“¡Me
voy a ir de la casa! Ya no aguanto a mis jefes porque no agarran la
onda... Me quieren seguir tratando como un niño, no me tienen
confianza, no me dejan en libertad. Es más, acompáñame, ¡vámonos
juntos!”, decía un adolescente a uno de sus amigos, lo decía de corazón
porque lo sentía, sin ponerse a pensar si su propuesta era realista,
sin analizar las consecuencias y, desde luego, sin un plan correcto.
El síntoma de la huída.
Muy probablemente, por la mente de todo adolescente, especialmente
de los varones, ha cruzado la idea, aunque sea momentánea, de huir de
casa. En la mayoría de los casos, es una idea vaga e idealizada. No
saben a donde van a ir, ni que van a hacer, pero lo ven como un ideal.
Incluso a veces llegan a comentarlo con sus amigos o lo plantean como
una amenaza ante los padres.
Cuando este tipo de ideas se manifiesta, aunque sea indirectamente,
es un síntoma que pone en evidencia el hecho de que el adolescente está
cambiando y se siente incomprendido. Muy probablemente, los padres no
han sabido adaptar su autoridad a las nuevas necesidades.
Una estructura mental cuestionadora.
Ese increíble plan de escape no es otra cosa más que una
manifestación de que el adolescente ha cambiado, no solo en su aspecto
físico, sino fundamentalmente en su estructura mental, en su manera de
ver la vida y en la forma como juzga al mundo de los adultos.
Las reglas fijadas por los padres y maestros, que antes eran
simplemente aceptadas, toleradas o en algunos casos retadas, ahora son
fuertemente cuestionadas.
La interpretación equivocada.
Muchos padres, al ver que sus adolescentes quieren más libertad y
al sentirse cuestionados por ellos, piensan que sus hijos ya no los
necesitan tanto. Sin embargo, en realidad los necesitan tanto o más que
antes, pero de una manera diferente.
La adolescencia requiere que los padres utilicen enfoques
diferentes para dirigirse a sus hijos, debido a que el esquema que
antes utilizaron y que les dio muy buenos resultados ya no les va a
funcionar.
Los padres deben de entender que el enfoque de “Te voy a dar un
premio o te voy a castigar” no va a funcionar para toda la vida. En
ocasiones, cuando ve que eso ya no les hace mella, tienden a poner
reglas todavía más estrictas y hacerse cada vez más exigentes, y lo
único que están haciendo es fabricar una “olla de presión”, que tarde o
temprano va a explotar.
No hay peor cosa para una mente adolescente que el sentirse que se
le trata como a un niño. De repente, se va dando cuenta de que en
muchos aspectos ya no es un niño, de que tiene “alas” y claro, quiere
volar. Lo ideal es orientarlos para que aprenda a volar y así evitar
los intentos de fuga y, sobre todo muchas caídas.
¿Cuál puede ser el camino?
- Medicina preventiva. Muchos padres no se preocupan hasta
que la crisis de la adolescencia hace explosión. Es importante que,
desde que sus hijos son pequeños, dialoguen mucho con ellos.
Pero cuidado, los padres tienden a convertirse en interrogadores
policiacos. Es mejor no hacer tantas preguntas y promover la plática
sabrosa, el dialogo abierto, la comunicación espontanea. Si se ha
fomentado la comunicación, los hijos tendrán la confianza de plantear
sus dudas, de cuestionar sin sentirse amenazados, pero también eso les
permitirá ser más receptivos y escuchar, siempre y cuando los padres
también sepan escuchar.
- Cambiar oportunamente. Como padres esperamos que nuestros
hijos cambien algunas de sus conductas. Pero se nos olvida que nosotros
también debemos hacer cambios en nuestra manera de tratar a los hijos.
Si los hijos van cambiando, los padres también deben cambiar para
poder utilizar conductas acordes al nivel de madurez en el que se
encuentran sus hijos. Por lo general, es esta etapa de la vida los
hijos quieren convivir más con sus amigos y menos con sus padres, y los
padres deben orientarlos para que esa convivencia se a positiva.
- Enfoque individualizado. No hay dos personas iguales, ni
dos hijos iguales. Lo que funcionó con un hijo no necesariamente
funcionara con el otro. Es conveniente observar, dialogar, tratar de
comprender a cada uno de nuestros hijos y utilizar con cada uno de
ellos un enfoque “a su medida” Y evitar esas odiosas comparaciones, en
las que sale a recluir lo “maravilloso” que han sido el hermano o la
hermana.
El respeto es una calle de doble sentido. Si los padres quieren que
sus hijos los respeten, ellos deben también ser muy respetuosos con los
hijos.