Aún los mejores creyente suelen portarse cicateramente con Dios, su Padre. No ignoran que todo lo que son y todo lo que tienen se lo deben a El, autor de la vida y dador de todo bien. Saben que antes que ellos existiesen y amasen a Dios, él tuvo la iniciativa y les amó primero, llamándoles a la existencia.
Conocen que Dios Padre les hizo hijos adoptivos suyos por el sacramento del bautismo. Que Dios Hijo, Jesucristo, se encarnó, padeció, murió y resucitó por ellos. Que Dios, Espíritu Santo, habita en ellos por la gracia santificante. Que están llamados a formar parte de la familia divina, la Sma Trinidad, a vivir su misma vida divina por siempre y a heredar todos los bienes sobrenaturales, en su casa del cielo.
Pues bien, todo esto es olvidado o pospuesto, por la mayor parte de los cristianos, cuando dan de lado o vuelven la espalda a Dios en sus vidas. Acuden a él sólo cuando le necesitan y muy pocos son los que colocan a Dios lo primero y en el centro de sus vidas. Parece que se han olvidado del primer mandamiento del Decálogo:”Amarás a Dios sobre todas las cosas”.
He aquí un motivo serio de reflexión para cuantos se toman en serio su fe y el sentido último de sus vidas. Mientras algo o alguien, desplace a Dios, ocupando lo primero en sus vidas, algo importante está fallando.