Me
sorprende cómo celebran nuestros jóvenes la llegada de sus dieciocho
años: emborrachándose, fumando, con grandes fiestas, frecuentando
lugares del todo impropios. Se presentan como adultos en la sociedad
rompiendo sus leyes.
Por el contrario, cuando un joven aborigen de la tribu Maui de las
islas del Pacífico llega a la mayoría de edad, las cosas son
diferentes. Se le somete a una prueba para comprobar si es realmente
maduro, adulto, y capaz de llevar una vida responsable y de formar una
familia.
El joven tiene que construir una piragua con sus propias manos y
navegar, totalmente solo, por más de 500 kilómetros de mar abierto
hasta una lejana isla, de la cual debe traer una flor exótica de vuelta
a casa. Debe sortear todo tipo de peligros.
Si los jóvenes en la sociedad occidental están tan lejos de ser
adultos, ¿no será porque con frecuencia los adultos les dificultamos
madurar?
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