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¿Cómo educar adolescentes?


Muchos
padres de familia no saben cómo tratar a sus hijos adolescentes.
Quisieran ponerlos en manos de algún técnico que tuviera la solución
mágica para guiar su educación en este período tan difícil y tan
importante para la formación definitiva de la persona. Pero la solución
sólo puede venir de los padres; los demás podrán ayudar, pero no pueden
suplir.

Hoy hay muchas teorías sobre cómo educar a los hijos, que van desde
la más absoluta rigidez hasta el completo abandono y tolerancia. La
experiencia nos ha demostrado que ninguno de estos dos extremos produce
frutos sanos. Por eso, la mejor opción es una vía humanista y muy
apegada al sentido común, que encauce a nuestros jóvenes hacia modelos
de comportamiento que les ayuden a crecer como personas y construir
sociedades más a la medida del ser humano.

¿Cómo son los adolescentes?

Cada vez resulta más frecuente oír a los padres de familia quejarse de que no conocen a sus hijos adolescentes.

Para ayudar y encauzar a un adolescente es muy conveniente conocer
qué es la adolescencia y cuáles son las características fundamentales
de este período.

Características de la adolescencia

Época de cambios:

En este período el muchacho o la muchacha comienzan a constatar
cambios en su cuerpo, en su estado de ánimo, en su sensibilidad y no
saben cómo manejarlos. Sienten nuevas tendencias instintivas y aún no
tienen una capacidad de razonarlas, ni un equilibrio temperamental para
afrontarlas con madurez.

Época de búsqueda y autoafirmación de sí mismos:

El adolescente rechaza todo lo que recibió en la niñez porque él
quiere construirse un mundo por sí solo, hecho todo por él. Por eso
rechaza hasta los valores que recibió en su familia. Busca nuevas
amistades y adquiere una cierta actitud de rebeldía y de crítica ante
todo, partiendo esto, de su deseo de autoafirmación.

Época de formación de la personalidad:

Es en esta etapa cuando, salvo alguna fuerte influencia posterior,
queda ya formado el carácter y fijada la personalidad. El muchacho se
hace colérico, flemático, sanguíneo, como temperamento dominante para
siempre.

Época de inseguridad personal:

Los cambios de este período, su anhelo, convertido a veces en
verdadera obsesión, por construirse su mundo, llevan al adolescente a
experimentar una fuerte inseguridad e incertidumbre ante el futuro de
la que quiere salir por sí solo. Sin embargo, es cuando más afecto
necesita. Es el momento en que las adolescentes se pasan mucho tiempo
solas llorando o huyen absolutamente de la soledad. Las reacciones
pueden ser contradictorias, pero siempre son objetivamente exageradas.

Igual sucede con los muchachos, que se hacen extrovertidos o
introvertidos de forma exagerada, poco equilibrada. En los dos sexos
aparece muy fuerte la búsqueda de afectos, de amistades íntimas y
completas que compartan con ellos lo que no son capaces de decir a
otros, precisamente por su inseguridad, porque se imaginan una reacción
negativa.

Época de formación de principios y convicciones:

Según los psicólogos, el niño de aproximadamente 11 a 13 años forma su gramática de valores
en la que comienza a comprender el significado de lo que serán los
grandes principios que regirán su vida. Después, en la adolescencia,
fija definitivamente (salvo algún suceso grave que impacte en su vida)
la jerarquía de valores, las convicciones que guiarán todo su
comportamiento consciente y libre. Esto significa que estamos ante una
época fundamental en la formación de la opción moral del futuro hombre
o de la futura mujer.

¿Cómo educar adolescentes?

* Comunicación

En un colegio de la ciudad de México fue hecho un estudio muy
interesante. Se preguntó a los padres de familia si consideraban que
era buena la comunicación con sus hijos. Casi todos respondieron que
sí. Después se repitió la misma encuesta con los alumnos. Se hizo, como
en el caso de los papás, una pregunta única: ¿Crees que es buena la comunicación con tus papás y por qué?
Muchos respondieron abiertamente que no y otros decían que era buena,
pero luego daban alguna explicación o aclaración que hacía ver que
realmente no era tan buena.

Decían, por ejemplo: es buena, pero no me escuchan; es buena,
pero no se interesan por mis cosas; es buena, pero no tienen tiempo
para mí; es buena, pero no puedo hablar a solas con ellos; es buena,
pero todo lo que les digo lo consideran sin importancia
. Sólo tres alumnos respondieron que la comunicación con sus papás era buena, sin peros.

Este es el punto fundamental, no se puede educar si no hay una
recta comunicación. Mis mensajes no llegan y los de mis hijos no me
llegan a mí. Se acaba por no conocer al hijo y de ahí nace el problema
de no saber cómo afrontar los problemas. Les voy a contar un caso real
que pasó en dos familias. Quizá el problema de fondo parezca obsoleto y
anticuado, pero ilustra la diferencia que hay entre educar con
comunicación o hacerlo sin ella.

Corría el año 1980 y llegaba la moda de la minifalda. Al principio,
los papás tenían serios reparos para dejar a sus hijas ir así a la
calle. Los padres de Paloma la vieron un día vestida así y la regañaron
duramente. Ella quiso dar alguna razón para defender su postura, pero
no hubo forma. Desde entonces, Paloma, siempre que iba a alguna fiesta,
salía vestida de su casa decorosamente según el gusto de sus padres,
pero siempre llevaba en una bolsa la minifalda para cambiarse.

Los papás de Alicia tampoco veían con buenos ojos que su hija fuera
vestida de tal forma, pero hablaron con ella y escucharon sus razones.
Ella les dijo que era la moda y que si no usaba minifalda, su novio se
pasaba toda la fiesta fijándose en otras niñas y no en ella. Además,
que era cómoda y no sé cuántas cosas más les diría. El caso fue que los
padres de Alicia acabaron aceptando que en ciertos momentos ella fuese
vestida con minifalda, pero al mismo tiempo formaron en ella un recto
sentido del pudor que la ayudó mucho en esta etapa de la adolescencia,
donde las muchachas pasan de sentirse a disgusto con su cuerpo a una
exaltación excesiva del mismo.

El ejemplo, como ven, es anticuado, pero una cosa queda muy clara:
no se trata de ceder en todo, sino de dar razones de las decisiones de
los papás. Esa es la clave, escuchar al hijo y dar las orientaciones
acompañadas de razones.

Hay otro caso curioso: la esposa le dice al señor ve a ver qué le pasa a tu hijo, creo que tiene algún problema, trata de hablar con él. El señor busca al chico. Pasan dos minutos y regresa el señor: ya está. La esposa pregunta: ¿tan rápido?, ¿qué pasó? El marido responde tranquilamente: fui, le pregunté qué le pasaba, me dijo que nada, le dije ’OK’ y me regresé. Ustedes estarán de acuerdo conmigo en que esto tampoco es comunicación. Mejor dicho, es comunicación formal, pero no real.

Nosotros tenemos que buscar una comunicación real, que no se quede sólo en el buenos días, ¿cómo te fue?,
sino que nos ayude a conocernos a fondo. No se trata de interrogar al
muchacho en forma inquisitoria violando su intimidad, pero sí de
hacerme presente en su mundo aprovechando los momentos en que esté más
accesible, buscando las ocasiones, yendo a fondo. Se trata de exponer
mis orientaciones razonadas, con suavidad, con cariño, con interés,
hacer que en cierta forma me necesite y me busque porque yo puedo
ayudarle, porque puede confiar en mí.

No hay que olvidar una cosa: en este campo competimos precisamente
con los medios de comunicación, expertos en este arte. Decíamos al
principio que muchas veces son verdaderos factores de distorsión en la
educación de los hijos. Por eso tenemos que esmerarnos en la
comunicación; estamos compitiendo con profesionales de las grandes
ligas para vender, seguramente, un mensaje distinto.

* Jerarquía de valores

Cuántas veces oímos a padres de familia que motivan a sus hijos para que estudien diciéndoles cosas como: estudia para que puedas ganar dinero o haz esto bien y te doy diez pesos.
Uno pensaría que es un gran padre de familia porque da rectos
incentivos a su hijo, sin embargo, hay una deformación, estamos dándole
una jerarquía de valores errónea. Le estamos diciendo que haga todas
las cosas buenas para ganar dinero. Los valores y acciones buenas se
vuelven medios útiles y no fines.

Le colocamos el valor del dinero por encima de todo y esto, en la
edad en que ellos forman su jerarquía de valores, es prepararlos para
luchar en la vida teniendo al dinero sobre lo demás. Y sabemos que por
ahí no encontrarán, precisamente, la felicidad, ni formaremos una
sociedad donde reine la honradez. Es un ejemplo que, precisamente por
ser ejemplo, resulta un poco exagerado, pero hay un fondo de verdad: en
los adolescentes hay que ser muy cuidadosos para formar en ellos una
recta jerarquía de valores (generosidad, lealtad, fidelidad, amor) y
destacar su importancia y darles así profundos criterios que les van a
servir para evaluar la realidad, para construir su vida y su familia
con serenidad y felicidad, con honradez.

* Con la cabeza, no con el hígado

Una vez vino a verme un matrimonio que estaba muy preocupado por la
educación de su hijo. Los dos empezaron a descubrir echándose
mutuamente la culpa de los problemas que padecía su hijo. Él decía: es que tú le consientes todo. Ella respondió: es que tú educas a tu hijo con el hígado.
Lo que aquella señora quería decir es que su marido siempre trataba a
su hijo con enfado, le corregía con malos modos y el único diálogo que
mantenía con él era a través de los gritos.

No se crean que es un caso raro, desgraciadamente hay muchos padres
y madres de familia que educan a su hijo con el hígado porque han
perdido ya la batalla y piensan que esta es la única forma de
imponerse. Nada más lejos de la realidad. El corregir o reprender en
momentos de enojo es contraproducente y sólo produce rebeldía y
cerrazón en los adolescentes.

Simplemente es el método más eficaz para que no te hagan caso y
pierdas todo el ascendiente sobre él. En México se dice con mucha
sabiduría: el que se enoja, pierde. Estar enojado puede ser
normal, pero afrontar en esos momentos a tu hijo y querer educarlo es
inadecuado. En los momentos de enojo hay que saber esperar, pero
siempre es más sano no enojarse. Este punto puede parecer superficial,
pero es la mayor queja que presentan los adolescentes hacia sus padres.