El mayor bien de toda sociedad reside en la familia, núcleo reproductor de la misma. Como bien valioso e inapreciable, habrá que defender la familia de todos aquellos agentes exteriores que de un modo u otro, más o menos persistente y sutil, tratan de disgregarla y acabar con ella.
Entre todos el más extendido y pernicioso, es el del divorcio, sin olvidar el adulterio, las parejas de hecho, y las uniones homosexuales.
Con todo, el mayor peligro que acecha a la familia reside en su interior. No es extraño ver familias deshechas a causa de factores tan nocivos y letales como éstos : la mentira, la infidelidad, el ansia de dinero, la ostentación del lujo, la despreocupación por los hijos, la carencia de diálogo, la ausencia de valores religiosos, los caprichos y rebeldía de los hijos, así como los malos ejemplos y falta de autoridad de los padres.
Cuando en un hogar se ha arrinconado a Dios, cuando el auténtico amor ha dado lugar al egoísmo, y cada uno busca su propio interés y no el de los demás , no cabe apostar gran cosa por esa familia, gravemente enferma por el virus de la disgregación.