!”. Con curiosidad el niño grita: “- ¿Quién está ahí?” Recibe como respuesta: “- ¿Quién está ahí?” Ya enfadado, el niño grita: “- Cobarde”. Y recibe de respuesta: “- Cobarde”. El niño mira a su padre y le pregunta: “- ¿Que sucede?” El padre, sonríe y le dice: “- Hijo mío, presta atención”. Entonces el padre grita a la montaña: “- Te admiro”. Y la voz responde: “- Te admiro”. De nuevo, el hombre grita: “- Eres un campeón”. Y la voz le responde: “- Eres un campeón”. El niño estaba asombrado, pero no entendía. Luego, el padre le explica: “- La gente lo llama eco, pero en realidad es la vida. Te devuelve todo lo que dices o haces”. Por eso, dicen que nuestra vida es reflejo de nuestro actuar. “Pon amor donde no hay amor y sacarás amor”, decía san Juan de la Cruz. Si quiero más amor en el mundo, he de sembrarlo a mi alrededor. Si deseo la felicidad, la he de dar pues la felicidad no la adquiero con los goces sino sacrificándome por los demás, dándome por amor; por eso es algo que viene “de rebote”: cuando la busco en sí misma no la encuentro, pero cuando busco la de los demás (haciendo el bien) la encuentro como el eco, “de rebote”, recojo lo que siembro, viviendo aquello de que “hay más alegría en dar que en recibir”. Estaré alegre cuando busco la alegría de los que me rodean. Si quiero una sonrisa en mi alma, he de sonreír a quienes tengo a mi lado, cada día. La vida me devolverá lo que he dado, como el eco. Esto se aplica a todo en la vida: a la belleza, la verdad y la bondad. Por mucho que vayamos por el mundo buscando la belleza, no la encontraremos nunca si no la llevamos con nosotros. Sólo cuando llevamos la belleza, la vemos también en todo y en todos. Y entonces descubrimos el esplendor de la verdad. Ser auténticos, coherentes, porque sabemos lo que vale la pena. Sólo cuando llevamos la verdad, la vemos en los demás. Entonces vemos que la verdad se construye haciendo el bien. A través del amor sembramos de bien el mundo; entonces vemos el bien en los demás, y sólo entonces nos hacemos buenos; si, al hacer el bien nos hacemos buenos; y también al mejorar nos hacemos capaces de conocer mejor lo que está bien, es como si el paladar hacia las cosas buenas mejorara con la virtud, tuviéramos más discernimiento. Sólo entonces estamos contentos de vivir. A veces nos ponemos gafas de sol para evitar la luz en verano; y al entrar en un túnel nos parece todo oscuro, como si las luces no alumbraran; entonces nos damos cuenta de que lo vemos todo negro porque llevamos puestas las gafas negras. Si algún día lo vemos todo negro (los demás nos molestan, están insoportables, etc.), es que tenemos la mirada turbia, la niebla está dentro de nosotros a menudo y por eso proyectamos aquella visión hacia fuera. La vida es como el eco; no exijas a la vida lo que tú no estés dispuesto a dar, es el jugo de la historia que hemos recogido al principio. En ocasiones nos encontramos desencantados, pues no han tenido con nosotros las atenciones que esperábamos, y esa falta de cariño nos hace sentirnos solos, desconsolados, desconcertados y a veces con la sensación de quien sin saber nadar se encuentra con que no hace pie, y viene el desconcierto. Es hora de encontrar el sentido de la cruz, y de hacer un acto de generosidad, de actuar de tal modo que procuremos que a nuestro alrededor nadie pruebe esto tan amargo que hemos padecido en esa ocasión; con la experiencia de aquella experiencia procuraremos que dar a los demás eso que no hemos encontrado... Una técnica de éxito muy sencilla, pero muy poderosa, es sonreír aunque cueste. No hay cosa tan pequeña que dé resultados tan grandes, para cambiar el mundo: mira a las personas con amabilidad, con una sonrisa sincera.