Por desgracia, el mundo del fútbol no siempre se caracteriza por los buenos ejemplos. Más bien, a veces es necesario hacer “la vista gorda”
para seguir alabando la calidad deportiva de algunos jugadores o
entrenadores cuya vida privada deja mucho que desear. No es el caso de
hoy.
El entrenador César Prandelli fue contratado hace tres meses por el Roma (o “la Roma”,
como dicen los italianos). El equipo fue vice-campeón en el torneo del
año pasado; es decir, segundo lugar, tan sólo por debajo del Milán de
Silvio Berlusconi.
Después
de dirigir equipos modestos de segunda y primera división, como el
Venecia o el Parma, ahora tenía en sus manos una de las principales
formaciones italianas.
El
futuro para Prandelli no podía ser más prometedor: el reto de ganar el
campeonato italiano y la posibilidad de participar en la Champions
League, el torneo de mayor prestigio en Europa y en el mundo entero.
Algo a lo que pocos pueden aspirar. De hecho, el 28 de septiembre, el
Roma debe enfrentarse al Real Madrid, en el estadio Santiago Bernabeu
de la capital española.
Desde
su llegada había trabajado por fortalecer el equipo: adquirió nuevos
jugadores –entre ellos el defensa central francés Philipe Mexes– y
dirigió los entrenamientos transmitiendo a los jugadores sus tácticas
de juego.
Con
todo, dos semanas antes de iniciar el campeonato, César Prandelli, de
47 años, renunció a su cargo. Dejó a un lado grandes sueños
profesionales. ¿El motivo? La grave enfermedad de su esposa, Manuela.
Él mismo lo explicó con estas palabras: «Ya no me siento
tranquilo, me es difícil concentrarme, no puedo seguir aquí. Ahora debo
estar con mi familia, junto a mi esposa».
El gobernador de la región, Francesco Storace, comentó: «La
decisión de estar al lado de su mujer en un momento dramático,
demuestra que es también un gran hombre, capaz de anteponer a todo los
verdaderos valores de la vida».
No
cabe duda: el amor existe. El verdadero amor no se compone únicamente
de romanticismo y atractivo físico. El amor auténtico es donación
sincera y desinteresada al otro, tal como es, incluyendo sus defectos
físicos o temperamentales y sus limitaciones, como por ejemplo, una
enfermedad. Cuando esto falta, los “amores eternos”, esos que se juran a la luz de la luna, duran poco… Muy poco.
Gracias, César, por tu testimonio.