Últimamente ha surgido la controversia sobre la no existencia de Dios, a raíz de los anuncios en algunos autobuses de Londres, Barcelona... Como se les adivina fácilmente el “plumero” a sus promotores, no les voy a dar demasiado protagonismo. Pero, desde luego, lo que sí tiene importancia es que a estas alturas, y después de 2000 y pico años del paso de Jesucristo por la tierra, se siga cuestionando su existencia por ciertos sectores de la población.
Hay miles de pruebas que dan fe y testimonio de lo que nos dicta la Biblia, la Iglesia, y nuestro propio sentido común. Me niego a no creer en la infinidad de hechos sobrenaturales –léanse milagros- que a lo largo de la historia de la humanidad han sucedido y de los que, en su día, tuvieron y tienen constancia multitud de personas. De la misma manera, me niego a ignorar a tantos y tantos santos que con el espíritu de Dios ha dado la Iglesia al planeta. Los cuales, ofreciéndolo absolutamente todo a favor a sus semejantes y pagando por ello tortura y muerte supieron transmitir el mensaje del maestro y su doctrina a los cinco continentes. Me niego a no creer en los sacerdotes, religiosas y monjas que con su desinterés personal, su intenso trabajo y oración logran que en este mundo se pueda seguir viviendo con cierta dignidad. ¿Qué pasa? Que para todos esos promotores de los anuncios ¿todas estas innumerables cultas y santas personas están equivocadas? Incluso miles y miles de ciudadanos del mundo, cuando van a un Santuario, o a una misa, o en el día a día de su jornada ordinaria se dirigen a Dios con todo fervor con sus oraciones… ¿también están equivocadas? Por ejemplo, he visto cómo la mayoría de los de mi pueblo, Malagón -en especial los agricultores- al pasar con sus carros por delante de Santa Teresa y la piedra donde se sentaba se santiguan y encomiendan con todo respeto, ¿también están equivocadas?
Por cierto, que nuestra querida Santa, también – como no podía ser de otra manera- aseveraba frecuentemente: “Quien tiene a Dios, nada le falta”
Hay pruebas de que Dios existe de carácter filosófico, como las de Santo Tomás, que para entenderlas es necesario poseer una amplia preparación intelectual. Pero hay otras mucho más sencillas y de conocimiento popular como las que nos muestran las primeras palabras del Génesis: “En principio Dios creó el cielo y la tierra”
Desde los albores de la creación, han vivido en nuestro mundo, científicos, sabios, diversos hombres de ciencia, letras etc., empeñados en negar la existencia de Dios. E incluso perseguir y dar muerte de la manera más cruenta a quienes creyeran en Él. Este es el caso de la antigua Roma, donde al menor atisbo de sospecha, ibas directamente a los leones del coso romano. También en nuestra historia más reciente, personas conocidas –aunque afortunadamente estas no perseguían a nadie- como el Nóbel Severo Ochoa, el ilustre profesor Tierno Galván, y un largo etcétera, que tampoco estaban de acuerdo con la existencia del Sumo Hacedor, y trataban de demostrarlo recurriendo a “su ciencia”. Ciencia que al final no les sirvió ni convenció ni a ellos mismo, puesto que tanto los de Roma como a los más actuales, en el momento de traspasar el umbral de su vida por la tierra, suplicaban ser acogidos y llegar a la presencia de ese Dios que tantas veces ellos habían negado. Así mismo, el sabio profesor y vasco universal, Miguel de Unamuno, expresaba minutos antes de su muerte: “Solo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo”.
Pienso que de Dios se habla a la “buena de Dios” y queremos ser sus amigos cuando todo nos va de maravilla. Es como si de un amigo terrenal se tratara, que cuando salimos juntos, nos lleva la corriente, nos lo pasamos muy bien, pero si en algún momento tiene una reacción que nos incomoda o nos niega algún favor, ya no deseamos tenerlo a nuestro lado. La propia Santa Teresa ya ponía un ejemplo, aunque algo irónico, cuando decía: “Dios quiere muy mal a sus amigos. No es de extrañar que tenga tan pocos…” Pues erróneamente nos enfurecemos cuando nos “quita” antes del tiempo, que como humanos consideramos a un ser querido. Por mi parte deseo pensar que Él sabe a la perfección lo que se hace. Y que tal como expresó el mismo a su discípulo Pedro: “Lo que yo hago no lo entiendes tú ahora, lo comprenderás después”. Ya sé que esto puede resultar muy duro para las personas que han sufrido y padecido a lo largo de su vida con terribles enfermedades, o con el infinito dolor de soportar todo tipo de penurias.
El recién ascendido al santoral San José María Escrivá de Balaguer pronunciaba a menudo esta frase: “En cuanto aceptas la voluntad de Dios, el dolor no es dolor, porque esta cruz la lleva Él”. Creo que hay que reconfortar nuestra pena, pero también ahondar en ella y reflexionar; ¡por algo ocurre! ¡algún sentido tendrá! Lo entenderemos también con el paso del tiempo, pues con él está construida nuestra vida. Ese espacio que disfrutamos en alquiler y sin derecho a compra, y me consuela y reconforta aquella frase del célebre físico alemán Einstein que repetía sin cesar: “Quien no vea tras este gran universo la mano de una inteligencia superior, es que no tiene ojos en la cara” La organización mundial de la salud alerta de que la tristeza será el asesino invisible que asolará en este siglo a la humanidad. Según sus cálculos, la depresión se convertirá en la mayor causa de muerte y millones de personas se suicidarán cada año…
Entre creer en la nada o creer en el Misterio de Dios, sinceramente me quedo con el Misterio. La nada es soledad, fracaso radical y absoluto. Dios es compañía, amor, luz y esperanza.