Hoy que tanto se habla tanto “de encontrarse a un mismo” y de autoestima, quizás se olvida que uno se “encuentra” cuando se da, al amar, al sentirnos amados; y que esto es un arte que es muy necesario aprender: “No existe la realización personal si no somos capaces de sentirnos amados y de sentir que amamos alguien de forma intensa, comprometida y desinteresada” (Jorge Bucay). Pero es un arte especial, una perfección no de “hacer” cosas, sino de dejar-se llevar por la fuerza interior –que es un don, regalo de Dios, gracia, y al mismo tiempo tarea para cultivar-, que nos da libertad para hacer el bien cada vez con más facilidad, y no es que no se noten los impulsos de l’egoísmo, sino que éste no esclaviza, porque tiene tanto la luz para discernir lo bueno de lo malo, como la fuerza para hacer el bien.
Se cuenta que en el mundo de los sentimientos, “un día, mientras jugaban al escondite, la Locura buscaba el Amor, que se había ocultado entre un montón de hojas, y la Traición le acercó un tridente de pinchas afiladas y la instó porque pinchara el follaje para descubrirlo. La Locura lo hizo, sin mesurar el mal que provocaría su acción. Dice la leyenda que, a partir de aquel momento, el Amor quedó ciego, y que la Locura, llena de culpa, decidió guiar sus pasos...” El amor tiene muchas formas (los amigos, entre padres y hijos...) pero aquí se habla de enamorarse, que impide ver los defectos del otro y su realidad, sustituyéndola por el que lleva el corazón, que se proyecta en el otro, como decía Remei Margarit: “alguien se enamora y pierde el contacto con la vida real y cotidiana, los colores son más brillantes, el aire es más puro… se disparan las euforias y uno se siente capaz de muchas cosas antes impensables. De pronto se abre un caudal de energía disponible que uno no sabía que tenía y la endorfina interna reina en su cuerpo por un tiempo”, es un descubrimiento de nuevas posibilidades, “como si la vida se hubiera desatascado de pronto y encontrara una nueva puerta que condujera al exterior… de pronto y por la magia de un encuentro, se abren perspectivas”... La vida se centra en ver la sonrisa del otro, y junto a esta dependencia hay una sensación de libertad que es creía perdida y que en el fondo del alma se añoraba, y se instala en el alma un estado de euforia que lleva a dar pasos antes temidos y que ahora se afrontan, se ha descubierto una fuerza interior. “La nueva perspectiva descubierta cambia la comprensión de un mismo y de los otros, así como de la vida entera”. Es la imagen del amor ciego, como decía Benedicto XVI: “que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano”.
La historia es completada diciendo que “tras tanto andar juntos, el Amor y la Locura se acabaron convirtiendo en pareja y disfrutaron inmensamente. Pocas cosas son eternas, y llegó un momento en qué el Amor, cansado de tanto delirio, descontrol e incertidumbre, dejó su amada y decidió casarse con la Razón. El Amor acertó con la decisión porque, guiado por la Razón, desaparecieron los peligros, y las inseguridades se desvanecieron” (Vivi García). No es el amor lo que narran las tragedias griegas, algo dramático e irresistible, es necesario que también sea inteligente. Pero dice nuestra historia que al pasar del tiempo el Amor se aburría como una ostra; consultó a su amiga Fantasía que le aconsejó no dejar la Razón pero mantener la amistad con la Locura, que le da a la vida un pellizco d’aventura, de libertad. Para que no quede esclavizado, hace falta que el amor no esté atado sólo a la razón, que también tenga libertad. Hoy se habla mucho de “hacer cambios” en la vida, pero han de ser por dentro sobre todo, y no solo en las cosas de fuera, ya se puede ir cambiando por fuera que si uno no tiene un Amor Inteligente y Libre al mismo tiempo, no encontrará la armonía que tanto busca: razón con poesía, de hecho la inteligencia es amorosa y libre, tiene constancia por cultivar lo mejor de la vida, pero también imaginación para no caer en el aburrimiento, creatividad para despertar cada día con coses nuevas.