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Discriminación necesaria: el objetivo del desarme nuclear

Alo largo de los años, la gente en nuestro país ha llegado a darse cuenta de cuán destructivo, moralmente hablando, resulta discriminar a las personas. Sin embargo, discriminar la moralidad de las acciones sigue siendo el fundamento de la teoría moral y de la formación de la conciencia personal. Las recientes conversaciones entre el Presidente Obama y el Presidente ruso Medvedev sobre la reducción del número de armas nucleares para llegar finalmente a su total eliminación, son un buen recordatorio de cómo un tema político es también una cuestión moral, porque lo que está en juego es una cuestión de vida o muerte.

Juzgando la moralidad objetiva de las armas nucleares

La razón por la que el uso de armas nucleares es inmoral no es simplemente porque son “bombas más poderosas” que otras. La razón por la que el uso de armas nucleares es inmoral es porque aquellos que las utilizan no pueden discriminar entre objetivos militares y no militares. En una defensa justa, uno tiene el derecho moral de resistir a un atacante, incluso utilizando la violencia si es necesario. Apuntar a campamentos militares, buques de guerra, fábricas de armamento, tropas reunidas y otros medios de agresión es moralmente justificable, si la causa es justa. Pero utilizar armas que no pueden discriminar los objetivos militares de los civiles no es moralmente correcto. Las armas nucleares no discriminan entre combatientes y no combatientes, todo queda destruido.

A veces, los moralistas dirán que, en la guerra total moderna, toda persona es un combatiente, incluso los niños pequeños, sólo porque son ciudadanos de una potencia enemiga. La enseñanza de la Iglesia sobre la guerra justa habla de discriminar entre los agresores directos y los otros, como lo hace la Convención de Ginebra para la realización de la guerra y el trato a los prisioneros. Algunos teóricos señalan que las armas nucleares son ahora mucho más sofisticadas y pueden, de hecho, determinar los objetivos. Esta cuestión complica el argumento, pero deja intacto el problema de la lluvia radiactiva, que no discrimina, además de ignorar el enorme riesgo que se genera, pues al usar cualquier tipo de armas nucleares, la apuesta hecha por la guerra aumentará con consecuencias imprevisibles para todos.

Lo más cerca que han llegado los obispos católicos a admitir una razón moralmente aceptable para las armas nucleares en la teoría moderna de la guerra justa fue cuando se estaba debatiendo la Paz Pastoral de Estados Unidos. en la primera parte de los años 80. Los obispos dijeron entonces que, en la situación de un enfrentamiento entre las dos grandes superpotencias, era aceptable almacenar armas nucleares para disuadir la amenaza de agresión, pero que nunca podrían ser utilizadas. Con el fin de la Guerra Fría, este argumento debe ser revisado.

El desarme nuclear en un mundo complejo

El magisterio papal no ha dejado de alentar el desarme nuclear, en el marco de acuerdos mutuos verificables. Ese contexto, parece ahora más esperanzador de lo que ha sido en décadas, excepto por el hecho de que los movimientos terroristas y otros grupos de agresores que no son estados naciones son ahora potencialmente capaces de obtener armas nucleares. Aunque sería absurdo no reconocer cuán peligroso es el mundo en que vivimos ahora, los gobiernos legalmente constituidos necesitan demostrar que están dispuestos a trabajar constantemente hacia un mundo sin armas nucleares.

Los Estados Unidos es el único país del mundo que ha arrojado bombas nucleares sobre la población civil. Esto se hizo hace más de cincuenta años, durante una gran guerra que amenazaba con continuar de manera indefi- nida con la pérdida de cientos de miles de vidas entre los soldados y civiles. En este momento no nos encontramos en semejante guerra y por lo tanto, tenemos una mayor libertad para considerar los principios morales más allá de objetivos políticos y de la estrategia militar. Como ocurre con la mayoría de las cuestiones políticas, las categorías morales sobre la conducta de la guerra pueden fácilmente perderse en medio del cálculo utilitario.

La formación de una buena conciencia personal sobre el desarme nuclear

La Iglesia crea espacios donde la conciencia puede funcionar en un nivel que sea consistente con su condición de ser el camino y la forma en que un Dios amoroso nos empuja para tomar decisiones moralmente buenas. La protección de la conciencia, enfatizada por la Iglesia, exige también que la conciencia sea formada por principios morales que trasciendan el deseo personal o los fines políticos. La conciencia personal no es autónoma; juzgamos desde la comunidad humana y desde la Iglesia. Esto aplica tanto para las decisiones sobre la guerra como para las decisiones sobre las políticas de inmigración, los sistemas financieros, la moral sexual, la protección de la vida humana indefensa, la prestación de servicios de salud o cualquier otro tema que está en debate ahora mismo.

Gracias a la historia de nuestro país y gracias a nuestros ideales, los Estados Unidos pueden tomar, de manera creíble, la iniciativa para avanzar hacia la prohibición de la posesión de armas nucleares por cualquiera. Además de las conversaciones realizadas recientemente por la administración, la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes está considerando la posibilidad de una “Resolución de Prioridades Globales de Seguridad (H. Res. 278) que se ocupa de la amenaza del terrorismo internacional mediante acciones que eviten el acceso a materiales nucleares e insta a que, cualquiera que sea el dinero ahorrado, este debe ser utilizado en beneficio de los niños y para apoyar la seguridad alimentaria. Me imagino que hay otros instrumentos, tanto económicos como jurídicos, que operan para conseguir objetivos similares. Al mismo tiempo que disfrutamos de este verano, debemos rezar por que se apliquen dichos instrumentos, se fortalezcan los movimientos que trabajan para prevenir la guerra y pedir que Dios bendiga esas negociaciones para llegar a un desarme nuclear completo.

Sinceramente suyo en Cristo:

Cardenal Francis George,O.M.I., Arzobispo de Chicago