Durante toda la semana he recibido correos y llamadas telefónicas con una misma inquietud: las declaraciones de Benedicto XVI sobre el uso del preservativo. Unos me preguntan, llenos de confusión, si ya ha cambiado la moral católica sobre los anticonceptivos; otros me han dicho que están tristes porque el Papa ha errado. ¿Cuál es la verdad sobre este asunto?
Primero vayamos al hecho. El Papa concedió una entrevista al periodista alemán Peter Seewald, la cual se publicó con el título “Luz del mundo”. “L’Osservatore Romano” adelantó unos pasajes de ese libro, y entre ellos estaba el texto que ha causado tanto revuelo.
Sobre el SIDA y el condón, Benedicto XVI contestó: “Concentrarse sólo en el preservativo quiere decir banalizar la sexualidad (…). Puede haber casos justificados singulares, por ejemplo, cuando una prostituta utiliza un preservativo, y éste puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar de nuevo la conciencia sobre el hecho de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Sin embargo, este no es el verdadero modo para vencer la infección del VIH. Es verdaderamente necesaria una humanización de la sexualidad”
La confusión, por parte de los lectores, puede provenir de no tener claro cuáles son los “actos anticonceptivos”. Estas acciones son las que cometen marido y mujer, cuando deciden impedir la fecundidad por el modo que sea: con un condón o interrumpiendo el acto sexual. En otras palabras, las acciones anticonceptivas sólo las pueden cometer los esposos, porque sólo el matrimonio es el ámbito para estar abiertos a la vida.
En cambio, los actos sexuales fuera del matrimonio no tienen que estar abiertos a la vida, porque no son actos esponsales. Por ejemplo, es absurdo prohibirle a un violador que use un preservativo, aduciendo que debe estar abierto a la vida; y es lo mismo en el caso de una prostituta (¿acaso el adultero la contrata para tener hijos con ella?).
Entonces, el condón en sí mismo no define la anticoncepción, sino que ésta es definida por la condición de los participantes (si son marido y mujer; o si son dos personas no casadas). Por eso, tolerar el uso del profiláctico en la relación fuera del matrimonio no significa aceptar la anticoncepción, porque entre los no casados no hay contexto moral para engendrar un hijo.
El Papa pone dos matices. El primero es que en el caso de las pandemias, aunque el uso del condón podría evitar contagios, en la práctica promover su uso conlleva la expansión de la epidemia, porque se genera un uso irresponsable de la sexualidad. Por eso, insiste en que el remedio es humanizar la sexualidad.
El segundo matiz consiste en que, en el caso de los que no son marido y mujer, el uso del condón para evitar contagios puede ser un primer paso para humanizar la sexualidad, en el sentido de que puede servir para reconocer que no todo está permitido (que sean conscientes de que con su acción pueden contagiar a otros de una enfermedad). Entonces, aunque se tolere el uso del preservativo en los actos sexuales fuera del matrimonio, estas acciones nunca están aprobadas.
A modo de comparación, que leí en estos días: si uno me propone entre matar con una pistola o con una bomba atómica, mi respuesta es no matar. Pero es “preferible” matar con una pistola, pues produce menos víctimas. Eso no quiere decir que yo “apoye” el asesinato o el uso de las pistolas. En cambio, lo que sostengo es que hay que respetar la vida.