Una disciplina consistente hace posible que el pequeño pronostique las consecuencias de sus actos.
El niño de antemano debe saber lo que le espera respecto a su
conducta y conocer las consecuencias le ayuda a desarrollar la auto
disciplina.
Para disciplinar con eficiencia, los padres deben procurar ser auto
disciplinados, puesto que la disciplina sin congruencia provoca
confusión.
Los padres ponen reglas y los niños las ponen a prueba. Esta es la
única vía que tiene el niño para descubrir si la regla realmente
existe, puesto que ellos son pensadores concretos y no entienden lo
intangible y subjetivo.
De modo que, cuando un niño viola una regla, los padres tenemos la
obligación de imponer una sanción, esto le indica al niño que le
estamos diciendo la verdad.
Además, la consistencia es una prueba de que el niño puede confiar en sus padres.
Entre más confianza tiene el niño en sus padres, más seguro se
encuentra, pero si él desobedece alguna norma impuesta con anterioridad
en el hogar, y en vez de obligarlo a que la cumpla o castigarlo por
ello, los padres amenazan, se ponen morados de tanto hablar, se
encolerizan, pero no hacen nada al respecto, el niño se siente tentado
a poner a prueba esa regla una y otra vez.
El niño que pronostica las consecuencias de sus actos, desarrolla
su auto disciplina. Sabe muy bien lo que le va a suceder si hace ’esto
o aquello’ y aprende a controlarse.
Entre más inconsistentes son los padres respecto a las fallas de
conducta de su hijo, demuestran menos capacidad para controlarlo. El
pequeño se siente inseguro y su conducta se vuelve cada vez más
desobediente, exigente, irrespetuosa y desordenada.
Sin embargo, la disciplina jamás debe convertirse en algo terrible,
sino que con esta actitud de consistencia, se crea una atmósfera
tranquila y relajada en la que cada uno sabe qué esperar. Esto permite
que la vida en familia sea lo que debe ser: armonía y tranquilidad.