“Apocalypse now”
La brillante película con este título sobre el desastre de la guerra, es quizá la mejor interpretación de ese demonio que es la lucha entre los hombres, en el ámbito de los efectos psicológicos. La magistral escena inicial de la película, el ataque aéreo a un pueblo, mientras suena música clásica al compás de las bombas que abrasan todo, me recuerda que conocí hace años a un piloto de uno de esos helicópteros. Me contaba como les entrenaban, preparándolos para matar. Salían de noche, pero no aguantaban muchos días, y después de una tanda de esas salidas nocturnas, quedaban hechos polvo y tenían que llevarlos a un campamento unas semanas para reponerse: descansaban sin hacer nada, y recibían ayuda psicológica; luego les daban una tanda de sesiones de “comer el coco” para volver a la guerra con ganas de matar. Un día le alcanzaron y cayó herido. Recuerda que fueron unas semanas de curarle el cuerpo, y varios años –ya en Italia, donde le mandaron- para curarle la mente, pues estaba desequilibrado. Se daba cuenta de que en la guerra les habían quitado la dignidad, les habían convertido en una especie de monstruos, y aún entonces mientras iba por la calle le entraba deseos sangrientos... conoció una chica que le fue ayudando y con quien a la larga se casó. Le leía la Biblia, hasta que desaparecieron los sueños sangrientos y de horror, y fueron sustituyéndose por otros más dulces, incluso una noche soñó con la Virgen. A ella atribuye su curación. Pudo volver a rehacer su vida, dedicarse al trabajo y a la familia, y cuando le conocí ya tenían un hijo.
En muchas ocasiones el hombre es un lobo para el hombre, el egoísmo predomina sobre el amor. Esto queda gráficamente reflejado en los cuatro jinetes del Apocalipsis, que según la tradición popular eran la guerra y el hambre consiguiente, y con ellas la peste y la muerte: “he aquí un caballo negro; y el que lo montaba tenía una balanza en la mano... he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra...” El milenarismo relaciona el milenio nuevo con el desastre total.
En el milenio pasado ha habido de todo, y sólo en el siglo XX la primera guerra mundial dejó 10 millones de muertos; la segunda se cobró 50 millones (con agravantes espeluznantes como el genocidio de 6 millones de judíos en cámaras de gas por los nazis, de entre los cuales 2 millones eran niños). Nos parecen lejanos esos temas, pero sólo nos separan unas décadas de la guerra con la que hemos comenzado estas líneas, y hay muchas guerras abiertas en el mundo por culpa de unos pocos que se enriquecen con las armas...
Del hambre no hace falta recordar las últimas estadísticas (800 millones de personas la padecen) ni la solución que se propone: en vez de poner comida en la mesa (y destinar una parte de la producción a esos países, y darles los alimentos que aquí pagamos para que se destruyan por lo menos) procurar que haya menos comensales (muerto el perro se acabó la rabia). Estos días está en pleno debate el tema de la acogida a los inmigrantes, que tiene múltiples aspectos, pero sin duda uno de ellos es la consecuencia de la política de explotación económica que ha dejado muchos países en el subdesarrollo, con la necesidad de emigrar.
La peste ha tenido varias formas en nuestro tiempo: todos tenemos en la cabeza la plaga de los regímenes totalitarios (no sólo el nazismo, sino también el comunismo, que se ha cobrado más de 70 millones de víctimas, y el fascismo que tiene menos víctimas directas, a la vista de los pocos datos que tenemos en la actualidad). Pero al igual que las pestes antiguas segaban muchas vidas, también hoy nuevos pesticidas siguen cobrándose víctimas inocentes: la manía de matar a los no nacidos porque no se ven como un bien, u otras formas como el terrorismo, o la drogadicción, o el sida, son las principales pestes, aunque puede alargarse la lista con las muertes por carretera. Además, aunque sobrevalorada a través de la alarma social, está la acción indebida –manipulación- de los ciclos vitales que está empezando a despuntar con el tema de las vacas locas y que nos recuerda la vieja frase de que “la naturaleza no perdona”...
La muerte se halla por doquier, a consecuencia de lo anterior. El mismo hecho de que llegue hasta los lugares donde las personas deberían sentirse más seguras: el seno materno, es alarmante. Las distintas formas de violencia, son síntomas alarmantes de la “cultura de la muerte”, como dice Juan Pablo II: “No podemos olvidar hoy que las sombras de la muerte amenazan la vida del hombre en cada una de sus fases e insidian especialmente sus primeros momentos y su ocaso natural. Se hace cada vez más fuerte la tentación de apoderarse de la muerte procurándola anticipadamente, casi como si se fuera árbitro de vida propia o ajena”. Todo ello por miedo, que lleva a no pensar en estas cosas: una flor será el signo de despedida para quien nos ha dejado.
Pero no acaba ahí la profecía del Apocalipis sino que aletea siempre en el mundo un canto a la esperanza, que nos hace levantar el corazón al cielo y trabajar por la civilización del amor que está por construir. Todo lo malo pasa... queda el secreto que Jesús predicó, como decía Robert Sullivan en el semanario Life, "parece claro que el cristianismo no desaparece... está el reto... él animó al hombre a hacer mejor las cosas, a ser caritativo, a perdonar. Habló de fe, esperanza y amor. Las instituciones suben, y después caen; las sectas cambian, sin propósito fijo, lo esencial; los buscadores persiguen la verdad literal o el cumplimiento espiritual. Todo en respuesta a un hombre que habló hace 2.000 años. Todo en respuesta al desafío o reto de Jesús".