Según la enseñanza de la Iglesia católica, toda persona está formada de parte material llamada cuerpo y parte espiritual, llamada alma. En el momento de la concepción, Dios crea el alma, que unida al cuerpo, forma la persona única e irrepetible.
Al separarse el cuerpo del alma, sobreviene la muerte. El cuerpo, como materia que es, se corrompe y desaparece. El alma como espíritu que es, no puede morir (inmortal) y pervive, esperando la resurrección del último día, en la que, por el poder de Dios, se unirá a su cuerpo transformado. Todos, pues, estamos llamados a vivir para siempre.
Es evidente que ahora, toda persona debe cuidar tanto de su cuerpo como de su alma. Ya los antiguos romanos tenían como lema de su vivir presente aquello de "mens sana In córpore sano".
Aquí radica la principal diferencia entre humanos, según el distinto trato que cada uno dispensa a su cuerpo y a su alma. Desde la persona que vive pendiente sólo de su cuerpo, descuidando casi por entero su alma o también al revés. Ninguna de las dos posturas parece la correcta. En el equilibrio, justo medio, está el acierto y felicidad
Siendo el cuerpo mortal, caduco, perecedero, su deterioro es imparable para todos. Al ser el alma espiritual, inmortal y eterna se debería robustecer y cuidar más y mejor.
He aquí la tarea personal que a todos nos incumbe mientras vivimos.